Volumen 1 Capitulo 2: Atravesando la Pesadilla

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La noche envolvía el sendero con una oscuridad profunda y opresiva mientras Leonard se adentraba en lo desconocido, dejando la ciudad que había conocido durante toda su vida. Los paisajes nocturnos parecían cobrar vida en formas aterradores: el viento soplaba con un susurro inquietante, llevando consigo aullidos espeluznantes que retumbaban en sus oídos. Aunque no eran los rugidos de los Kigami, los perros salvajes, descendientes de esas criaturas, eran igualmente perturbadores. Leonard había oído historias sobre ellos y sabía que no deseaba encontrarse con esos horrores nocturnos.

Leonard avanzaba en la penumbra de la noche, sus piernas delgadas y frágiles temblaban con cada paso. Cada paso era una lucha contra la debilidad que el hambre había dejado en su cuerpo, como si sus propios huesos amenazaran con ceder bajo su propio peso. Su figura era un esqueleto viviente, apenas un vestigio de la vitalidad que alguna vez había poseído.

El viento gélido soplaba con ferocidad, envolviéndolo en un abrazo cruel que parecía querer robarle hasta el último rastro de calor que quedaba en su cuerpo. Su ropa, gastada y harapienta, apenas era suficiente para protegerlo de los elementos despiadados que lo rodeaban. Cada ráfaga helada era como un recordatorio de su vulnerabilidad, una pizca de la adversidad que había enfrentado y seguía enfrentando.

El silencio de la noche se veía ocasionalmente interrumpido por el ulular del viento y el crujir de las ramas en algún lugar cercano. Las sombras danzaban en los rincones de su visión periférica, alimentando su imaginación con formas que parecían acecharlo en la oscuridad. A pesar de la angustia que lo envolvía, Leonard mantenía la mirada fija en el horizonte, buscando cualquier indicio de luz o movimiento que pudiera guiarlo hacia la caravana que seguía adelante.

El hambre lo atenazaba, como si su estómago hubiera sido reemplazado por un agujero negro de necesidad. Cada paso era un esfuerzo titánico, como si sus piernas protestaran contra la tarea imposible que les estaba imponiendo. Cada bocanada de aire frío parecía arañar sus pulmones, recordándole que su lucha no era solo contra el hambre, sino también contra las fuerzas de la naturaleza misma.

A pesar de todas las señales que indicaban que estaba al borde de la derrota, Leonard no se rindió. Cada paso tambaleante, cada suspiro que escapaba de sus labios resecos, eran una prueba de su voluntad inquebrantable. Había decidido seguir adelante, no solo por él mismo, sino por aquellos a quienes ya no podía proteger. Los niños con los que había compartido risas y sueños, cuyas vidas habían sido arrebatadas por la crueldad del mundo, eran su motor.

Cada vez que su mente amenazaba con ceder ante el agotamiento y la desesperanza, Leonard evocaba sus rostros en su mente. Imaginaba sus sonrisas, sus risas, y recordaba la hoja de papel con el dibujo del edén en la mano del niño fallecido. Ese recuerdo, esa imagen de inocencia y esperanza truncada, le daba la fuerza para continuar. El frío y el hambre podían agotarlo físicamente, pero su determinación seguía ardiendo en su interior.

Con cada paso, Leonard traspasaba los límites de su propia resistencia. Cada metro ganado en la noche oscura era una victoria sobre la adversidad. Y aunque el futuro seguía siendo incierto y la posibilidad de morir parecía inminente, Leonard persistía. Su lucha era un testimonio de la resiliencia del espíritu humano, de la capacidad de encontrar luz en medio de la oscuridad más profunda.

Sin embargo, la tranquilidad se desvaneció gradualmente de su expresión. Un olor penetrante y siniestro llegó a sus sentidos, un olor a muerte que supo identificar. Era un aroma que había sentido en el orfanato en esos días sombríos cuando algún niño no despertaba. El olor era el mismo, pero más profundo, más intenso, acompañado por el tinte de la sangre.

El corazón de Leonard parecía querer salir de su pecho, latiendo con una intensidad que resonaba en sus oídos. Sus pasos se volvieron más rápidos y frenéticos, impulsados por una mezcla de horror y desesperación. Cada latido resonaba en su cabeza como un tambor acelerado, marcando el ritmo de su inminente encuentro con la fuente del olor a muerte y sangre.

PUERTAS DEL EDEN - EL ASCENSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora