Capítulo 11.

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Mientras tanto el señorito Manuel Antonio y su primo conversaban en el despacho.

—¿Has hecho caso de lo que dicen los demás hacendados acerca del pago de los esclavos?—inquirió Diego.

—¿Acaso no lo harás tú?—preguntó ambiguamente Manuel Antonio.

—Darle manutención a estos negros nos menguará las ganancias.

—¿Es que no hemos ganado suficientemente con los años que hemos explotado su trabajo?—preguntó airado.

—Para, te has pasado allá afuera y pretendes seguir aquí, no tienes que impresionar a nadie más.

—Me ofendes Diego, no pretendo engañar a nadie, todo lo que dije lo he sentido siempre.

—¿Entonces porqué has contribuido a la trata a sabiendas de que es ilegal e inhumano?

—Porque los necesitaba, no se consigue mano de obra muy fácil.

—Está bien, de todos modos la trata se extinguirá, Gran Bretaña ha comenzado una ofensiva abolicionista, y ha habido declaración de abolir en las colonias francesas, el mundo está en contra nuestra y no sé qué será de nosotros entonces.

—Aparecerán hombres libres decididos a trabajar cuando se comience a pagar ya verás, sólo hay que convencer a los más escépticos.

—¿Pero quienes van a arriesgarse a dejar sus producciones en manos de libertos? Hay que tener en cuenta el tiempo en emplearlos, las inversiones en ellos, los bolsillos van a menguar.

—La inversión no será problema, todo terrateniente tiene asegurado su capital y el tiempo sería breve.

—Vamos Manuel Antonio, que no llegue la abolición por ahora, pero hablemos de cosas agradables, son muy bellas esas hermanas y creo que una te ha atrapado, es Alejandra, ¿cierto?

—Sí y mucho, ella me hace feliz en los instantes que menos espero.

—Te has enamorado, gracias a Dios conoces el amor—rió su primo y añadió—benditas sean las Fontalvo.

El señorito Diego Lombardo Del Casal era un joven con características singulares, tenía maneras finas y cuerpo moldeado suntuosamente pero con una convicción varonil que encantaba, sus hombros anchos y altos que elevaban su esbeltez, mirada segura y apasionada, ojos color café que combinaban con sus cabellos de igual tono, cejas arqueadas en señal de envanecimiento. Y un alma con la definición más completa de un hombre.

En su cuarto Doña Ceci, con el rosario entre sus dedos, murmuraba los rezos aprendidos mientras pensaba en lo equivocaba que estaba con las sobrinas de Don Ramón, la idea que antes se había tejido de cazar a su nieto con la mayor de ellas se le ocurrió equivocada, "esa mujer en esta casa echaría abajo todo lo que con sacrificios hemos logrado, ella hace flaquear a cualquier mortal".

Manuel Antonio se unió a las Fontalvo que aún permanecían en el patio interior.

—Aquí es diferente a la Villa de San Ignacio, nunca imaginamos que habría tanto por conocer—le dijo Inés María apenas él se les acercó.

—Nunca antes habían venido—indagó él sorprendido.

—De pequeñas solamente y con nuestro padre—alegó Ana Celeste y un velo de nostalgia cubrió su rostro.

—Por eso hemos aprovechado la ocasión, nuestro tío nos consiente, y al estar aquí nos hemos sentido sumamente feliz—agregó Alejandra que hasta entonces se había mostrado callada.

—Esta es una sociedad apartada, de hacendados, donde se llega a caballo a través de los más maravillosos paisajes, pero les queda un montón de cosas por ver, las procesiones y la otra parte de estas tierras que la vista no alcanza.

"Cuando la tierra tiembla" (En Revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora