XVI

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"Tened cuidado con la tristeza, es un vicio" - G. Flaubert

La primera vez que Seulgi vio a su padre, tenía 5 años de edad y el cuerpo de su madre yacía inerte en la camilla del hospital donde murió por una sobredosis de pastillas para dormir, aún tibia. Ella no comprendía qué ocurría, no conocía del mundo más que las historias fantásticas que su madre le contaba por las noches; en su pequeña inocencia, el héroe rescataba a la princesa, el malvado siempre era vencido y al final de cada cuento había un "vivieron felices para siempre". El mundo tenía colores, pero cuando murió su madre, estos les fueron arrebatados de la noche a la mañana y Kang Ha Neul, el hombre que la engendró, fue el cuatrero que lo hizo.

"Desde hoy eres una Chou y deberás actuar como tal, Seulgi."

Oh pequeña inocente, no comprendió el peso de aquellas palabras hasta que fue demasiado tarde, hasta que un día miró su reflejo en el espejo y se dio cuenta que frente a ella no había un ser humano, sino un monstruo, justo como su padre esperaba. ¿lo peor? no se sentía mal por serlo, fue forjada en acero, moldeada a voluntad del hombre más desalmado que pudiese haber.

La primera vez que Seulgi tuvo que defender su vida, solo tenía 12 años de edad. Confinada en un internado para hijas de militares; en una prisión con buenas camas y profesores aficionados a abusar de sus alumnas, su cuerpo avistaba composiciones brutales de golpes y sus labios no pronunciaban más de unas cuantas palabras sin que comenzara a tartamudear, era una víctima, el eslabón débil de la cadena y seguramente habría seguido así de no ser por su padre. Jamás olvidaría el día que Ha Neul la visitó, luego de años sin tener alguna noticia de ella. Imponente y con su porte recto, despojado de cualquier emoción humana, se mofó de ella, de su pobre y lastimera condición; fue repudiada.

- ¿Así que tu profesor te golpea, Seulgi?

Seulgi no pudo responder y simplemente bajó la cabeza, sin saber qué debería estar sintiendo en ese momento, tan perdida y desorientada... como un barco sin su brújula. ¿Por qué no había alguien que le dijera que era lo que debía sentir? todo hubiera sido más simple. Y lo que nunca había ocurrido, llegó a ella en ese momento, su padre acarició su pequeña cabellera, sonriendo como Seulgi quería pensar, lo haría un padre a su hija. No fue así, lo comprendió cuando la puerta de la habitación donde estaban se abrió y entró por el umbral de esta, su profesor.

-Al parecer tenemos un problema aquí. – El coronel se colocó al lado de Seulgi, con su mano sobre el escuálido hombro de la menor. - Seulgi me ha informado que ejerces violencia en ella.

-Debe fortalecer su carácter.

Seulgi quiso llorar, ya podía sentir los golpes que llegarían cuando su padre se fuera; estigmas punzantes en su lechosa piel que tardarían semanas en sanar.

-Y estoy completamente de acuerdo. -Respondió su padre. - Así que haremos esto...

Kang Ha Neul miró a uno de sus oficiales y este le entregó su arma. Seulgi dejó de respirar, al igual que su profesor cuando Ha Neul colocó el revólver frente a Seulgi.

- ¿Qué demonios está haciendo?

-Fortaleciendo el carácter de mi hija, justo como usted aconsejó. -Seulgi cerró los ojos, cantando en su cabeza, rogando porque eso no fuera más que una pesadilla. -Tómala, Seulgi.

-N..no.

Ha Neul bufó y sacó su propia arma y el tiempo pareció detenerse cuando, sosteniéndola firmemente, apuntó el revólver sobre la sien de Seulgi. La niña temblaba, a sabiendas de que el coronel no estaba bromeando.

-Tómala, ahora. Seulgi obedeció y con manos temblorosas sostuvo aquel peso de plomo.

El profesor retrocedió unos cuantos pasos, sin embargo, los guardias de Ha Neul habían bloqueado la salida y los gritos del hombre no demoraron en hacerse escuchar.

𝑷𝒓𝒊𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒓𝒂 | 𝑆𝑒𝑢𝑙𝑟𝑒𝑛𝑒 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora