Capítulo 13.

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El regreso se imponía inoportuno, después de tomar el almuerzo y revisar sus asuntos, montaron nuevamente sus bestias y retomaron un atajo hacia la hacienda, el señorito contemplaba a su amada lánguidamente, así de cerca sus cabellos se mostraban mucho más hermosos que de costumbre, la observaba contraerse en las sacudidas del animal, aumentando la velocidad del galope, abalanzando sus brazos como una parte danzaria de su éxtasis irreprimido, conteniendo en su pecho las ansias de llegar. Esos encuentros los unían cada vez más, a ellas como hermanas, y a él en el amor inmenso que sentía.

A llegar a Valle alto Doña Ceci les tenía preparado una sorpresa:

-Su tío está aquí-exclamó eufórica.

Las jóvenes se abalanzaron hacia el interior en busca de Don Ramón.

-¿Ha venido o lo ha mandado a buscar?-le dictó el nieto y se enfrentaron a miradas distendidas.

-El había enviado un mensajero para saber como estaba su sobrina y yo le envié una nota respondiéndole que se encontraba perfectamernte, recorriendo mis tierras.

-¡Abuela!-gritó él iracundo-¡No tenías derecho!

-¿Que pretendes, que sigan aquí por siempre?

-Eso es lo que más quisiera-respondió en el máximo de la ira y con inexorable ademán le desaprobó sus actos.

Al entrar las encuentró contentas, Alejandra se apresuró hacia él y le dijo:

-Hoy usted ha hecho algo glorioso, nos ha hecho muy feliz.

-No existe tal gloria Alejandra-aseguró con tristeza.

-Si hay beneplácito es entonces gloria.

El se acercó un poco más a ella y fue cuando descubrió el cambio de sus ojos, estaban grises, sombríos, como los del cielo en una tarde invernal, las hermanas se alborotaron exultantes y él reprimía el enojo de verlas partir, sin pestañear siquiera, la emoción centellando en su mirada y consumido por el fuego de la ira las siguió hasta el portón.

Con la puesta de sol se marchaban, habían transcurrido cuatro días desde el pequeño accidente, el señor Ramón había traído su coche para recogerlas. Estaban todos afuera, hasta las esclavas
domésticas, las niñas le habían dado vida a la casa, la señora Gina observaba la forma en que furtivamente se miraban su sobrino y la mayor de las Fontalbo, comprendía el renacer
de sus sentimientos, sabía ahora que no fueron en vano las humillaciones sufridas por Doña Ceci cuando
Miguel murió.

Con una ardiente sutileza Alejandra le extendió la mano al joven en señal de despedida y argentaron sus ojos al sentir la fiebre de aquellos labios que sometían su piel y su cuerpo, con el pie en
el estribo él la ayudó a subir al coche, posó su mirada sobre la de él y al verse reflejada titubearon al decir:

-Gracias por su dedicación, he pasado unos días maravillosos aquí.

-Es a usted a quien debo las gracias por mostrarme su hermoso mundo.

Entró ella conmovida al coche y él con el corazón desecho se retiró, habían lágrimas en los ojos de las niñas pero el alma que más sufría era la suya. Ellas se marcharon diciendo adiós a la vez que
extendían sus manos en señal de despedida, comenzaban a sufrir una improvisada nostalgia.

El camino de regreso era el mismo pero con emociones transformadas, las Fontalbo sin observar siquiera el entorno que abandonaban, sentían que algo se mecía en sus almas con el mismo ritmo de los coches, solo sus cuerpos se dejaban llevar dócilmente porque sus pensamientos y recuerdos quedaban allá.

Al legar a "La Prodigiosa" Lamó y los demás esclavos domésticos corrieron a alcanzarlas, ellas se alegraron por el cariño demostrado el mismo que renacía hacia ellos, una esclava en ademán
impremeditado se tendió a los pies de la niña Ana Celeste y besó apasionada los rasos de su vestido, inmediatamente ella la alzó y besó su mejilla parda, de todas las esclavas era Flora la más leal, había
nacido en la isla y heredaba de sus padres la esclavitud; con suerte Don Fernando Fontalbo era el dueño y siendo aún una niña comenzó a ser criada en la casa para servirle de compañía a sus hijas así creció apegada a Alejandra, tenían la misma edad, y sus dueños no abusaban, por el contrario, lejos de
exigirles los cuidados que le pedían a las demás como retocar sus peinados a cada momento, abanicarlas y atenderlas cual si fueran muñecas de porcelanas, se le brindó una ensefianza media, era
una de las pocas esclavas que sabía escribir y hablaba buen español.

Ya en la alcoba Alejandra cambió sus ropas con la ayuda de Flora quien tímidamente se atrevió a hablarle de ciertas cosas que había escuchado decir del dueño de Valle Alto:

-Niña si su madre se entera de seguro viene y se la lleva, usted debió sufrir mucho en esa casa donde todos cuentan que el amo es un ogro, dicen que es muy malo.

-Pues cuentan mal, he pasado solo cuatro días en Valle Alto y han sido los más transcendentales en mi determinación, la forma en que el señorito Lombardo me trató fue la más inesperada y la más bella.

-¿De qué habla niña?

-No lo entenderías, solo puedo decirte que los disfruté tanto que pasaron inadvertidos y a la vez fueron como semanas de tantas cosas que pudimos conocer, allí la naturaleza es más exuberante. Fuimos a las fincas productivas de su propiedad.

-¿Fue sola con él?

-Ana Celeste e Inés María acudieron también-advirtió rápidamente en defensa de su castidad-, pero una cosa te aseguro lugar como ese no existe, hace dos días del fuerte viento y las lluvias y puedo contarte que estando allá me escabullí hacia el portón y pude ver las nubes que corrían veloces, en el
horizonte se sometían las palmeras por la fuerza de las ráfagas, luego comenzó a tronar y a relampaguear, mis hermanas salieron asustadas buscándome y yo deseaba quedarme allí contemplando la furia de la tormenta, las aves huyendo despavoridas, las nubes oscureciéndose y tiñendo de sombras la inmensidad azul, intento decirte que hasta los malos días los pude disfrutar.

-¡Ay mi Alejandra!, de milagro no enfermó-aseguró angustiada la esclava mientras le peinaba sus cabellos.

-Flora, no puedes imaginar como me he sentido.

De bruces cayó sobre su cama, dibujó en su memoria el claro río que lleno de piedras entre barrancos aceleraba sus aguas; la ceiba que altanera e insuperable era la única que permanecía inflexible ante aquella tempestad, su tronco grueso endurecido por los años; era inmensa en verdad,
sus ramas más bajas se extendían dejándose mecer agitando sus hojas que caían frescas formando una alfombra en el camino unido a las hierbecillas y flores que acolchonaban la fértil tierra, Alejandra, deseosa de perdurar en aquel mundo lo retenía vívido en su memoria.
Flora acomodaba sus vestidos y sus prendas en el instante que llega una de las esclavas de don Ramón.

-¿Desea algo su merce?

-Si Lili por favor, prepárame uno de esos tesecitos de tilo y menta que tanto bien me hacen, extrañaré todo esto cuando me marche.

-Se lo haré endulzaíto como a uste le guta, pero ¿por qué se tiene que ir?

-Mi madre nos espera, ella quiere casarme-dijo la joven con amargura.

-Pero ya puede casarse, uste e una moza bela de seguro hay mil señoritos ricos loquitos por su merce.

-No es justo que sea con quien ellos decidan sino con alguien a quien yo ame-su voz se quebró de inmediato y calló.

-¿Ama uste niña?-preguntó Flora que la escuchaba atentamente.

-No, no estoy enamorada, es que no es justo que te impongan con quien debes formar familia.

-Dice la nina Ana Celeste que el señorito Manuel Antonio la ama-alegó nuevamente Lili.

-¿Qué dice, está loca?, iré a verla ahora mismo antes de que le diga semejante tontería a alguien más-gritó exaltada y se incorporó de su cama quedando frente a la esclava.

-No su merce, no vaya a ver a la niña, yo soy bruta de seguro lo confundí todo y ella va a molestarse conmigo-agregó asustada.

-Me quedaré por ti pero Ana Celeste luego sabrá que el señorito solo fue amable, un verdadero caballero con nosotras, eso no indica que el esté enamorado, ¿qué sabe ella de amores?Nada, no sabe nada, ahora tráeme el té que te pedí, me costará dormir esta noche.

"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora