Capítulo 17.

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El Sol poniente vestía de rosado el valle, el señorito Lombardo, con todo el dolor de su alma a flor de piel se propició un baño para refrescar sus turbaciones, ñ eran muchas las cosas que desconocía,
pensaba en el destino, su tía lo culpaba, y para él no era más que el hades que muestra su rostro de muerte, esta vez lo embargaban sentimientos indescifrables, acababa de conocer el pasado de sus padres y su familia materna, se sentía debatido entre el amor por su tía y el odio hacia los del campamento, ellos lo habían privado del amor de un padre. Ahora todo se mostraba distinto, sabía que habían sido víctimas de un amor que no fue aceptado.

Las oscuras señales de la noche adornaban Valle Real, en el despacho conversaban Don Manuel y su hijo Diego:

—Manuel Antonio estuvo aquí, los esclavos le hablaron de tu abandono—le dijo el señorito Diego a su padre.

—Los esclavos no tienen derecho a nada, menos a hablarle a mi sobrino, lo único que tienen que hacer es trabajar.

—Hablas como mi abuela, pero recuerda que la tierra necesita de su dueño y los negocios para que prosperen hay que atenderlos.

—¡Para eso estás tú!, eres mi sucesor y ya deberías buscar compañera para rehacer tu vida. Necesitas tener hijos para que le enseñes todo lo que sabes y se mantenga nuestro linaje como ha sido
siempre, no sé que piensan mi sobrino y tú.

—Por él no te preocupes, parece que ha encontrado a alguien.

—¿El te lo ha dicho?

—Sacarle las palabras de su boca es querer alcanzar el cielo, es casi imposible, pero su corazón lo
delata.

—¿De veras que está enamorado?— sonrió pícaro Don Manuel.

—No entiendo por qué ha tardado tanto en enamorarse.

—No trates de entender lo que no tiene explicación.

—Sé que el pasado de mi primo es la causa de su sufrimiento, ¿por qué usted nunca me ha hablado de Don Miguel y su esposa?

—Déjalo, no tienes derecho a remover el pasado, yo sufrí mucho el destino de mi hermano cuando se enamoró de esa mujer, Miguel destruyó su vida por el amor de una mujer que no lo merecía.

—¿Era pobre?

—Peor aún, era gitana.

—¿Gitana, de esas que andan disueltas por todos los lugares?

—Una de ellas lo enamoró, de ahí nació tu primo ¿Entiendes por qué no podíamos quererla?

—¿Y Doña Gina?

—Es también una de ellas, quiso imponerse y ahora es la más querida de mi sobrino, pero lo ha educado bien, esos bastardos tienen poderes.

—Papá, ¿no vas a creer esas cosas?

—No Diego, no sabes lo que oculta la naturaleza.

En "La Prodigiosa" la señorita Alejandra montaba al corcel con el cual aprendió a cabalgar, el alazán llegaba majestuosamente, mientras ella rozaba sus manos por la mancha de pelos que distinguía a su morro, con la derecha le ofrecía heno fresco y pastaba el animal, con briosos movimientos, abría las patas delanteras para acomodarse y arrancar las hierbas a su alrededor, tenía el mejor aspecto, sus formas eran muy fuertes, estaba bien cuidado, su crin flaqueada y su color bermejo lo haclan sobresalir, sus patas tenían singulares manchas blancas hacia los cascos peculiaridad que lo resaltaba extraordinariamente. Ya cansada terminó su paseo, regresó a la casona y en el pórtico se encontraban su tío y sus hermanas.

—No deseo que se marchen, me dejarán muy solo—advirtió Don Ramón con nostalgia.

—Vamos que no es para tanto—interpeló Alejandra al entrar.

—¿Por qué no vienes con nosotros tío?—preguntó Inés María.

—Tu madre tiene planes muy lindos, me dice que tiene una sorpresa para ustedes y que deben partir hacia allá.

—Yo no deseo irme aún.

—Es lo que les pide Doña Luisa, ella sabe que es lo mejor para ustedes se los aseguro.

—Pero tío, si usted intercede por nosotras podremos esperar un poco más.

—Doña Luisa no permitirá nunca que cambie sus planes— dijo él con seguridad.

Las tres hermanas se miraron angustiadas, Alejandra acababa de hacerles saber que sentía algo en su pecho que no podía ocultar y para darle un vuelco a los sucesos añade:

—Está bien, si no vuelven la jaquecas, partiremos el fin de semana, volveremos a la villa.

En la joven se arremolinaban su dulzura y exquisitez y la fogosidad de un alma indetenible que busca liberarse convirtiéndose en el enemigo encarnizado de su destino.

La noche brillante con su tez de ébano y un viento maléfico que sumía a todos en un sueño, desplazaba al ocaso que hermoso, singular e igual cada vez, quedaba inadvertido en vestigios de
ombras; se desnudaba y descubría sus pieles y encantos cual prodigiosa que no se deja amar. Con profundo poder en los cielos y en la tierra desaparecían los rayos lumínicos, los ardores de fuego y
rosa, de nubes y granizos en armonías de luz; lo envidiaba la aurora, descubriéndoles a los hombres antes que a ella.

Esa misma noche en Valle Alto su dueño recibió a su amigo Rodolfo del Clarín, compañero inseparable de toda la vida; entre dos columnas talladas, sentados en sendos sillones, conversaban.

—¿Han regresado tus hermanas del viaje?

—No Manuel Antonio, esas cuando parten no quieren regresar.

—Debes extrañarlas.

—No lo sabes bien, la casa está vacía sin ellas.

—Tienes una familia muy bella, eres dichoso. Siempre he admirado a Doña Isidora del Castillo por su inteligencia.

—Es su naturaleza, pero jamás se compararía con nosotros, no podría nunca administrar sus bienes, testar y cuidar de los negocios como hemos aprendido a hacerlo.

—Las mujeres pueden hacer lo que se propongan, hasta deberían elegir con quien formalizar matrimonio. ¿Sabes por qué el matrimonio de Diego Fracasó?

—La señora Aldama demostró ser una pérdida, ella no tiene perdón.

—La culpa es de nuestra sociedad, los matrimonios impuestos, lo único que demostró es que amaba a otro hombre.

—No te entiendo, me hablas y siento que eres otro, es que estás enamorado de Alejandra y temes que esté comprometida, no sabes si es libre para amarte ¿Cierto?

—Bien que me conoces, yo no sé si está comprometida o no, sin deidificarla, ella es especial y muero de miedo por perderla.

—Vamos Manuel Antonio, ¿le temes?

—Me temo a mí mismo.

El señorito Rodolfo era uno de los pocos mozos que conservaba la modestia y el acercamiento hacia el señorito Lombardo, le mostró su mundo, su educación y la de su familia, la señora Doña Isidora del Castillo era de procedencia catalana pero había nacido en la isla y contrajo matrimonio con Luis Felipe del Clarín; se convirtió en terrateniente al heredar bienes de su familia, y como rico propietario compró haciendas ganaderas y se enmarcó en otras producciones. Su hijo había adquirido vegas de tabaco donde explotaba el trabajo esclavo, sus hermanas disfrutaban de una magnífica educación y ponían en práctica, en sus viajes por Europa, los idiomas aprendidos.

"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora