VIII

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- ¿Qué tal un pez y una caña de pescar? creo que va bastante bien con lo nuestro.

- ..Irene..

-Uhm, no, mejor no, ¡ya sé! una leona y una domadora de leones -Seulgi le dió un último golpe a su saco, antes de voltearse en dirección a la doctora que yacía desnuda sobre la cama, tapada únicamente de la cintura para abajo por el edredón de pluma rosa. Arqueó una ceja y se limpió el sudor de la frente.

- ¿Una leona y una domadora? ¿y cuál se supone que eres tú?

-Hm... la leona obviamente - Seulgi soltó una estruendosa carcajada, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su sudado y desnudo abdomen.

-Tengo la leve impresión que te estás riendo de mí.

La coreana dejó escapar las últimas bocanadas de aire entrecortado y se enderezó. Irene la observaba con sus mejillas ruborizadas y un pequeño puchero, tenía una expresión cansada y unas violáceas ojeras.

-Deberías estar durmiendo. -Le reprochó Seulgi.

-¿Dormir? ¿teniendo a mi dueña sudada y semidesnuda frente a mi? no lo creo.

La Emperadora ladeó la cabeza y una sonrisa sutil se esbozó en su boca, comenzó a sacarse los guantes y caminó hasta la cama, inclinándose para quedar a una distancia mínima de su corderita. Irene humedeció sus labios, a la espera del beso que estaba segura, Seulgi iba a darle, pero no fué así, la coreana apenas si rozó sus labios antes de deslizarse a su oído.

-Eres una maldita adicta al sexo. -Le ronroneó y su voz ronca y sensual provocó un espasmo en la pediatra.

Con una sonrisa victoriosa, Seulgi se apartó, caminando hasta el lavamanos para lavar su cuerpo ya que no iba a ducharse puesto que las regaderas estaban cerradas. Una maldita loca asesinó a 3 reclusas dentro, por lo que debían hacer una "investigación". Todas sabían que era mentira y es que nadie daba un misero centavo por aquellas almas podridas. Sana permaneció en silencio unos segundos, acariciando el lóbulo de su oreja con una expresión seria.

- ¡Una loba y una cordera! - Masculló chasqueando sus dedos, segura de que había tenido la mejor idea del mundo

Seulgi rodó los ojos y soltó un gruñido en respuesta.

-Irene, me estás comenzando a joder ¿no puedes permanecer callada un maldito segundo?

-Podría si me ayudaras, fuiste tú quien mencionó la idea de tatuarnos. -Salió de la cama y consciente de que Seulgi comía con los ojos su cuerpo, comenzó a vestirse. Las marcas de besos que se apreciaban abundantes, parecían estrellas de una constelación lujuriosa.

-No, yo dije que iba a marcarte con un tatuaje y tú fuiste la atrevida que salió con la idea de hacer lo mismo conmigo, algo que no ocurrirá, por cierto. — Irene chasqueó con la lengua, colocándose un pantalón perteneciente a Seulgi.

-Seria lindo. -Susurró para si misma.

Ya habían transcurrido 10 días desde que Seulgi volvió a ella, 10 que podían resumirse en una palabra, sexo. Decir que Irene había sorprendido a Tzuyu con su desbordada libido sería menguar la situación; sexo en la celda, contra la pared y en la cama, en su camerino personal y en el mismo salón de entrenamiento cuando se encontraban a solas, sexo en las regaderas donde fueron vistas por una reclusa que salió corriendo en un intento por resguardar su vida, sexo en la unidad médica cuando Irene quedó a cargo mientras el personal médico iba por algo de comer. En solo 10 días, Seulgi
se sentía drenada literalmente
y asi mismo, la chica castaña
progresivamente se acercaba
más a su dueña, con su actitud
suave y sosegada; ya podía
mantener una leve discusión con
Seulgi sin que ésta terminara
gritando y desquítándose con la
primera reclusa que se le pasara
en frente. La militar aceptaba
renuente sus caricias y muestras
de afecto, los besos esporádicos
y las bromas sensuales que Irene a veces dejaba caer en su
oído. Todas en Camp Alderson
habían notado el leve cambio,
no era como si Seulgi anduviese
sonriendo por los pasillos de
la prisión; pero ya no buscaba
amedrentarlas sin motivo, tenía
algo más importante en lo que
ocupar su tiempo e Irene era
en gran parte la responsable;
imploraban porque se mantuviese
así y es que si bien, la gloria las abrazaba cuando Seulgi estaba "de buen humor", el infierno se hacia presente cuando era el caso contrario, como la vez que una pelea en el comedor a la hora del desayuno, terminó por involucrar a la pediatra, quien hacia la fila para obtener su comida y terminó siendo golpeada por la espalda de una enorme reclusa que peleaba cerca de ella. El agua hirviendo de la taza de Irene se desparramó sobre sus muslos y su quejido de dolor fué como una señal para la bestia de su dueña, el resultado terminó con las reclusas siendo asesinadas en las regaderas a sangre fría. Lo bueno era que ahora evitaban pelear cerca de su cordera.

𝑷𝒓𝒊𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒓𝒂 | 𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora