5.- The Emperor

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Aterrizaron en un tejado alto, sin duda alguna era Nueva Orleans, el aroma inconfundible llenó de nostalgia el pecho de Louis y miró al pelirrojo que aún le apretaba, perdido de nuevo en su mente
—¿Armand?
Preguntó, tratando de regresarlo al presente
—Tengo un importante pendiente en Manhattan... —gruñó, Louis asintió con la cabeza — dile a Lestat que estaré en su concierto —
Louis arrugó la frente, Armand lo soltó, besó sus labios sin preguntar y se elevó de nuevo por los aires, abandonándolo. Había entendido un poco sobre quién era el pequeño niño que ahora era su hijo, pero sí que ahora conocía su nombre, había visto a Sir Dumbledore y casi de forma dramática, sentía que sería alcanzado por una catástrofe, pero no dejaría a su hijo.
Louis miró hacia la calle abarrotada de gente, Armand se había esfumado sin decirle más, sin siquiera decirle dónde estaba Lestat. Cerró los ojos, sintió un jalón en su mente, un cosquilleo, mordió con fuerza sus labios y abrió los ojos para saltar del techo, lo tenía, o eso parecía...
Corrió por la carretera, había ecos en su mente, un presentimiento que no era propio y Louis rastreó el origen de aquella llamada, como un lobo en búsqueda de su presa.
Iba amaneciendo cuando llegó a California, los rayos del sol ya lastimaban sus ojos y los pasos se hacían más cansados, pero había llegado ahí donde ese pulso magnético lo empujaba.
Cavó con sus uñas en la húmeda tierra, bajó y durmió en ése hoyo. Una vez más, el grito de horror y desesperación, el peligro para todos, mortales e inmortales, entonces lo vió, hermosas cartas, mentes mortales juguetonas que ansiaban ser la presa predilecta para aquél espectacular vampiro Lestat, una mansión privada, el perfume de los humanos... Para cuando abrió los ojos, la tierra se había pegado a su cuerpo, se abrió paso al exterior, emergiendo con la ropa desgastada y el cabello largo, precioso.

Un empujón, una fuerza magnética que lo llevó hasta esa bella mansión, ¿Cómo era posible?
Él no escuchaba a Lestat, era imposible que Lestat le escuchara a él... Y ahí estaba ese tirón, empujando hacia adentro de la mansión en Carmell Valley. El tiempo se había detenido, aún estando ya en la preciosa California, había caminado como un alma en pena, se había alejado bastante del centro, miraba las inmensas colinas y sonreía al recordar sobre sus pasos: Lestat, era Lestat quien le llamaba.
No con el don de la mente, no, era algo más profundo incluso, más personal.
Su pecho se agitó cuando atravesó la larga y solitaria carretera, el pasto alto le recibió como una alfombra y la figura de un helicóptero saludaba desde su poco descuidada pista de aterrizaje...
Sus pasos eran humanos, no había motivo para huir, solo sonreía, observando el entorno, suplicando en silencio que su debilidad no le hubiera jugado una treta justo en ese momento. Entonces lo presintió, una presencia pesada, vampírica sin duda, alguien de pie a varios metros, en la oscuridad de esa casa. Lo sintió, su pecho se infló y creyó que su alma escaparía de su cuerpo, Lestat...
Avanzó hacia él, jamás le había amado tanto como esa noche, con su figura juvenil y orgullosa contra la ventana, sus rizos rubios, esos labios rojos que tanto adoraba.
Pasó por un costado de la cabina, ése debía ser su helicóptero personal, solo pudo pensar en cuán mimado era por el hecho de no conformarse con sus motocicletas ruidosas. Un par de pitidos se escucharon a su espalda, miró unos segundos más el hermoso aparato, luego giró el rostro hacia su creador y la sonrisa se hizo grande en sus labios.
Le amaba, sin duda alguna, era como si estos siglos apartados no fueran más que una pila de leña seca sobre la que se había arrojado una chispa, esa chispa era sin duda, su mirada violeta. Le esperó, se había quedado clavado en el pavimento, incapaz de controlar su corazón desbocado.
—¿Dónde está la capa negra y el traje negro de buen corte y la corbata de seda y todas esas necedades? —
Se había derretido con solo una frase, su voz masculina, entre lo firme y lo rasposo, esa sonrisa descarada; no pudo evitar tocarlo, aún si no se atrevía a estrecharlo en sus brazos y decirle que agradecía el verle con vida
—Bueno, no se puede ser siempre la leyenda viviente —murmuró
Entonces fue Lestat quien le abrazó, apretando su espalda, Louis odiaba que sus cuerpos encajaran tan perfectamente bien, al mismo tiempo, eso lo reconfortaba. Dejó que su piel se reconociera, hundió el rostro en su cuello, saboreando el aroma de su ropa y escuchando el rápido latido de su corazón, tuvo sed, deseó a lestat en la sangre más de lo que jamás lo había deseado, su rostro, sus formas.
Una daga atravesó su corazón, había dado paso a la amargura, el verdadero desastre tras toda esa ilógica idea de ser un Rock Star, las amenazas que él mismo había recibido por la publicación de su libro y ahora, Lestat, su amado Lestat, habría sido perseguido, amenazado, atacado.
—Pensaba que estabas muerto y acabado, ¿sabes? —le dijo en voz apenas audible.
—¿Cómo me has encontrado aquí? —
Inquirió el rubio
—Tú querías que lo hiciera —respondió Louis, encogiendo los hombros sin perder la sonrisa. No, omitió por completo su aventura del otro lado del mundo, selló como un secreto la existencia de Paul, su dulce Paul... Y hablaron, ¿Qué eran esas horas? Con la mano de Lestat sobre sus hombros, su propia mano aferrando la masculina cintura.
En un momento de aquella larga velada, surgió, un delicioso acercamiento, esa conexión tan íntima. Louis se sintió de nuevo un novicio, pero, entre más avanzaban sus palabras, más quedaba en claro algo para él: Lestat no se detendría, jamás lo haría, ni por él, ni por nadie.
Una última propuesta, el recuerdo de sus años inmortales, de su dulce victoria sobre la muerte y el mundo, ellos, amándose libremente y en silencio, devorando el mundo...

—¿Es una proposición, Louis? ¿Finalmente has vuelto a mí, como dicen los amantes?
Sus ojos se apagaron y apartó la mirada un instante, dolía, ¿Cómo podía pedir el regresar cuando...?
—No me burlo de ti, Louis —aseguró
—Eres tú quien ha vuelto a mí, Lestat —contestó Louis con voz tranquila mientras alzaba de nuevo la vista, reencontrando esos orbes azul/violáceo que tanto adoraba.
Las cartas estaban sobre la mesa, un par de palabras más. Si Lestat moriría a la noche siguiente en su iluso sueño de ser Lelio sobre el escenario, él lo acompañaría a su muerte, defendería incluso sus cenizas, destruiría a todo aquél que se interpusiera en su camino.

Los Reinos de la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora