Capítulo 6. Bosque en llamas

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A toda prisa, el sin rostro conjuró la fuerza del viento. Primero las hojas empezaron a levantarse con la ventisca, luego se fue formando un remolino. Cada vez era más fuerte. Ayé no perdería la oportunidad que tanto había esperado. Si bien los dragones eran inmunes a la magia, aún era útil para modificar las condiciones del entorno, o para atacar con otros medios. Ayé concentró su fuerza, su canto, de manera paulatina en una nota que iba de grave a aguda, para ir formando un pequeño tornado. Las ramas de los árboles eran arrancadas y arrojadas a toda velocidad contra la criatura alada. En un comienzo, el dragón ni se inmutó, estaba concentrado en llevarse a su presa, pero tras un constante ataque, tomó la agresión en serio: de un coletazo repelió una estampida de rocas y ramas, para cambiar su dirección de vuelo. La criatura era inteligente, pronto notó al humano usando magia, y se dispuso a destruirlo. Aún sin soltar su presa, la bestia escupió una enorme llamarada, mientras planeaba en dirección a su adversario. Ayé cantó alto, el tornado se interpuso entre el fuego y su objetivo. El dragón tuvo que cambiar de súbito su dirección ante el tornado de fuego que se había formado. Las ramas quemadas alimentaron el fuego, a la par de piedras incandescentes, en un aérea estampida contra el dragón, que cayó al suelo quebrando una docena de árboles. Ayé vio la oportunidad de lanzarse contra el dragón, aprovechando que aún no se disipaba el rayo en su espada, pero sabía que no podía confiarse, ni atravesar el muro de fuego que se había creado; si deshacía el tornado, podía poner en riesgo la meta que tanto tiempo había esperado cumplir. Se preparó. Con un canto de mayor volumen, Ayé fue llevando el tornado en dirección al dragón. Éste, enfurecido, se lanzó con gran impulso de un salto contra el sin rostro, atravesando la tormenta llameante. Ayé apenas pudo esquivar el ataque de su enemigo, rodando hacia un lado en el momento justo. La tierra retumbó, como si fuese a caer por un abismo. El dragón lanzó dentelladas para devorar al sin rostro, que seguía evitando cada una, regresando un espadazo cada tanto. Con ello pequeños cortes producían una pequeña descarga. En todas las ocasiones el esfuerzo se hacía más terrible. Ayé cantó con fuerza la música del relámpago, la extensión y poder imbuidos en su espada aumentaron. Ayé se escabulló por debajo del cuello de la bestia, para cortar por debajo. Logró hacerle una herida, justo antes de que el dragón saltara para evitarlo y se colocara sobre dos patas, pues le faltó tiempo y velocidad para emprender el vuelo. La criatura volvió a escupir, y Ayé corrió debajo de sus piernas para resguardarse y asestar otra puñalada en una de las escamosa extremidades. La bestia resbalaba, pero su reacción era veloz, por lo que lanzó un golpe en vertical con su cola, mientras se impulsaba hacia el aire. Tan sólo el impulso fue suficiente para arrojar al sin rostro al piso con dureza, dándole apenas un instante para evitar el siguiente golpe, que abrió un gran hueco en el suelo. Ayé, ya muy cansado, apenas tuvo fuerza para arrojar su espada mientras entonada otro encantamiento, creando un rayo que partió la cola de su enemigo. El dragón aulló, escupió aleatoriamente, más tratando de provocar un gran incendio que atinar a alguien o algo, saltó en busca del cadáver del mamut, y emprendió la retirada. Ayé trató de perseguirlo, llamó a su caballo golpeando el piso con un llamado para identificarlo, sin estar seguro de que su compañero fuese capaz de oírlo. El sin rostro buscó su arma, sin embargo, cuando al fin dio con ella, sus piernas fallaron, al igual que su resistencia. Al borde del desmayo, sintió su cuerpo caer al piso, como si le fuese ajeno. Al tiempo en que caía se preguntaba si algún día recuperaría su rostro, si es que el fuego o el humo no lo mataban antes. No podía continuar.

 No podía continuar

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Ayé y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora