Capítulo 3. La bestia

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El golpe de Ayé pretendía decapitar a la bestia, no obstante, apenas logró cortar una parte de esos monstruosos nudos, los cuales se movieron para reponer el pedazo de tejido perdido. Ayé no perdió el tiempo y lanzó otro par de golpes. Intuyó que la estocada no sería efectiva contra esa bestia, pues parecía carecer de órganos. La bestia gritó, y se escuchó como un grito ahogado mezclado con un silbido y con el chirrido de un trozo de metal arrastrado contra otro. El sonido provocó en Ayé un dolor agudo, como de un cuchillo afilado pasando por su garganta. Sin dudar, Ayé lanzó un corte vertical, tratando de callar esa horrible voz. La bestia, en lugar de tratar de evitar el golpe, se arrojó contra el guerrero. La espada se clavó, atravesando por completo lo equivalente a una cabeza de la criatura, mientas la fuerza del golpe sacaba a Ayé del carromato. A pesar de las heridas, la carga del enemigo no se detenía. Ayé comenzó a entonar una nota baja, mientras evadía al monstruo. Aunque no tenía boca para pronunciar, podía producir sonidos, y conocía lo suficiente pata entonar hechizos. La criatura estiró sus apéndices a manera de algo entre tentáculo y brazo, en un intentó a agarrar al guerrero; Ayé lo esquivó, mientras buscaba la oportunidad de recuperar su espada. El monstruo comenzó a reacomodar su cuerpo, sus entrañas, para formar una enorme garra. Mientras tanto, Ayé entonó con mayor fuerza 6 comenzó a trazar un signo en el aire, como un maestro de orquesta. La criatura, con su garra como sable, trató a cortar a la mitad a su adversario; Ayé concluyó el hechizo, un relámpago se disparó de su mano, con una mayor precisión gracias a la espada clavada en el tejido nudoso. En un instante, la mitad del cuerpo del monstruo desapareció. La bestia aúlla. No obstante, el resto del cuerpo se acomodaba de vuelta para recomponer su forma. En esta ocasión, su silueta pasaba a ser parecida a la de un perro. Ayé, con prisa, recuperó su espada y dejó caer el filo contra la criatura. El cuerpo se partió a la mitad, pero sus partes seguían moviéndose, buscándose entre sí, en un intento de reconstruir su cuerpo. Ayé golpeó el suelo con su arma, luego hizo un signo con el dedo índice, de inmediato apareció una gran llamarada que envolvió a las partes del monstruo. Las fracciones gritaban sin parar, pronunciaba palabras en un idioma desconocido. Cosas que no debían poder hablar lo estaban haciendo. Ayé no paró y atacó de nuevo: ahora, en pequeños pedazos, la carne de la criatura, o lo que sea que tuviera, se hacía cenizas más rápido. Pronto terminó todo, los trozos dejaron de retorcerse, ahora la calma volvía al ambiente.Ayé no dudó en incinerar el carromato, así como todo lo que hubiese adentro. A su vez, trazó un círculo en el piso, al tiempo que, con otro embrujo, purgaba el lugar de todo rastro de su enemigo. Concluyó que, fuera lo que fuera, debía comportarse como una plaga, una infección, pues parecía que su cuerpo fuese un conjunto de gusanos o sanguijuelas, demasiado organizadas, demasiado voraces. Algo estaba muy mal con esa criatura, El aire no dejó de sentirse pesado hasta haber quemado todo. Esa cosa podía ser algo más, quizá producto de una oscura brujería; lo único seguro es que no comprendía lo que sucedido. El carromato era la evidencia de una tragedia, más no quedaba nadie vivo para llorar a los muertos, no alguno que pudiera enterarse de lo sucedido. Por desgracia, era peligroso no deshacerse de cualquier rastro del asesino. Algo amenazaba, o se percibía como una constante amenaza, como si la criatura nunca hubiese desaparecido del todo. Ayé entonó un canto mudo para despedir a las víctimas, luego volvió con su caballo, y a lomos de este siguió su camino en busca del dragón. Sin lugar a dudas, algo extraño pasaba en el valle, y no sólo era el súbito regreso de los dragones, sino que otro mal se cernía sobre sus habitantes. En ese momento, el descubrimiento de algo terrible se dio en sus recuerdos casi inmediatos, en esos árboles que le envolvían, en la sombra de los muertos esfumados de la Tierra: no había una sola cosa viva en los alrededores. Inclusive los árboles que no estaban muertos, antiguos y apenas en pie, en torno a ese lugar parecían atravesar el umbral del más allá. ¿Qué clase de sombra o mano se había posado sobre ellos? Ayé seguía su camino, a sabiendas de que debía cuidarse más que nunca. Su misión para recuperar su rostro iba adquiriendo otra escala.

Ayé y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora