Era de esas mañanas, cuando tanteaba la cama y estaba demasiado frío, aquello indicaba que llevaba bastante tiempo sola entre las sábanas. Lo odiaba. Se levantó maldiciendo por lo bajo, frotando sus ojos con los dedos pulgar e índice de una mano. Sentía la garganta seca y un leve dolor de cabeza. Buscó con la mirada sus zapatillas de dormir, aquellas que Irene la obligaba a tener para que no caminara descalza por la casa. Sí, a veces Irene podía ser un grano en la vagina, y por a veces era prácticamente la mayor parte del tiempo. Lo cual, de acuerdo, podía hacer que Seulgi quisiera ponerle un tapón en la boca; no lo hacía, pero la idea parecía cada vez más tentadora, como cuando Irene la sermoneó durante tres horas por haber manchado su sofá color cappuccino con salsa barbacoa.
Abrió las cortinas y tuvo que parpadear reiteradas veces para acostumbrarse a la luz ya que era un día malditamente soleado. Siendo honesta, ya se había acostumbrado. Ni siquiera podía imaginarse viviendo nuevamente bajo un cielo gris y pisando tierra húmeda por el frío. Seulgi había aprendido a odiar el frío. Respiró profundamente al abrir la ventana, el aroma de las malditas gardenias que debía regar cada tarde a las seis con treinta minutos, por órdenes de Irene, llegó gratamente a sus fosas nasales. Jamás admitiría que le gustaba el aroma de aquellas diabólicas flores.
Salió de la habitación principal, de aquel aposento que tenía el perfume de Irene en las sábanas de la cama, que tenía una chueca repisa de pared con algunas fotos enmarcadas. De paredes que Seulgi insistía eran blancas e Irene gritaba, como si fuera la peor ofensa, que eran de color crema de nieve. Buscó rápidamente en la pequeña y rústica cocina, frunciendo el ceño al ver la cafetera encendida. Se suponía que Irene dejaría de beber café, se lo había prometido. Salió al jardín trasero, a ese pequeño paraíso de árboles frutales donde Seulgi había armado un magnífico set campestre, a sus ojos, para que pudieran pasar sus tardes recostadas en cómodos y grandes sofás de exterior bajo la sombra de los árboles. Vio a Irene acurrucada en sí misma, con la mirada perdida y una taza cerca de sus labios. Tenía sus piernas recogidas y los labios levemente morados, lo que implicaba, llevaba demasiado tiempo en el jardín, seguramente desde la madrugada. Curvas suaves, pies descalzos y su piel reflejando con soberbia los rayos del sol. Sus ojos vagaban en algún punto del suelo. Llevaba una de las sudaderas de Seulgi y una simple braga, sin ser consciente de cuan vulnerable se veía al usar la ropa de la coreana.
Seulgi caminó pausadamente hacía Irene, no dijo nada. Algunas veces era así, no había sido todo un cuento de hadas desde su reencuentro, distaba bastante de serlo. La libertad tuvo un enorme precio, uno que no pagó solamente Seulgi, y había días malos, días donde Irene no podía con los recuerdos de aquellos meses donde pensó que Seulgi estaba muerta. Y despertaba, sintiéndose perdida, temiendo del mundo. Buscando apartarse, sin percatarse de cuanto lastimaba a Seulgi con eso. Por lo general estaban bien, debían estarlo. Ya había pasado un año desde que se hubieron reencontrado en La Digue, un año que llevaban viviendo en aquella isla de clima y paisaje soñado. No había sido tan difícil para Irene lograr aquel cambio en su vida sin levantar sospechas, no con Tiffany cubriéndole la espalda. Oh sí, la maldita rubia hija de puta. Tiff a quien Seulgi no había vuelto a ver desde que mataron al último socio de Ha Neul. En realidad, Reynolds mencionó algo de caipiriñas en el caribe junto a Taeyeon. ¿Cómo era que la puta de su hermana había salido de prisión? Seulgi no tenía idea y Reynolds se negaba a darle detalles. Algunas veces ocultar cosas de quienes amas es la única manera de protegerlos. Y con ellas ocultas, protegidas, todo transcurría con una deliciosa y peligrosa calma, con el conocimiento de que en cualquier momento su teléfono sonaría y le avisaría que el momento del último golpe había llegado. La consumación del plan maestro de Ivanov contra Kang Ha Neul; aquel designio que llevaba a Seulgi a disparar una última vez.
Irene ya no debía tener miedo, ni Irene ni nadie cercano a ella, puesto que de su padre ya no quedaba más que una sombra en un registro militar. Ha Neul había caído, lentamente cada día durante los meses que Seulgi y Tiffany se dedicaron a dejarlo desprotegido y vulnerable. Y finalmente, luego de un maldito año, con la certeza de que su padre ya no tenía jurisdicción ni protección de las fuerzas militares del Reino Unido y, por el contrario, solo era un coronel jubilado y con múltiples cargos imputándosele en los tribunales de justicia; Seulgi era libre. Podía dormir tranquila, con unas cuantas armas guardadas estratégicamente en la casa donde pasaba sus días con Irene. Aquel acogedor y fausto paraíso llamado hogar, porque era donde ambas debían estar. Donde había leños mal cortados en el pórtico junto a un par de zapatos con barro, donde había juegos de cortinas que no combinaban porque Seulgi se negaba a que Irene fuera la única que tuviera voz y voto en la decoración; orgullo de macho alfa al estilo Seulgi. Eran ellas quienes convertían aquella casa en un hogar. Era Irene con sus suaves bailes en las mañanas mientras preparaba el desayuno al ritmo de la música. Era Seulgi, maldiciendo cuando alguna de las lluvias espontaneas de la isla se dejaba caer a los pocos minutos de que hubiese tendido la ropa en los cordeles. Y la amaba malditamente demasiado. Incluidos los días malos, los días donde su Irene no era suya, sino una sombra presa del dolor de su pasado. Y era una rutina, una donde la coreana, cuyos cabellos ya se apreciaban mucho más largos, llegaba hasta Irene; besaba sus fríos labios y acunaba su rostro con ambas manos. Se miraban en silencio durante minutos, hasta que Irene finalmente parecía recuperar la noción de sí misma, del lugar donde se encontraba.
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𝑷𝒓𝒊𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒓𝒂 | 𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 |
Fanfiction𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 - Cuando Bae Irene escuchó la sentencia del jurado, el mundo se desmoronó ante sus fanales vidriosos e índigos, condenada a 5 años de prisión por una negligencia médica que no cometió, fue trasladada hasta una penitenciaria de máxim...