Capítulo 8. El anciano que habita las montañas

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— ¿Por qué tan callado, compañero? Oh, veo que por la máscara has de guardar un voto de silencio, o quizá...— el anciano hablaba con un tono melódico, pero calmó, su postura era tranquila, desobligada, sin señal de cualquier tipo de preocupación. Lucía una sospechosa tranquilidad, como si supiera algo más, no sólo de Ayé, sino de todo, del mundo mismo—. Bajo la máscara escondes tu cara, o la ausencia de ella. ¿Quién eres? ¿Dime tu nombre?
Ayé calló, después de todo no podía hablar. Tampoco ansiaba responderle al viejo Noc. Ya era demasiado inusual encontrarse a un anciano en un lugar como eso, en solitario.
— ¿Eres mudo? Ja, seguro que sí, eres un sin rostro, después de todo. Guarda esa espada, no te haré daño. Sé lo que eres porque conozco a los de tu tipo. Seres peculiares, humanos malditos. No eres hombre, ni mujer, no eres nada más que ausencia. No me mires así. Siéntate, trae al caballo. Es un buen compañero, de no ser por él, el incendio te habría matado.
Ayé se sentó, sin guardar su arma.
— ¡Qué persona tan desconfiada! Anda, si no puedes hablar, escribe tu nombre en el piso.
Ayé escribió tres signos con su espada. Una línea vertical, dos "V" cruzadas, y una "T" inclinada a la derecha.
—Tremendo, le sacarás el filo a tu espada. Así que eres Ayé... es un nombre de la lengua antigua. Originalmente era Ayith. Los nombres se deforman con el tiempo.
El viejo dibujó tres signos en el suelo. Una línea vertical, dos "V" cruzadas, una línea transversal que descendía de izquierda a derecha, y un círculo con un punto en medio atravesado por una "X".
—Antes había una letra, ahora en desuso, que simplificaba su escritura. Después de todo era una palabra común.
El viejo dibujó una línea vertical, seguida por un círculo con dos "V" cruzadas al interior y un punto en medio.
—Significaba "Alguien", o "Nadie". Se usaba la misma palabra. Un nombre adecuado para un sin rostro. Tu madre tenía un curioso sentido del humor.
Ayé gruñó.
— ¡Así que puedes emitir sonidos! Qué raro es oír el reclamo de alguien sin boca. En fin, ya llegaste hasta aquí. ¡Qué desastre con el dragón! ¿Fuiste tú?
Ayé se reservó la respuesta.
—Así que cazas dragones. No hay demasiados, por aquí. Apenas volvieron tras muchos años. ¿Quince? ¿Dieciséis? Llega un punto en que el paso de los años se siente extraño. Años más, años menos, los años no importan. Pudo haber sido ayer que vi dragones deambular a sus anchas, Pudo ser hace un siglo, ya no importa. Mis cenas son más seguras que el tiempo en sí, al menos son parte de un tiempo consistente. Ja, ja. Mi espalda no dice lo mismo.
Ayé rio, el anciano tenía un lado agradable.
—Maldición, esa risa intimida más que tu espada. Qué seres tan curiosos son los sin rostro.
El viejo sacó dos jarrones de barro y una cantimplora. Sirvió el contenido en los jarrones.
—Anda, sin rostro. ¿O prefieres que te llame Ayé? Bebe conmigo. No te apures, no es veneno, yo beberé lo mismo. Sólo te advierto que es un licor fuerte.
Ayé tomó el jarrón.
—Cierto, no puedes beber. Seguro puedes absorber el líquido con la piel. Tomas la vida de los objetos. Alguien debió embrujarte para que pudieras hacerlo. Los sin rostro que no reciben tal bendición mueren, o a veces les hacen una boca. Esos últimos son muy peculiares, hay pueblos que les dan un valor místico, si no salen en busca de su rostro, o de hacer cualquier otra cosa, se quedan en sus pueblos, como profetas y sacerdotes. Supongo que tanto ellos como tú han tenido suerte, hay tantos sitios en los que matan a los tuyos. Qué mundo tan desgraciado para ser un sin rostro. Aunque, desde hace... unos cuantos siglos, si no mal recuerdo, es una desgracia nacer aquí, en la tierra maldita de Grava. Acaba con tu bebida, Ayith. Perdona, las formas antiguas invaden mi mente. Ayé, brindemos.
Noc alzó el jarrón y lo bebió de un trago. Ayé se sintió en suficiente confianza, a pesar de la insistencia del anciano en hablar de los sin rostro, por lo que metió su mano en el vaso y "tomó" el líquido.
—Tenías sed. Ja, ja, ja. Yo igual. Así que, buscas matar al dragón. ¿Es para recuperar tu rostro?
Ayé se sorprendió que viejo supiera tanto. En suma, dedujo con facilidad el origen el origen de su maldición. Su mención de los siglos era por demás extraña. Pensó que podía tratar se un sin rostro que recuperó su rostro, o tal vez de un brujo.
—He de advertirte que las profecías y las maldiciones nunca son lo que parecen, suelen tener un costo, siempre hay una cláusula oculta en el contrato. Cuando mates a ese dragón, asegúrate de que vale la pena el riesgo. Por cierto, tienes un compañero muy fiel. ¿Tiene nombre?
Ayé negó con la cabeza. Jamás nombró a su caballo, después de todo, no tenía en una boca para llamarlo. Ya que se planteaba la cuestión, tuvo algunas ideas.
— ¿Y si le das un nombre ahora? Será mejor ahora a que muera sin un nombre.
Ayé reflexionó un momento, luego dibujó en el suelo con la espada. Escribió algo parecido a un "8", una línea vertical, dos curvas atravesadas, una hacia arriba y la otra hacia abajo, una línea horizontal, y un ojo atravesado por una raya transversal.
—Valek, se traduciría como Sombra veloz, también como Sombra nocturna. La lengua antigua está en desuso, pero la conoces lo suficiente para usarla. Me sorprende que mantengan un sistema de escritura tan rimbombante, cuando la lengua en principio era más simple. Igual es un nombre apropiado, o eso creo, tú lo conoces mejor que yo. Bien, Valek, ya tienes un nombre. Es importante tener uno. El nombre es el ser, el rostro la identidad.
Ayé notó un peculiar sentido en las palabras del anciano. Con un gesto de su cabeza le indicó a Noc que se explicara.
—Somos algo a lo que le están pasando cosas, nada más. O, tal vez somos más que eso. Los nombres definen parte de lo que somos, nos dan carácter, fuerza, un origen, o un destino. Tú ya eres un ser, tienes un nombre; más no tienes un rostro, por lo que tu identidad es vaga, quizá hasta inexistente. En cambio Valek, tiene ahora un ser, ya es algo nombrado, y no sólo algo cuya identidad como caballo estaba marcada por los seres humanos. Antes, ¿Qué lo guiaba? Su papel, su identidad en ti servicio. Luego, te rescató, te eligió como compañero. Ya no fue sólo un siervo, sino un compañero. Ahora con un nombre, tras sus decisiones, ya puede considerarse un ser como tal. Tú eres un ser, sin identidad. A lo largo de tu viaje, y tras recuperar tu rostro, tendrás una identidad, una propia, dejarás de ser tan sólo un sin rostro, un ser sin identidad, un nadie para ser alguien. Quizá ese fue el sentido del humor de tu madre, o su promesa.
Ayé se vio tentado a levantar su espada. ¿Cómo es que Noc sabía tanto?
—Tú madre, Kaya, la bruja del bosque, una bruja poderosa. Sin duda es sabía, los mortales me sorprenden en ocasiones. Me gusta este lugar, este agujero sobre la montaña, me recuerda al lugar donde caí a la tierra hace tanto, tras la guerra. Claro, ese agujero era mucho más grande, nuestra caída arrasó el mundo.
Ayé quiso pronunciar un hechizo, levantar su espada, pero un enorme peso le impidió levantarse. El sueño le venció, a su lado, el anciano desaparecía con un rayo desde el mismísimo cielo. Ayé despertaría en la mañana, junto a la fogata ya consumida. No quedaba rastro del viejo Noc.

Ayé y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora