XXIII

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-¿Por qué? -preguntó conteniendo la ira. Voz profunda y lenta, como un rugido vibrante emergiendo por sus cuerdas vocales.

Reynolds estaba sentado frente a Seulgi. Grandes ojeras violáceas adornaban su rostro. Aquella contextura atlética que provenía de su época como boxeador profesional resaltaba en su suntuoso traje. El mecenas soltó un suspiro y negó con la cabeza; Seulgi supo que el asunto era más serio.

-Ten. -Sacó del bolsillo interno de su chaqueta un papel doblado a la mitad y se lo extendió a la emperadora, quien lo recibió con un amago de hesitación.

"Un pequeño recordatorio de quién soy yo y quién eres tú. Irás a la fosa y harás lo que te encargué o tendré que hacer una llamada y asegurarme de que trasladen a tu puta a una lejana penitenciaria."

Nuevamente, su padre. El recuerdo de la conversación que tuvo con el hombre picaba en sus intestinos. ¿Quién demonios era el tal Ivanov y por qué razón su padre lo quería muerto?

-Maldito enfermo. -Arrugó el papel.

Moliendo sus dientes y con sus nudillos blancos debido a la fuerza con la que empuñaba las manos-. Maldito... Infeliz.

-No puedo hacer nada. Lo siento... Tengo las manos atadas, si no pongo a Tae en la fosa, estoy jodido. -Seulgi negó con la cabeza.

Irene no podía convertirse en su talón de Aquiles. No podía arriesgarse. Su... Su chica no podía salir lastimada. Era ingenua y suave, sonreía demasiado. Seulgi amaba que Irene sonriera demasiado porque las mejores sonrisas eran las que le daba a ella.

-Debe haber una maldita forma, Reynolds. No puedes hacerme esto... ¡No puedes hacerle esto a Tae!

-¡¿Crees que yo quiero esto?! -Gritó arrebatando la carta arrugada de las manos de Seulgi y lanzándola al suelo-. Tu padre no ha dejado de joderme los cojones desde que tomé los torneos.

-Voy a matarlo. Debo matarlo.

-Ha Neul sabía que querrías hacer eso. No está, intenté contactar con él y se ha ido a un congreso en Estados Unidos. Dejo órdenes y corrió justo lo que podría - esperarse de una rata cobarde. -La voz de Reynolds estaba llena de desprecio. Seulgi podía casi tocarlo.

-Debería haberlo matado cuando pude.

-Si, pero no lo hiciste.

-No puedo matar a Tae.

-Entonces ella tendrá que matarte a ti.

-Debe haber otra manera.

-No la hay y si me preguntas... -Reynolds se colocó de pie e hizo un gesto a uno de sus hombres para que le entregasen un puro; necesitaba fumar-. Espero que gane Tae. Si tú murieras... tu padre dejaría de ser un grano en el culo.

Seulgi asintió. Era verdad, para Reynolds sería mucho más fácil si simplemente muriera, pero no podía hacerlo; ya no quería morir. Se mantuvieron en aquella roñosa y fría habitación mientras el mecenas fumaba su puro. Seulgi no dejaba de pensar, buscaba maneras de cambiar los hechos, una salida de escape. Nada, no había nada. La realidad la golpeaba, haciendo caer pedazos de su muralla de defensa. Ha Neul seguía teniendo poder sobre ella, no iba a dejarla libre. Seulgi jamás sería libre. Luego recordó a Irene. Recordó sus ojos cafés, su eye smile, su respiración suave y sus muecas de enfado. Recordó la vez que encontró la libertad con ella. Algo que su padre jamás podría arrebatarle.

-Reynolds... Necesito que me hagas un favor.

Y su mecenas sonrió, botando el humo por la nariz y negando con la cabeza. Las personas en deuda siempre tenían un sitio reservado para él.

𝑷𝒓𝒊𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒓𝒂 | 𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora