A la mañana siguiente, el coche de los López Vega esperó frente a la casa de los Fontalvo y salió asidas del brazo del Conde Gustave tres bellas señoritas, con la jovialidad desatada y un deseo ávido de mostrarle la villa al invitado parisino, él no perdió la ocasión de agradar a Alejandra aunque ella lo evitó en todo momento. En el centro de la villa pasearon en sus calesas y se bajaron sujetadas del brazo firme del joven. Ellas mostraron relucientes cabelleras, bajo finas y brillantes mantillas con puntas de encajes, las esclavas iban detrás acompañando a sus dueñas mientras los caleseros quedaron arrimados a los coches en espera del regreso de los amos, envidiando a los libertos que alrededor sucumbieron el suelo empedrado ofreciendo los olorosos y brillosos chicharrones, frutas frescas que perfumaron el ambiente.
La campana de la iglesia comenzó a sonar y todos callaban y miraban reverentemente hacia ellas, siguieron su movimiento lento, inconfundibles y poderosos. Los criollos, los esclavos africanos y los peninsulares esperaron que cesaran sus toques para continuar sus quehaceres. Las hermanas Fontalvo llevaron al Conde a los más pintorescos e interesantes lugares, la capilla de San Ignacio, la fuente de los deseos, y visitaron otras familias no conocidas aún por él.
Al regresar y desmontarse del coche se escucharon unos lamentos desgarradores que hizo que las muchachas corrieran rápidamente hacia su casa, Fernando Corbet había sufrido un ataque al corazón y yació en el suelo rodeado de su esposa y las esclavas domésticas que entre gritos intentaban revivirle. Al entrar las hijas se abalanzaron sobre su padre, Inés María y Ana Celeste no entendieron que su padre dejara de vivir, enfrentar esa realidad les costó tiempo y lágrimas, aún con el corazón oprimido consolaban a su madre, mientras Alejandra con voz temblorosa intentaba despedir al Conde, pero él ofreció su ayud , que era lo que más necesitaban en ese momento, y fue el encargado de los arreglos funerales pues Doña Luisa no tuvo fuerzas para luchar con nada más.
Pasaron meses de pesadumbre y angustia para la familia, hasta que Doña Luisa recibió noticias de su hermano que vivía en "La Prodigiosa", una hacienda vasta y fructífera en el interior del país y convidaba a su hermana y a las hijas a visitarlo. La señora no deseaba desatender su hogar y los asuntos que ahora comandaba, pero decidió que sus hijas viajaran acompañadas de los esclavos y las damas de compañía que cuidaran de ellas en el largo trayecto. Mientras, el Conde Gustave de Bon Fleur se hubo marchado hacia Inglaterra y le escribió cartas de amor a Alejandra, alentado por Doña Luisa, ella no perdió la ocasión de entregar esas cartas a su hija y hablarle de su futuro matrimonio cuando pasase el luto de Don Fernando Fontalvo, pero la muchacha no hizo caso al recibirlas y se justificaba con su madre, aún la pérdida paterna laceraba su alma.
Las tres hermanas desplazaron un poco las penas ante el nuevo mundo de conocimiento que les dió su tío en el campo, al que de niña no la dejaban ir por el cambio de temperatura, los animales, insectos y la pobreza del pueblo, pero ahora era diferente, Ana Celeste, la menor, cumpliría 15 años en los próximos meses, Inés María tenía 17 y Alejandra había cumplido sus 18, estaban motivadas a viajar y conocer nuevos horizontes, nuevas vidas.
Antes de partir asistieron a la misa de Fray Beto, el párroco tan puro y limpio como su sotana blanca era quien confesaba a las señoritas y en verdad era cuestión de costumbres que ellas obedecieron al padre y a Doña Luisa como ovejas al pastor.
—¿Teníamos que confesarnos antes de partir?—preguntaba inquieta Inés María a Alejandra en tono que queja.
—Calla, que te pueden escuchar—bisbiseaba Ana Celeste asustada.
—Será solo un momento Inés María, dentro de poco partiremos—alentaba a sus hermanas la mayor de ella.
Terminado el confesionario las llenaron de estampas y rosarios. El monaguillo Eugenio, quien favoreció a Inés María con la merienda los domingos de catequesis otorgándole golosinas de más, las miraba tristes, ya comenzaba a extrañarlas.
—Volveremos pronto—le dijo Inés María mientras rozaba con sus manos enguantadas aquel rostro turgente.
La despedida de la villa fue triste, pero estaban deseosas de conocer el nuevo mundo que les esperaba. Tuvieron muchas cosas que extrañar de la villa, pero la idea de viajar al campo las atrapaba y estaban deseosas de ver a su tío Don Ramón Corbet. Partieron en dos carruajes acompañadas de varios esclavos que le regalaba Doña Luisa a su hermano, y además dos mulatas que las sirvieron a cada una, los esclavos iban detrás del mayordomo quien cabalgaba junto a las damas, todos en su conjunto formaban una caravana, las señoritas agitaban sus manos diciéndole adiós a su madre y a las amigas presentes en la despedida. Comenzando el trayecto y con el corazón apretado fueron acomodándose hasta quedar dormidas soñando quizás con el destino, que les revelaría incierto, en tierras lejanas.
Llegaron llenas de ímpetu y con una alegría inusitada a la hacienda "La Prodigiosa" donde el señor Corbet las esperaba. Las tres niñas se abalanzaron hacia él y en la calurosa acogida les fueron entregados los esclavos de regalo y se les presentaron a las invitadas toda la servidumbre.
La hacienda contaba con una verja alta y un inmenso jardín dividido solo por la entrada de la casa, era inmensa, de madera majestuosa, anchos corredores y amplios cuartos, detrás algo lejos, estaban los barracones. En el patio encontraron sembrados y plantas que les resultaban desconocidas, las dalias, el galán de día, nomeolvides, gardenias y muchas rosas, todas hacían un magnífico contraste colorido, algo muy natural, también árboles frutales que regalaban al aire su aroma. Cerca del patio estaba la caballeriza y la cochera donde prevaleció el olor de las bestias, monturas, cueros y bayetas, y se mantuvieron a los caballos siempre limpios, allí se guardaban sus alimentos, el heno, la hierba fresca, maloja e incluso avena y sacos de maíz en demasía.
El señor Ramón les enseñó sus mejores corceles, era su orgullo montar sus relucientes potros y pasear luego con altanería tirando de sus coches pulidos. Mientras Inés María y Ana Celeste se entretuvieron con el cuadro campestre Alejandra conversaba con su tío sobre los duros momentos que sucedieron a la muerte de su padre, de la educación que él les había prodigado, habían tenido una gobernante de francés y otra de inglés pues su padre viajaba y les enseñaba a sus hijas que cuando se visita un país se deben conocer sus lenguas y costumbres.
Alejandra observaba ensimismada el respeto y la obediencia de los animales a la voz del amo y por primera vez rozaba sus manos sobre el morro y la crin revuelta y brillosa del corcel de su tío.
—Tío, ¿Te has dado cuenta que los ojos de los animales son como un pozo profundo y vacío? No son como los nuestros que reflejan como espejos lo que el alma puede esconder, donde emana la vida y el espíritu.
—En ellos hay más Alejandra, aún no los conoces necesitas tiempo para comprenderlo, pero en estas bestias hay muchos más, quizás algún día te des cuenta.
Los rayos del sol se desvanecieron en fulgurosos violáceos en el cielo que se esparcieron hacia el ocaso seductoramente.
Don Ramón se dirigió a sus sobrinas :
—¡Vamos, es hora de cenar!—les dicta a la vez que las abraza.
En Don Ramón Corbet prevalecieron rasgos finos, nariz naciente desde el encuentro de las cejas anchas y pobladas, una melena negra brillante y labios pequeños, pómulos salientes que airaban su rostro, era alto, de hombros estrechos que lo hicieron parecer más esbelto, vestía pantalón y chaleco de dril crudo oscuro y ostentaba un brillante en la leontina del reloj y como hijo de Andalucía vivía orgulloso, pues en la Isla se hubo convertido en un hombre leal y honrado. Enviudó joven y pasaba todo el tiempo en su hacienda aún en contra de la voluntad de su hermana quien deseaba tenerlo a su lado en la villa.
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"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)
RomanceEn Valle Alto, una de las haciendas más grandes y fructíferas de la Cuba colonial, sucedía un acontecimiento que marcaría a la alta sociedad durante muchos años. Don Miguel Lombardo acababa de quitarse la vida, dejando su legado y una herida mortal...