La villa de San Ignacio enganaló su noche de fiesta con las jóvenes criollas más bellas de todo el contorno. Los López Vega recibieron como anfitriones experimentados a las familias más distinguidas del más elevado linaje, en honor de presentar en sociedad al joven Conde Gustave de Bon Fleur, primo de Doña Gertrudis López Vega. Los primeros en llegar fueron la familia Ortiz del Castillo, acompañados de su única hija Ana de Borrero, luego el señor Román Vieles, su esposa y sus dos mocetones, también los esposos Theodore y María Méndez del Real con su hija María del Carmen, entre los últimos en llegar se encontraron Don Fernando y Doña Luisa Fontalvo que se hicieron de acompañar de sus tres hijas, Alejandra, Inés María y Ana Celeste quienes estaban dotadas de rasgos juveniles alcanzado detalles armónicos difíciles de encontrar. Alejandra era la mayor y la más hermosa de todas, con rasgos encantadores, carácter fuerte y determinado que endulzaba con una franca mirada, lo cual la hacía una muchacha extraordinaria.
Cuando Alejandra entró al salón principal de la casona de los López, todos los mozos se voltearon para verla y acudieron a ella para ofrecerle los respetos y entre cumplidos se disputaron el primer baile. La muchacha vestía un modelo único traído de París y con el color rosa ecentuaba la blancura de su piel, la tela suave aterciopelada adornada con cintas y vuelos realzaba su figura esbelta, y aunque la profusión de telas con sayuela y visón le daban peso a sus piernas, no entorpecieron su ligereza al bailar.
La primera pieza fue una contradanza que se hizo escuchar por su ritmo definido y caracteres netamente criollos. El Conde fue el único galán que la joven Alejandra no pudo rechazar y manifestando las excelentes lecciones de baile recibidas danzaban en sincronía. Todos los observaron y quedaron embebidos, Inés María y Ana Celeste encontraron pareja y le daban al salón un toque mágico. Sus padres sintieron un orgullo inexplicable y mientras conversaban con los demás invitados sobre la situación existente en la Isla, con el contrabando de esclavos y la necesidad que tenían de su fuerza de trabajo, apreciaban que lo que tanto anhelaban pronto se cumpliría. Doña Luisa y Don Fernando recibieron desde dos meses antes una carta del Conde, su amigo, que le pedía que propiciase el encuentro oficial de su hija Alejandra con su hijo Gustave, para concertar luego la fecha del matrimonio, contaba de las disímiles oportunidades rechazadas por su hijo en la corte pero, respetando el pacto de la familia y reconociendo la belleza de Alejandra estaba contento, y los señores Fontalvo con la invitación de los López Vega pensaron que el reencuentro esa noche sería propicio para darle a conocer sus planes, esperanzados en que su hija sería muy feliz si se marchaba a Europa, el Conde era un joven de poca presunción y si bien le resultaba extraño que sus padres prefieran una criolla cubana, reconocía que Alejandra era más hermosa que las demás jóvenes que había conocido, que la dote de su familia era significativa y la amistad que unía a las dos familias eran razones suficientes. Aprovechó la ocasión del baile para conversar como nunca antes con Alejandra. Habían pasado dos años sin verse, ella se había convertido en una muchacha sin igual y él era uno de los solteros más exigentes rendido ante sus encantos.
—Se ha convertido en une belle mademoiselle.
—Por favor no diga eso, será que usted hacía mucho que no me veía.
—Quiero que sepa que estoy muy orgulloso y feliz de los planes que tienen nuestros padres para nuestro futuro.
Alejandra lo miraba fijamente, dejaron de tocar los músicos y se separaron, él tomó sus manos con ternura, en su mirada se descubría todo el amor, que se hacía más fuerte y más seguro. Ella en esos instantes recordaba que de pequeños jugaban juntos, sus hermanas invadían al cortesano y este las pellizcaba enojado, ahora estaba de frente a un hombre muy apuesto, de ojos claros, transparentes y muy sinceros, alguien que la había tratado respetuosamente pero en confianza, ahora él tomaba sus manos y la miraba diferente, a ella le provocaba comicidad su acento francés y cuando la llamaba mademoiselle, se sentía bien en su compañía, pero la inquietaba lo que lo que acababa de escuchar, "nuestro futuro", perpleja regresó hacia sus padres sin saber que pensar.
La alta figura de Alejandra se destacaba por sus líneas inigualables, su rostro lozano, sus ojos negros de un profundo mirar, seguros e inocentes a la vez, y sus cabellos que peinados con tirabuzones danzaban refulgentes sobre su espalda. Era una noche especial, y con el frescor del trópico todos disfrutaban de ella haciéndola única. Terminada la fiesta el coche del Conde la llevó de regreso junto a Ana Celeste, en el otro partían sus padres con Inés María, ellos pensaban que había sido un éxito aquel encuentro, que Alejandra pronto sabría que la llevaba a casa su futuro esposo. En el coche del Conde, Alejandra estaba algo contristada, él tocaba sus manos y ella cautamente las escurría, esquivaba aquella mirada ardiente, le parecía que Gustave era otra persona no aquel mozuelo que de niña le alegraba. Al llegar le agradecieron el gesto y después de despedirlo entraron todos a la casa. Ya en su alcoba Alejandra era peinada por una esclava, Doña Luisa le pidió que se retirara y quedaron a solas.
—¿Qué haces mamá?, nunca entras a esta hora.
—Es que esta noche ha sucedido algo que puede transformar tu vida—decía dulcemente su madre.
—¿De qué hablas?—preguntó Alejandra con una sonrisa inquisitiva, al observar la duda de su interlocutora.
—Es que siempre les he hablado a ustedes del matrimonio, los deberes de la mujer, están bien instruidas, yo no quiero más rodeos, tienes suficiente edad para contraer matrimonio, tu padre y yo estamos convencidos que es el momento y debo contarte que el día de tu bautizo, tus padrinos—dijo ella con orgullo y emocionada voz—ellos decidieron que te casarías con su hijo.
—¿¡Qué!?—gritó exaltada Alejandra—¿El Conde Gustave de Bon Fleur?—inquirió sorprendida.
—Si hija hoy he visto como te mira, se ha enamorado de ti, te mimará y cuidará como si fueras su reina. Esta noche han estado muy unidos, sé que vas a ser muy feliz a su lado.
—Pero mamá, es mi amigo desde que éramos niños, yo no puedo mirarlo de otro modo.
—El ha sido formado para ser un buen esposo, tus padrinos te quieren tanto como nosotros y para perpetuar ese laso, ustedes deben casarse, nos consta su excelente formación, su dote es incomparable, es el mejor partido que puedas encontrar y es muy guapo, no lo puedes negar.
—¿Qué saben ustedes de su formación, acaso estaban allá, saben si las cortesanas lo han profanado?.
—¡Alejandra!—gritó su madre—no hables así, él será tu esposo, está decidido.
Alejandra quedó sola en la inmediación de su cuarto, por primera vez temió por su futuro, todos habían planeado qué pasaría y ella misma ajena a esos planes sintió un dolor agudo en su pecho, si bien era el Conde el mejor pretendiente y un mozo bien parecido, de porte distinguido, con visajes estudiados y una inmensa ternura, en el fondo de sus sentimientos no era eso lo que quería para su vida, para ese futuro ya arreglado. Gustave había sido un amigo, no un hombre que la amaba, ahora todo se descubrió distinto y esos sentimientos encontrados de él hacía ella le hicieron dudar, no podía herirlo, él le expresaba su sentir con sus febriles miradas, en la calidez de sus manos y menos quería lastimar a sus padres y padrinos que tanto la querían favoreciéndole un compromiso que sería la mejor oportunidad que una joven pudiera soñar.
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"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)
RomansaEn Valle Alto, una de las haciendas más grandes y fructíferas de la Cuba colonial, sucedía un acontecimiento que marcaría a la alta sociedad durante muchos años. Don Miguel Lombardo acababa de quitarse la vida, dejando su legado y una herida mortal...