XXXVI

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     Evelyn esperaba poder hablar con Azalea, preguntarle qué pensaba ella de Brielle. Las palabras de Reiwin se habían quedado rondando en su cabeza. Ella no veía a Brielle una mala persona, fue la primera amiga que tuvo en palacio, se acercó a ella sin conocerla con una sonrisa y los brazos abiertos. Y nunca había hecho nada sospechoso.

     Pero era eso mismo lo que le hacía dudar de la acusación de Reiwin, como ella decía... Brielle siempre parecía alegre de permanecer en palacio, y nunca la había visto levantar la voz, criticar o quejarse de la Selección. Aunque tal vez fuese solo su carácter.

     Hablar con una seleccionada en específico era mucho más difícil en ese momento que solo quedaban cinco. El ajetreo que solía reinar en el dormitorio que compartían las seleccionadas había disminuido drásticamente y en su lugar había presente un silencio casi absoluto.

     Por si aquello fuera poco, tres golpes en la puerta antes de abrirse terminaron de impedir que Evelyn se acercase a Azalea lo suficiente como para preguntarle en privado su opinión sobre Brielle.

- Alteza. - Fue esta misma, Brielle, la primera en reaccionar ante el recién llegado al dormitorio. Realizó una reverencia que el resto de jóvenes imitaron segundos después.

     Evelyn también lo intentó, pero se detuvo a medio camino por culpa de la espalda. Sin embargo, podía sentir la mirada del príncipe Kristian sobre ella, y sabía que no le importaba lo más mínimo que no hubiese podido hacer la reverencia en todo su esplendor.

- Señorita Aberdeen, siento venir a buscarla a estas horas pero, ¿Sería tan amable de acompañarme?

     Todos los ojos fueron a parar a Evelyn nuevamente. Y a esta le habría molestado; le habría molestado que, precisamente Kristian, hubiese ido a buscarla directamente entrando al dormitorio. Le habría molestado si no se hubiese cruzado con sus ojos azules y hubiese visto una expresión triste; sí, era tristeza...

     Se colocó las manoletinas y se acercó a la puerta que el príncipe ni siquiera había cerrado, con el corazón latiéndole con demasiada fuerza.

     Kristian esperó a que Evelyn saliese del dormitorio y se despidió del resto de seleccionadas con un simple gesto de cabeza. Cerró la puerta. Y miró a Evelyn con pena.

- Sígueme, por favor. - Pidió con tranquilidad y en un tono de voz bajo.

     Había intentado transmitirle relajación, aunque él mismo no lo estaba. Su corazón también latía con fuerza, ¿Cómo reaccionaría Evelyn al saber la noticia que tenía que darle? No quería... Tenía miedo... Pero era lo que debía hacer, debía decírselo.

     Le llevó hasta su despacho, el que compartía con Stefan. Aquel en el que le había acompañado tantas veces, todas en las que les escribía cartas a su familia.

     Abrió la puerta y dejó que ella pasase primero, antes de volver a cerrarla y encender la más tenue luz que había en la habitación. Aunque era suficiente para iluminar la estancia prácticamente entera.

- Alteza, ¿Por qué me habéis llamado? - Preguntó Evelyn sin poder aguantarse más, el corazón se le iba a salir del pecho y tenía un nudo en la boca del estómago. Esa sensación que el cuerpo genera cuando augura algo malo.

- Siéntate, por favor. - Pidió Kristian, indicando con la mano el escritorio situado a la izquierda del cuarto. Su escritorio.

     La seleccionada obedeció al instante, acercándose a la silla casi a la carrera. No podía esperar más.

     Tan pronto se hubo sentado, el príncipe sacó un trozo de papel del bolsillo interior de su chaqueta. Lo desdobló dos veces y estiró el brazo, para que Evelyn pudiese cogerlo.

- Tú familia te ha escrito una carta. - Susurró a modo de explicación. Fue lo único que dijo.

     Al finalizar sus palabras, la impaciente mano de la joven le arrebató el papel de golpe y sus ojos abandonaron el rostro del príncipe para centrar toda su atención en las palabras que allí había escritas.

     Kristian esperó pacientemente. Se apoyó en el borde de su escritorio, de frente a Evelyn. Observó con detenimiento cada pequeño movimiento que la chica hacía.

     El pecho le subía y bajaba con rapidez, aunque de manera regular. Los dedos le temblaban con sutileza, aferrándose al papel con fuerza. Tenía los párpados caídos por estar mirando hacia bajo y sus ojos iban de una punta del papel a otra en cuestión de segundos.

     Hasta que se detuvieron en un punto. Y su pecho dejó de subir y bajar. Los dedos dejaron de temblar. Y una lágrima se deslizó por su mejilla izquierda.

     Y Kristian supo que había llegado a esa parte.

- Evelyn, lo siento mucho. - Musitó con delicadeza. Quiso acercar su mano a ella y acariciarle el hombro con cariño, pero la joven le apartó de un manotazo y se elevó de un salto.

     Seguía mirando el papel fijamente, con los ojos bien abiertos. Pero su pecho había comenzado a moverse nuevamente, arriba y abajo, abajo y arriba, rápidamente y sin seguir un orden rítmico. Respiraba con dificultad a pesar de tener la boca entreabierta y la vista se le había vuelto borrosa. Las lágrimas ya no se contenían.

- Es tu culpa. - Susurró la seleccionada con rencor. Los dedos apretaron con fuerza la carta al mismo tiempo que sus ojos se clavaban en el rostro del príncipe y la rabia fluía por sus venas. - ¡Es vuestra culpa! Si no hubiese sido por la Selección...

- A lo mejor habría pasado igualmente. - Intentó excusarse el príncipe. Quería hacer algo para calmarle, quería hacer algo para ayudarle, pero Evelyn parecía no escuchar.

- ¡Mi madre está muerta! Y si no hubiese sido... ¡Por vuestra culpa! Por vuestra culpa no pude estar con ella en sus últimos momentos. ¡No pude cuidarla! Y ahora tampoco podré ver a mis hermanos.

- Evelyn, claro que te dejaremos verlos... - Kristian se puso en pie. Intentó acercarse a la joven, quería sujetarle de los brazos y mirarle a los ojos. Deseaba poder abrazarla.

     Comprendía su dolor, no había perdido a su madre, pero sí a otros miembros de su familia. Quería poder ser un apoyo para ella, para que lo superase.

- ¡Os odio! ¡Odio la selección! ¡Odio al rey! Y sobre todo, ¡Te odio a ti! ¡Y a tu hermano! - La joven seleccionada dejó escapar todo lo que sentía dentro.

     La sangre le hervía, el corazón le dolía tanto que no creía poder mantenerse en pie. Los ojos le escocían con fuerza y la garganta le picaba por los gritos.

     Gritos que hicieron que el príncipe se detuviese en su intento de consolarla. Permaneció petrificado en el sitio. Había sentido un pinchazo en el pecho. ¿Era así como verdaderamente se sentía? Intuía que no le gustaba la Selección ni las normas que conllevaba, pero de eso a odiarle a él y a su hermano...

     No tuvo tiempo de reaccionar cuando vio de reojo cómo la seleccionada abandonaba el despacho con los ojos rojos y la respiración agitada. No tuvo tiempo de estirar su brazo y sujetarle la muñeca. Ni tuvo tiempo de abrazarla con fuerza para que dejase escapar las emociones con el llanto.

     Se dejó caer al suelo derrotado y sintió que le faltaba el aire durante un instante. Con la mano derecha apretando con fuerza la tela del traje sobre su pecho intentó volver a ponerse en pie.

     Le daría algo de tiempo... Para que entendiese sus emociones. Luego iría a buscarla por palacio y a llevarla a su dormitorio, estaba seguro que no había ido a su cuarto a descansar.

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