Capítulo 27. "Final".

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Doña Luisa y el Conde se presentaron en la sala. Manuel Antonio se sorprendió aún más al ver los rostros contraídos, estaba frente al prometido de Alejandra el cual sabía que tenía delante al hombre que Alejandra amaba, el corazón le decía que era él.

Don Ramón se encargó de presentarlos y añadió:

—Alejandra se dirigía hacia sus tierras cuando tuvo el accidente.

—¿Un accidente dice?¿Dónde está ella?—preguntó preocupado.

—Ella está en cama y yo aún no me explico cómo se atrevió a atravesar sola esos bosques, hacia su hacienda¿Para qué?—indagó indignada la madre.

—¿Puedo verla?

—Pase usted—respondió Don Ramón—Le haré avisar con una esclava que ha venido a verla.

Flora le avisó a la señorita de la visita pero ella llena de pesar y evitando ser vista de esa manera le pidió que esperara. Manuel Antonio en la cúspide de sus emociones irrumpió en su alcoba.

—¿No desea verme?

Alejandra se asustó y quedamente lo miró.

—No es eso señorito...

—¿No puede tan siquiera decir mi nombre?

La esclava se marchó a una señal de su dueña y el joven se acercó a ella.

—Manuel Antonio, por favor—lo miró con intensos sentimientos.

—¿Qué teme?¿qué al decirle lo que siento no pueda marcharse?Si no acepta mis sentimientos¿Por qué fingió mi amistad?

—No nable así—respondió enérgicamente y se levantó agraviada.

Resultaba hermosa aquella foma natural, sus labios casi pálidos y toda la cabellera revuelta sobre su espalda y escapadas fibras deslizadas sobre su pecho. Ambos tenían los rostros contraídos, a la vez, todo su rostro observándose cada línea de sus cuerpos, perdería si el corazón le latía imperiosamente al contemplarla así, en su más espontáneo encanto, era la más hermosa mujer. Ella lo miraba complacida, cada senda de aquel cuerpo varonil le demostraba entrega total, la mirada del hombre que tenía ante sí estaba reverdecida, sus labios sensuales y airados rostro emanaba una fuerza abrasadora que lo embellecía cual destello de mágica luz. Manuel Antonio la encontró hermosa, no podía resignarse a su pecho erguido, se le ñ enfrentaba esperar o vencer en la batalla final.

—Alejandra usted me dio la vida, se lo debo todo—dijo acercándose ante cada palabra.

—No hable así por favor—añadió suplicante

—Si no puedo decirle lo que siento, dígame entonces que hacer—La sostuvo por los hombros frenéticamente. La ira lo dominaba nuevamente, pero esta vez convertiría ese deseo, con una pasión que lo doblegaba intrínsecamente y continúo—Yo he revivido gracias a usted, llenó mi vida de luz con todo su esplendor, me ha enseñado lo que significa amar, le debo tanto que no podré renunciar a perderla nunca, pero si se marcha sepa que todo lo que logró de mi se irá junto con usted.

La señorita tenía los ojos fijos en él, estremecida por aquellas palabras que reconoció sinceras y sin reparos le respondió:

—Fue mi más deseado sueño que llegáramos a necesitarnos como la raíz al árbol, y que alimentáramos este cariño continuamente, sepa que soy yo quien le debe la libertad, mi espíritu se liberó de las ataduras del pasado debido a usted, a ese amor que nos ha nacido tan fuerte y sublime, que me ha revelado mi esencia, aquí me he conocido mejor, pero hay algo muy importante, la confianza que mi madre había depositado en mí y yo la he traicionado, no sé si podré, entienda—ella se alejó contrariada y él se apresuró a abrazarla sintiendo los ardores de la calidez de su espalda.

—Nadie puede obligarte a casarte con él ¿No lo entiendes?—le reprochó—su tío sabe lo nuestro, me contó lo que le sucedió en el río que cruza mis tierras, Alejandra, ya hemos sufrido demasiado, por favor no más.

—Si yo decidiera marcharme, ¿me odiaría?

—No podría—respondió separándose de ella, pero si desea dejarme, si ya nada la retiene significa que el amor que siente es débil y sucumbe ante cualquier adversidad, yo no puedo luchar solo ni voy a obligarla a nada.

La alta figura del señorito Lombardo se dirigió hacia el umbral de la puerta, miró por última vez a sus ojos y los contempló acuosos, sintió un temor indescriptible y retuvo cada rasgo en su memoria, impremeditado y violentado, sufriendo el dolor punzante en su corazón dio media vuelta y en ese instante escuchó su nombre, lo percibió lejano, como llegado de otra dimensión.

—¡Quédese!—gritó implorante ella y su voz era ahora más revitalizada y segura.

Él se volteó incrédulo, ¿era ella quien le pedía que se quedara?

—¿No ve que moriría si se va? Yo he permanecido aquí por usted, luché contra ese compromiso antes de conocerle como si supiera que le iba a pertenecer, que estaba destinada amarle.

Él regresó hacia ella desahogando sus ansias y como un loco besó sus mejillas, su frente la alzó en sus brazos y le regaló el primer beso que manifestaba aquel amor, rozar sus labios con los de Alejandra y encontrarse con sus embellecidos ojos después, fue la experiencia más maravillosa que pudo sentir jamás, ambos sonreían, ella tímidamente rozó sus mejillas, humedecidas por la emoción naciente, con las de él y ya sin miedos continuó:

—Le he comprendido desde la primera vez que le conocí, sabía que encontraría en usted la entereza y el valor del hombre con el que de niña soñé—le argumentó aún abrazándolo.

—No se imagina cuanto he anhelado este momento, cada día desde que apareció en mi vida, solo puedo asegurarle que la voy a amar por siempre y que nunca habrá ninguna barrera que no sea capaz de romper por conservar nuestro amor.

En el centro de la alcoba permanecieron los dos allí, otorgándose los más dulces y deseados besos, jurándose para siempre aquel sentimiento purificado y libre.

Alejandra consumó su amor en la complacencia de todos al dar el sí en la iglesia de San José y comenzó una nueva vida como dueña de Valle Alto, el señorito Rodolfo aprovechando esa unión comenzó a enamorar a Ana Celeste, pero esta vez tenía que viajar hasta la villa pues después del
matrimonio de Alejandra habían regresado.

El Conde partió hacia Inglaterra, había perdido un amor, pero mantenía su entereza de caballero, había actuado dignamente y eso lo alentaba, por su parte Doña Luisa comprendió a su hija y los bendijo perdonándolos en el fondo de su corazón, a la señorita Carmen nunca más la volvieron a ver, cuentan que juró no amar jamás.

"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora