II

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Frío, un frío agudo y que la hacia retorcerse en ese duro y escueto lecho. Poca diferencia tenía su cama con el suelo mismo y sin importar cuánto lo intentara, cuánto se frotara contra el colchón, no lograba calentar su cuerpo.

La suave respiración de su compañera de celda llegaba burlona a sus oídos, recordándole con saña que aquella mujer la había despojado de sus mantas de cama. Irene temblaba, esperando que pronto llegara la mañana y así pudiera recibir algo de calor del sol, si es que este no se ocultaba tras las nubes.

¿Cuantas noches aguantaría antes de morir congelada? todo por culpa de Seulgi, si, su anfitriona personal quien, para su sorpresa, no la tomó contra la cama o la violó. Ella presenció en silencio como Seulgi, luego de aquel roce de sus bocas y con una burla cruel, tomaba las mantas de cama asignadas a Irene y las ordenaba pulcramente sobre su propia cama, mirando de reojo a Irene y ladeando una vil sonrisa. La nueva reclusa no tuvo coraje para reprobar tal bajeza y simplemente se resignó a la idea de que pasaría frío por las noches.

Sin embargo frío era decir poco, seguramente se sentiría más calor estando a la intemperie, no sentía los dedos de los pies, aún cuando estaba usando zapatos. Se cubría el rostro con sus manos en un intento por entibiar el aire que entraba por sus fosas nasales, nada servía. Se removió una vez más, ocasionando que uno de los resortes de su cama rechinara, escuchó a Seulgi decir algo inentendible y rogó a sus pensamientos porque la mujer no se molestara y decidiera propinarle una golpiza o llevar a cabo la prometida consumación del acto carnal.

– ¿Tienes frío? – preguntó Seulgi con voz adormilada.

– Si. – suspiró en respuesta.

– Hmm.

No dijeron más. Irene escuchó como Seulgi al parecer volvia a su mundo de morfeo, ignorando su padecimiento y ronroneando con pereza mientras se removía en su cama, haciéndole sonar las mantas que la envolvían, manteniéndola apartada del frío glacial, maldita bastarda. Cuando el cansancio finalmente logró vencer al frío, se dejó llevar por el sueño, despertándose de vez en cuando por el gélido frío pero milagrosamente volviendo a dormirse, tenía que buscar una manta para su cama y buscar la forma para que Seulgi no se la quitará ¿No había dicho que era su puta? ¿Quién trataría así a su puta? Eso era como muy, muy vil. Mierda, Irene tenía demasiado que aprender.

– ¡Arriba bastardas! Que es hora del desayuno ¡Vamos, vamos!

Las cuencas oculares de Irene se removieron por debajo de sus párpados, siendo consiente de que debía despertar pero encontrándose demasiado fatigada como para abrir los ojos. Estaba agotada, física y mentalmente, sin fuerzas para llevar a cabo los comandos que su cerebro le ordenaba, escuchó una respiración jadeante, unos golpes secos y unos gruñidos que llamaron su atención. Con sumo esfuerzo y alabándose a si misma por ello, logro abrir los ojos, paseandolos por la extensión que conformaban esas cuatro paredes; cuando logró enfocar su vista, apoyándose en los codos y soltando un último espasmo por el frío que había traspasado su piel, alojándose en el interior de su cuerpo, vio a Seulgi. La garganta de Irene estaba seca e irritada, no quería pronunciar palabra alguna, temerosa de lo que resultaría de ello; sus ojos recorrieron por completo a la mujer y un nudo se alojó en su vientre, tirante y doloroso.

Cada uno de los músculos de su cuerpo se apreciaba excepcionalmente trabajado y tonificado, abdomen bien definido, brazos y piernas torneadas, envuelta en una capa de sudor perlado que hacía lucir el bronceado de su piel y resaltaba la amalgama de tatuajes que la mujer llevaba. Irene parpadeó sin dejar de analizar a esa Diosa Griega con morfología humana que tenía frente a ella. ¿Esa era la mujer que la había hecho su prisionera? ¿Esa era su dueña? Wow.

Seulgi tenía las manos enguantadas y su torso únicamente con un top, sus pies estaban vendados y daba pequeños saltos, encorvandose para levantar sus piernas alternadamente y golpear el saco de boxeo frente a ella; un solo golpe de esa mujer y podría decirle adiós a su vida, sintió lastima por ese saco de boxeo y rogó para no convertirse nunca en él.

𝑷𝒓𝒊𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒓𝒂 | 𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora