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El cielo se había tornado gris, uno confuso y permanente, triste; pareciera que sabía cómo vestirse para la ocasión, cómo combinar su color con el de los corazones de muchos aquel día.

Las despedidas dolían, la ausencia se impregnaba en los hogares, el combate no podía esperar.

Hazel no había dejado de llorar una vez que comenzó en la mañana. Faltaba poco para las cuatro de la tarde, el tren partiría en cualquier momento y ella quería estar ahí para Ben, quería ser su último aliento de aire limpio.

Se escurrió desde su cuarto hasta la cocina para escapar por las habitaciones de los empleados, pero sus planes fueron cruelmente saboteados. De nuevo su madre llena de furia, su padre listo para soltar el discurso que intentaría persuadirla y su tía mirando burlona, como quien se alegra por la desdicha ajena.

Las cosas no podían haber salido peor; no solía ser intimidada por la actitud de sus padres, pero era demasiado, dolía demasiado, y se quebró, con el eco de sus voces dando mil razones para renunciar a Ben.

¿Cómo era posible que renunciara a ser feliz y libre?

Treinta minutos pasadas las cuatro, el humo del tren ya no se divisaba hacia el Oeste y las lágrimas de Hazel estaban impresas en las sábanas, como el dolor en su alma. Las palabras de su padre le acribillaban el cerebro, repitiéndose continuamente para simplificar todo lo que sentía:

«¡Deja de llorar por ese marginado! ¿Qué necesitas para olvidarlo de una vez por todas?»


A la mañana siguiente, todos los sentimientos acumulados le habían hecho a Hazel un nudo en el estómago

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A la mañana siguiente, todos los sentimientos acumulados le habían hecho a Hazel un nudo en el estómago. Dolía respirar tanto aire, dolía que andar descalza le hiciera bien, dolía mirar el sol naciente sola, dolía que saliera el Sol si ella aún no podía volver a brillar.

Su padre dejó a un lado la taza de té cuando la chica irrumpió en el amplio comedor, con el corazón en un puño y en el otro, todos los deseos de rehabilitar su alma al costo de unos golpes contra la cara de su progenitor.

Pero se contuvo, solo iba a responder su pregunta del día anterior con las palabras suficientes.

—Lienzos y pintura amarilla, mucha pintura —sentenció sin que le temblara más que la soberbia—. Es lo único que me hace falta.

Una respuesta a medias para una pregunta que jamás debió existir. Eso no la haría olvidarle, al contrario, pero sabía que sus padres confiaban en todo lo opuesto a ella, y seguramente también esperaban que Ben jamás volviera.

 Eso no la haría olvidarle, al contrario, pero sabía que sus padres confiaban en todo lo opuesto a ella, y seguramente también esperaban que Ben jamás volviera

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Buscaba sus pinceles en un cajón cuando lo encontró, el diario que Deelan le había obsequiado en su último cumpleaños. Nunca supo qué debía escribir ahí, de qué modo se las arreglaría para soltar en palabras lo que nadie más sabría.

Pero en ese momento lo supo, finalmente tendría una utilidad. Moldeó con su mejor letra un “Girasoles para ti” en la primera hoja y las lágrimas ya le brotaban al presionar la pluma en la página siguiente.

Allí escribiría todo lo que deseaba decirle a Ben, en todas las cartas que le gustaría enviarle pero decidió no hacerlo; también todo lo que antes debió expresarle, desde que su corazón comenzó a latir distinto pero se negaba a admitirlo. Algún día lo leería y, de no poder, ella lo haría en su lugar.

Él sería su diario, vaciaría su alma entera en aquellas hojas cubiertas por tapa dura. Él era el único merecedor de conocer cada emoción vibrante hasta sus dedos, que le permitirían amarlo de la misma forma que escribirle cada vez.

Mi ya añorado amor:

La noche me fue eterna sabiéndote tan lejos, en peligro, resignado a las normas del sistema. Ayer te marchaste y no pude consiliar el sueño; podría decirte cuántas estrellas decidieron iluminar mi noche, e incluso cuántas cayeron fugaces, como si supieran que necesitaba miles de ellas para que todo lo que deseo se haga realidad.

Fue en vano susurrarles que me hicieran despertar de esta pesadilla.

Ayer te fuiste y yo me derrumbé, pero imagino tristemente que no te sentías mejor. Me duele el simple pensamiento de tu corazón haciéndose pedazos cuando la espera llegó a su fin, cuando yo nunca llegué a tu encuentro. Quería despedirte aunque doliera, quería regalarte un último aliento de aire limpio que te permitiera respirar seguro entre el olor a podrido y a pólvora que la guerra te ofrecerá.

Pero me temo que he subestimado a mi familia, también temo por ti y lo que ellos sean capaces de hacer. Dijeron cosas horribles, me hicieron sentir como basura, me hicieron dejar de sentirlos mi familia. Seguramente son felices porque ahora estás lejos y no puedes rondarme con tu presencia; no saben que era yo la que solía rondar tu presencia para hallar mi felicidad.

Porque, es cierto, no me era divertido romper las reglas al inicio, pero todos luchamos inconscientemente por lo que nos hace bien. Yo luchaba por ti.

Hoy he tomado dos importantes decisiones, Ben. Primero que, a partir de este instante, escribiré en este diario todo lo que deberías saber una vez que vuelvas; y segundo, que no andaré iluminando con mi pequeña y casi apagada lucecita oscuridades que no la merezcan.

Mi familia intenta robarme esa chispa, ese brillo, ese rayito de sol que me ha dejado ser yo durante todo el tiempo en que has avivado el fuego.

Quiero dejar de llorar, juro que es así, pero mi habitación me asfixia más a cada segundo. ¿Cómo logras respirar lejos de mí, querido amor? De ese modo en que tus pulmones se niegan a recibir aire podrido, así mismo me niego a respirar tu ausencia.

𝐆𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐮𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐩𝐞𝐥 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora