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Mi eterna inspiración:

Me he desvelado mucho últimamente; siempre intento reorganizar mis ideas de ti deambulando por la casa oscura o robándole algunos sorbos de vino a la colección de mi padre. Sin embargo es inútil, la angustia persiste y demuele mis deseos de vivir.

¿Es acaso la angustia alguna especie de guerra? Así como describiste a la guerra de tóxica y despiadada siento el angustiante temor de no verte nuevamente. Me envenena con gotas de tu ausencia y no repara en que mi corazón es incapaz de soportar por más tiempo esa tortura.

Después de andar descalza por cada rincón de esta casa oscura y comprobar que una botella de sorbos no ofrece suturas ni tu regreso, me aferro a lo único que siempre me ha salvado.

He vuelto a pintar. Sí, como antes, como cuando era una niña feliz y colorida, radiante y llena de luz. Me siento haber envejecido siglos desde entonces y, pese a ser otras mis motivaciones, las ganas permanecen igual de intensas.

Las ganas de humedecer el lienzo con mi tristeza y dejarla ahí para que duela menos.

Las ganas de llegar hasta tus labios con mi amor y dejarlo ahí para quererte más.

Me temo que mis girasoles lucen peor que nunca, Ben. No es intencional, no es capricho. Pero también es arte el que nace de los sentimientos que hacen daño, incluso suele ser el arte más real.

Estas son flores nacidas en tiempos convulsos, regadas por lluvias de balas y sueños rotos. Estos nuevos y descoloridos girasoles son las cicatrices que una guerra indeseada, inesperada e infelizmente vívida ha comenzado a dejar en la piel de nuestro amor.

Son los justos para el guerrero tan terrible que juraste ser, para la inquebrantable amada que no seré en esta situación.

Girasoles marchitos para ti, mi soldado de papel.

Girasoles marchitos para mí, tu dama de porcelana.

Un brindis con la soledad tendrá que ser suficiente. Te has ido a la guerra, soy consciente de ello. Lo veré de este modo: otros lugares que no sea a mi lado, otras personas que no sea yo merecen también conocer lo magnífico y sublime de tu existencia. Necesitan que, con tus manos de jardinero, les cultives al menos una pequeña victoria.

Arrebata de las manos enemigas muchas victorias, soldado mío; sé un héroe para que algo de esta tortura haya valido la pena.

Dos toques sacudieron la puerta de su habitación, mas Hazel no se inmutó; deslizaba furiosa el pincel sobre el óleo casi terminado, gotas de amarillo opaco se pegaban en todo a su alcance

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Dos toques sacudieron la puerta de su habitación, mas Hazel no se inmutó; deslizaba furiosa el pincel sobre el óleo casi terminado, gotas de amarillo opaco se pegaban en todo a su alcance.

—Soy yo, Hazel —anunció Deelan del otro lado—. Entraré ahora.

Ella lo vio de soslayo mientras limpiaba sus manos en un pañuelo sucio con varios tonos de pintura seca.

—¿Cuándo has vuelto? —preguntó con falso desinterés.

Dave suspiró y pasó una mano por su cabello dando cortos pasos de un lado a otro. Detuvo sus nervios y la miró, los ojos de ella no podían mentirle por más tiempo.

Se encaminó hacia su hermanita con los brazos dispuestos a disminuir el dolor que gritaba al mirarlo, que fue capaz de sentir suyo.

—Recién llego —susurró sin soltarla—. Por fortuna ya me tienes aquí, Hazy. Estoy aquí para ti.

Dave era un gran hermano mayor; tenía siete años de ventaja en la vida respecto a la joven, pero no permitía que eso la excluyera de su mundo.

Había consentido cada capricho de su hermana, hasta que se le ocurrió enamorarse del jardinero. Y su negativa no era por ser un burgués clasista, sino por aferrarse siempre a la realidad de los sucesos; ellos no tenían futuro y Deelan solo intentaba evitar que se sufriera por ello.

Pero ya era tarde, siempre fue tarde para impedir que se amasen. La sociedad sabía cómo hacerles daño, ellos aprendieron a ignorarla.

—¿Hay alguna novedad? —Alzó la cabeza para conectar con su mirada medio nublada—. Del ejército... ¿Sabes alguna cosa?

Hasta entonces había evitado averiguar nada al respecto por temor a descubrir que no quería esa respuesta, pero la incógnita situación en que vivía Ben junto a miles de hombres más la obligaron a preguntar.

—Ha sido duro el combate estas semanas, pero las tropas han sabido resistir.

Silencio breve y suspiros pesados, se acomodaron en un mueble incómodo de la habitación, el aire se condensó en aquel espacio lleno de angustia.

—¿Han muerto muchos? —musitó temblorosa.

Dave dejó sus manos con calidez reconfortante sobre las de ella.

—No debes pensar en eso, ¿de acuerdo? —respondió sereno—. Quizás te parezca muy crudo que diga esto, pero el país está en medio de una guerra y todos los que a ella fueron, son conscientes de las consecuencias.

“Los que nos quedamos también sabemos el precio de una guerra” —pensó Hazel; sus lágrimas corriendo deliberadamente al ritmo de su pecho subiendo y bajando con los profundos sollozos.

Su mente y su corazón partieron en aquel tren hacia el oeste casi un mes atrás, se instalaron en el campo de batalla e intentaban sobrevivir a la avalancha de balas y bombas que buscaba hacerlos polvo. Su cabeza y su alma seguían de la mano de Sean, cuidándolo, velando por él en medio de sonidos bélicos, regalando flores marchitas a quien le había obsequiado todo un jardín colorido.

—Ya no te castigues, Hazel —prosiguió—. Benjamin volverá, el país cuenta con hombres valientes.

Recordó a Ben, recordó al amanecer de aquel triste día, jamás olvidaría sus palabras. Él tenía razón...

—Son solo hombres.

𝐆𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐮𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐩𝐞𝐥 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora