Volumen 1 Capitulo 12: Los Últimos Trescientos

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El campo de batalla estaba envuelto en un silencio tenso, interrumpido solo por la agitada respiración de los combatientes exhaustos. Leonard, con su cuerpo cubierto de heridas y suciedad, luchaba por mantenerse en pie, con manos temblorosas. Su mirada determinada estaba empañada por el agotamiento, pero se negaba a rendirse.

Miel, con su cabello enmarañado y rostro sudoroso, sostenía su espíritu con firmeza a pesar del cansancio que se reflejaba en sus ojos. Había demostrado valentía en cada movimiento, pero el esfuerzo comenzaba a pesarle.

Sin embargo, la situación más crítica era la de Diana. Yacía en el suelo, su cuerpo herido y ensangrentado, luchando contra el dolor y la pérdida de sangre. Su respiración era débil y su mirada entrecerrada mostraba el sufrimiento que soportaba. A pesar de su condición, su determinación ardía en sus ojos, negándose a rendirse ante el peligro y sin premura unas figuras se cruzaron en su camino.


Gragar, una figura imponente y formidable, se alzaba sobre los demás con su altura y musculatura. Cada centímetro de su cuerpo estaba moldeado por la dureza de innumerables batallas, y su corpulencia inspiraba temor en aquellos que se atrevían a cruzar su camino. Sus extremidades poderosas parecían esculpidas por la mismísima violencia, y su presencia en el campo de batalla era un recordatorio constante de la brutalidad que podía infligir.

Su rostro, marcado por cicatrices y una expresión perpetua de seriedad, emanaba una determinación incuestionable. Gragar no era un hombre de muchas palabras; prefería que sus acciones hablaran por él. Sus ojos, de un tono oscuro e intenso, reflejaban una mirada fría y penetrante que se fijaba en su objetivo con la precisión de un cazador experimentado. Cada vez que centraba su atención en alguien, se podía sentir el peso de su evaluación implacable.

El arma que sostenía, un hacha de proporciones monstruosas, era una extensión de su propia ferocidad. La hoja, afilada como una cuchilla de afeitar, había cortado a través de armaduras y carne con igual facilidad. El hacha, más allá de su funcionalidad como instrumento de guerra, se había convertido en un símbolo de su reputación temible. Solo el eco de su nombre, Gragar, era suficiente para sembrar inquietud en el corazón de sus adversarios.

Su armadura, formada por placas de metal oscuro, se adaptaba a su forma musculosa y le confería una apariencia aún más intimidante. En la parte delantera, un grabado en forma de bestia feroz parecía rugir en silencio, como una manifestación visual de su naturaleza salvaje. Cada paso que daba resonaba con un peso gravitacional, como si el mismo suelo temiera resistírsele.

A pesar de su fama de implacable enemigo, en su mirada se podía vislumbrar una mezcla de motivaciones. La sed de batalla y la sed de victoria se mezclaban con una determinación arraigada en su código personal de honor. Aunque su forma de mostrarlo era cruda y agresiva, había una integridad férrea en su carácter. Gragar era un hombre que se regía por sus propias reglas, y aquellos que osaban desafiarlo estaban destinados a conocer la verdadera esencia de su ferocidad.

Los otros dos oponentes, con sus rostros cubiertos por máscaras oscuras, se movían con destreza y agilidad. Sus dagas relucían en la tenue luz, y sus movimientos eran coordinados y letales. Cada gesto revelaba una experiencia en combate, y su determinación era clara: acabar con aquellos que se interponían en su camino. Estos dos oponentes respondían a los nombres de Aleron y Nyssa, conocidos en los círculos del torneo por su destreza en el combate y su habilidad para trabajar en equipo.

La tensión en el campo de batalla era palpable, como si el mismo aire estuviera cargado de electricidad. Leonard, Miel y Diana se encontraban al borde del agotamiento, pero su espíritu de lucha seguía ardiendo. Ante la amenaza inminente de sus oponentes, estaban dispuestos a darlo todo en esta batalla de vida o muerte.

PUERTAS DEL EDEN - EL ASCENSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora