𝙴 𝙿 𝙸́ 𝙻 𝙾 𝙶 𝙾

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La ciudad era presa de una calma indescriptible, una calma que asustaba y daba razón para no salir de casa. Después de haber recibido sorpresivamente a la guerra, no era para menos esperar que les volviera a tocar las puertas en cualquier momento.

Las armas dejaron de ser útiles hacía aproximadamente un mes; los buques contrarios habían abandonado las costas con todo y sus cañones. El pueblo lloraba a sus víctimas, muchos seguían desaparecidos, el país se resumía en ruina y desaliento; no renunciaban a la idea de que las bombas volvieran a despertarlos en la noche porque el terror aún les carcomía las esperanzas.

Porque la realidad había sido más monstruosa de lo que jamás podrían imaginar.

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Hazel seguía con su afán de mantener impecable el jardín, trabajar directamente con la tierra y las plantas se había convertido en una especie de terapia para su malestar emocional, para su corazón entumecido. Pensaba mucho en Ben mientras podaba los arbustos y sembraba nuevas rosas, cuando recogía cerezas o limpiaba la maleza. Y había cambiado sus manchas de pintura amarilla por el lodo que se adhería a las ropas y zapatos, que oscurecía sus manos como lo hacía la tristeza con su corazón.

En todo ese tiempo, jamás desistió en la probabilidad de que naciera al menos un girasol al que cuidar y admirar cada día; Ben lo había intentado muchas veces sin resultado alguno, por eso le obsequiaba su flor favorita trayéndola de otros campos.

-Buenos días. -La voz de su prometido la hizo reaccionar y dejar en una nube de pensamientos todas las vueltas que estaba dando en torno a Benjamin otra vez-. ¿Ocupada tan temprano?

Le sonrió con algo de melancolía acompañando sus rasgos delicados.

-¿Visitándome tú tan temprano?

También Brett rió a medias, luego cambió su expresión por otra más sombría y abatida.

-Recuerda que Deelan se marcha hoy. -Cambió la mirada lejos de los ojos de Hazel-. Debía estar aquí para decir adiós... al menos puedo hacer eso, ¿cierto?

Ella se le acercó para abrazarlo, justo en ese instante compartían el mismo sentimiento, la misma impotencia, la misma angustia por ver partir a alguien querido.

Mientras intentaba calmar su dolor, Hazel solo pensaba en quién sería el encargado de aliviar las penas que seguían acumulándose de a pocos en su interior, y una lágrima fue el inicio del mar que se avecinaba.

Brett halló en lo más profundo algún motivo lo suficientemente fuerte como para que no le permitiera flaquear en tanto veía a Deelan atravesar la verja hacia el coche que lo llevaría al puerto. Hazel simplemente lloró por ver a su hermano alejarse de ella otra vez, por tener que dejar ir de su presente a otra persona que debía construir junto a ella un bello futuro.

La vida no era justa, la gente no era justa; de ser diferente, Deelan no tendría que huir de sus propios sentimientos y poner un océano entre él y el corazón que lo hacía latir.

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A ratos Hazel sentía la inminente necesidad de volver a escribirle, de desahogar en tinta todo lo que le dolía y esperar inútilmente que Benjamin regresara para leerlo. Por eso, con aquellas últimas palabras para su soldado de papel, entregó el diario a su padre y le encargó dejarlo en manos de Ben una vez volviera... si aún lo hacía.

Entonces, cuando quería decirle cada cosa que cruzaba su mente o su día a día, pintaba más girasoles marchitos, se iba a trabajar al jardín o solo a mirar el verde de la vida que allí crecía.

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𝐆𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐮𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐩𝐞𝐥 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora