8.- The Chariot

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Grindelwald estaba sentado frente a su plato de comida, apretaba los labios, veía a Albus frente a él, comiendo despacio su pastel de carne, con una sonrisa enorme, no estaban en su celda, sino en el mirador del castillo, los enormes ventanales reflejaban el brillo de las montañas, Gellert ni siquiera estaba esposado.
Le acababa de bañar, había recortado su barba y peinado sus cabellos, pero no tenía humor para dar el primer bocado...
—Por favor, Gell, es un maravilloso día —
Dijo Albus tras limpiarse la comisura de los labios, Grindelwald miró su plato y aflojó la mueca
—¿Por qué sigues viniendo? —
Albus sonrió, acomodó sus lentes y dejó sus manos sobre la mesa
—¿Vas a discutir sobre los cuidados que te doy? —
Dumbledore apretó la sonrisa, Grindelwald los puños
—30 años, Percival... —la voz de apretó en su garganta —y de la noche a la mañana apareces en Nurmengard, me tratas como si nada hubiera cambiado y me profesas de nuevo tus sucias promesas vacías —
El gesto del menor endureció, levantó la barbilla y mantuvo la cruel mirada de su amante.
—No te atrevas a decirme que es nostalgia, no te atrevas a evadirme utilizando mis sentimientos hacia ti —
—No son unilaterales...
—Cierra la boca.

La mirada de Albus fué hacia las montañas, Gellert miró su plato. El silencio fue largo, Gellert tomó su tenedor y dió su primer bocado. Sí, tenía hambre, la comida era magnífica, pero en su estómago yacía un nudo que simplemente no le dejaba tragar. El gesto de Albus no fue menos amargo, la tristeza se marcó en sus facciones; Gellert se levantó, tragando a la fuerza el bocado que tenía en la boca, Dumbledore lo miró de reojo, el albino se sentó a su lado y lo jaló por el cuello. Albus se sobresaltó, pero fué recibido por los labios agrietados del mayor, desde su última batalla, era la primera vez que Gellert iniciaba el beso. Se sintió dichoso, apretó su torso y le devoró con los sentimientos a flor de piel

—Juro que si esta vez me traicionas... —
Amenazó Gellert, tomando sus mejillas, hablando entre jadeos una vez que perdió el aire por ese beso
—...Puedes hacer conmigo lo que te plazca —
Interrumpió Dumbledore, retomando el beso tan pronto como pudo tomar aire.
No podía comparar la pasión juvenil con aquello que ahora llenaba sus venas, en tiempos de antaño aquella chispa les hubiera llevado a juegos de cama, en el ocaso de su vida, lo que parecía unirlos se estrechaba con fuerza en cada caricia. Albus suspiró, había acomodado su cuerpo sobre el regazo de Gellert, apretandose a él con un entusiasmo adolescente, entonces un ulular interrumpió el momento; el menor dió un respingo, apartándose para limpiar el vaho de sus lentes, miró la pequeña lechuza que esperaba sobre la mesa y Gellert se recargó sobre el respaldo
—¿Me traes un mensaje, pequeño amigo? —
Dumbledore se levantó y Gellert lo sentó de nuevo en su regazo, dejando su rostro sonrojado mientras alcanzaba la carta. Su gesto se volvió duro, la pasión del momento se había cortado en cuanto reconoció el sello de cera que cerraba la carta: La Talamasca.
Gellert lo miró de reojo mientras Albus guardaba entre su túnica el mensaje
—Me tengo que retirar —
Anunció el menor, Grindelwald lo soltó de forma fría y mordió sus labios mientras maldecía en silencio, Dumbledore acarició el filo de su rostro
—Come bien, yo espero no tardar demasiado—
Gellert no respondió, ni siquiera le miró cuando se levantó de su regazo, apenas correspondió el beso de despedida que le dejó en los labios. Eso parecía ser la norma entre ellos, algo les interrumpía y era siempre deber de Albus atender aquello... Cerró los ojos, la ventaja que tenían los cuidados de Dumbledore, era que se sentía un poco más libre, en muchos aspectos.

Albus llegó frente a la chimenea, sacó de su túnica los polvos flú.
—Talamasca —
Pidió firme, desapareciendo en flamas verdes.
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En la casa matriz, un fuego verde alertó al dirigente de aquella oficina, Dumbledore apareció fuera de la chimenea, limpiando su barba con un pañuelo, miró al rededor, aquél hombre no se encontraba solo, un reducido número de hombres se encontraba escribiendo al rededor del escritorio principal, Albus se acercó al que estaba de pie detrás de este y, aclarando su garganta, le mostró la tarjeta con el sello de cera.
—Haga favor de comunicarme con Sir Lightner, dígale que he llegado —
Levantando la barbilla sonrió amable, pero el hombre al que se había dirigido fué lento en hablar
—¿Qué es lo que quiere con el señor Aaron?—
—He recibido su carta, confío en que hay sido a tiempo —
La impecable sonrisa de Albus no se compartió con el otro caballero, a su derecha, un hombre de cabello corto, de no más de 30 años, respondió
—Si es de Sir Lightner, ha llegado seis años tarde... —
Albus se giró, sin perder los ánimos, preguntó con la mirada por sobre sus lentes de media luna
—No creo que eso sea posible, caballero —
—Aaron Lightner fué asesinado en 1978 —
Interrumpió el hombre de acento estadounidense, el primer caballero se aclaró la garganta, pero el más joven continuó
—Yo mismo asistí a su funeral. —
Albus frunció el ceño, apretó los labios y asintió con la cabeza
—Ya veo... —
—Yuri —habló pronto el primer hombre, quien acababa de abrir la carta —No seas descortés con Sir... Dumbledore —
Reprendió, leyendo el nombre de la misiva. El aludido apretó los puños y asintió con la cabeza
—Una gran disculpa, Sir Dumbledore —
Respondió Yuri con sequedad, Albus asintió, sin perder su sonrisa
—Acepto sus disculpas, caballero, lamento el fallecimiento de Sir Lightner —
El hombre acomodó sus lentes, pidió de forma cortés que les regalaran un minuto a solas y todos, con excepción de Yuri, salieron del despacho. Unas miradas largas y silenciosas, una incomodidad creciente, justo cuando Albus cambió su postura, Yuri por fin salió, con los puños apretados. El hombre tras el escritorio soltó el aire que estaba conteniendo
—Mis sinceras disculpas, Yuri Stefano era el discípulo principal de Sir Lightner y es la segunda vez en esta semana que alguien ajeno a la hermandad pregunta por él —
Explicó amablemente, ofreciendo el asiento más cercano, Dumbledore aceptó con gusto
—Asumo que su fallecimiento sigue presente —
Dijo mientras cortaba distancia, antes de sentarse, el caballero de la Talamasca extendió su mano
—Mi nombre es David Talbot, por su entrada, debo decir que me honra con su presencia el ministerio de Magia y Hechicería —
Albus tomó aquella mano, pero rió complacido
—Es un placer, Sir Talbot, aunque no soy parte del ministerio, más bien soy un viejo conocido del señor Lightner —
Ambos tomaron asiento, David acarició el papel en sus manos y su gesto pasó a ser de profunda meditación
—Si ha podido escribirle una carta, usted fué un amigo por lo menos —
Anunció, repasando en silencio las palabras a puño y letra del anterior dirigente.
—¿Sir Lightner ha regresado como aparición? —
Preguntó Albus con toda normalidad, sacando la primer sonrisa de David, quien dejó la carta desdoblada sobre la mesa
—Más que una aparición, caballero —señaló David, cruzando las manos sobre su regazo —Y el problema que le trae a nosotros, por el que Sir Aaron ha tomado la molestia de imprimir sus fuerzas, se encuentra precisamente en uno de los cuartos de esta institución —
David acomodó sus lentes, Albus perdió su sonrisa
—¿Cómo ha llegado a su institución Harry Potter? —
Preguntó, con la voz más dura de lo que se esperaba, David apretó los labios, desapareciendo también su sonrisa
—Ha llegado con una compañía particular, misma que mi compañero no se ha molestado en explicar en su carta, Sir Dumbledore, ¿Sería mucha imprudencia de mi parte el preguntarle porqué un niño de apenas cuatro años es tan importante para ustedes? —
Albus cerró los ojos un momento, rebuscó entre su túnica y echó un caramelo a su boca, lo chupó un momento...
—Sir Talbot, ¿Su institución fue enterada de la reciente guerra mágica que se libró al rededor del globo? —
David asintió suavemente con la cabeza
—Temíamos que se extendiera también hacia otras criaturas, así que, en efecto, escribimos un par de artículos sobre su lucha con "quien no debe ser nombrado"—
Ambos se miraron en silencio un momento más, Albus se movió para ofrecer una gragea de todos los sabores a David, quien la tomó con curiosidad y la puso en su boca
—Bien, los padres de ese muchacho fueron espectaculares magos y este niño, derrotó a Voldemort con apenas un año de vida. Eso lo convierte en el héroe del mundo mágico y su vida es más valiosa que todo el oro del mundo —
David tosió, sacando de su boca la gragea, sin poder ser discreto
—¿Esto... son dulces para ustedes? —
Dijo entre accesos de tos, Albus se levantó y ofreció su cantimplora
—Mis sinceras disculpas, pensé haber seleccionado los sabores no desagradables —
David bebió un trago y quedó sorprendido con el sabor
—Pues esto sabía como a cerilla... —
Dijo, sin soltar la cantimplora, acercándola de nuevo a su nariz para comprobar el aroma
—Es lamentable, estás grageas contienen todos los sabores del mundo y lo que acaba de tomar, es cerveza de mantequilla —
Talbot regresó la cantimplora y aclaró su garganta, seguía fascinado
—Eso es... increíble, sin duda alguna... —
Murmuró recomponiéndose, tomó aire y volvió al frente
—¿Por qué un ser tan valioso no quedó a su cargo? Disculpe por la distracción —
Albus levantó una mano y agachó un poco la cabeza, en un gesto comprensivo
—Su protección quedó a cargo de la familia materna, dónde crecerá en un ambiente seguro, familiar y sobre todo, lejos de la abrumadora fama que ya carga en el mundo mágico, no es mi deseo que su alma sea corrompida por el cegador brillo de la fama antes de tiempo —
David acomodó su corbata, tragó de nuevo. Albus escuchó su mente, ese lugar intrincado y lleno de secretos, dilucidó el rostro de un joven pelirrojo sosteniendo al pequeño Potter y de pronto fué empujado fuera.
"Le agradecería mantener la privacidad de nuestras mentes para nosotros mismos, Sir Dumbledore"
Replicó en su mente la voz de David, el anciano no pudo estar menos que sorprendido
—Mea culpa —
Admitió, David le sonrió con cariño
—El pequeño en cuestión, llegó aquí a manos de dos criaturas peculiares, de alto interés para nuestra sociedad y de incalculable valor histórico —
El aura en la habitación se congeló, Albus se recargó en el respaldo, en un gesto de escucha, David prosiguió
—Se encuentra fuera de peligro y, aunque desconocemos sus lazos sanguíneos, ha quedado a cargo de una nodriza maga, aunque ella es hermana de la Talamasca, considero que puede escribir para ustedes un reporte constante del crecimiento de este chiquito, si le parece —
—¿Puedo pasar a verlo con mis propios ojos? —
Preguntó, David se levantó, alisando su saco
—Por supuesto, después de todo, solo pediría un favor de su parte—
Albus se levantó, asintiendo
—¿Qué favor sería? —
—Permítame escribir un reporte completo de su guerra mágica, eso es todo —
Albus meció su barba, meditó en silencio unos segundos e inclinó un poco la cabeza
—Me parece un trato justo... —

Llegaron a una habitación amplia, con aroma fresco, una joven mecía al pequeño Potter en su regazo mientras leía para él los cuentos de Beedle el Bardo, dejó de mecer cuando reconoció a los hombres en la puerta
—¡Director! ¡Sir Talbot! —
Excalmó la joven, con una sonrisa amplia y fresca, Albus se acercó hasta poder observar la cicatriz en la frente del pequeño
—Señorita...—
El bebé los miró, con sus preciosos ojos verdes.
—¡Mira! Él es el Rey del castillo, ¿Te acuerdas? —
Preguntó la joven al bebé, quien la miró confundido
—El rey Dumbledore, que gobierna en su castillo mágico que se mueve, junto con la reina gato —
El niño sonrió, aplaudió un par de veces
—¡ley dududo! —
Albus levantó una ceja, ¿Reina gato? La chiquilla se ruborizó
—Debo de preguntar, señorita, ¿Cómo es que usted llegó a estar a cargo del joven Potter? —
Ella miró a David, quien le hizo un gesto para que hablara
—Bueno, dos buenos hombres lo han traído por unos días, ellos... le llaman Paul, yo, ah, si pensé, pero, ¿Este es de verdad Harry Potter? —
Un escalofrío recorrió la espina de Albus, la dureza de su gesto hizo dudar a los dos eruditos, el niño trató de llamar su atención para que siguiera con la lectura y, mientras ella trataba de pedirle tiempo, el anciano mago se giró hacia Talbot
—¿Dos hombres? —
David asintió, alejándose de la joven con el director detrás susurró
—Mas bien, dos bebedores de sangre, Sir Dumbledore, por favor, le explicaré todo lo que sé de este caso si... —
Albus levantó una mano, pidiendo que se detuviera
—Nuestra charla tendrá que ser pospuesta —
Declaró, sacando discretamente su varita, sin una sola palabra se esfumó en el aire.

Privet Drive.
La casa cuatro parecía tranquila, un coche relativamente nuevo aparcado afuera, una luz y el bullicio en la cocina, Albus se negó a creerlo primero, llamó a la puerta con toda la calma que le caracterizaba, esperando con el rostro en alto. Una segunda vez, una tercera y por fin, el ojo oculto se abrió
—¿Quién es y qué quiere? —
Preguntó la pastosa voz del Señor Vernon, Albus apretó su barba por las puntas
—Albus Dumbledore —
Se presentó, la mirilla se cerró de inmediato
—¡Largo! ¡No queremos demonios en esta casa! ¡Larguese! —
Le gritó el muggle, con todo el desprecio y asco que su voz podría transmitir
—He venido a ver a Harry Potter —
Explicó, todavía al borde de su paciencia
—¡Aquí no vive ningún "Potter" ni ninguno de su calaña! —
La voz se alejaba dentro del pasillo, mientras el rostro de Albus se ensombrecía. La varita de sauco se deslizó por su manga y en silencio, aquél hombre recitó el hechizo
"Alohomora..."
Dos clicks, un par de saltos y la puerta se abrió para él, levantó la mirada hacia un aterrado y obeso señor Vernon, que empezó a vociferar
—¡Larguese! ¡Aléjese de mi casa! ¡Llamaré a la policía! —
Por el pasillo, la famélica Petunia se asomó, solo para dar un alarido de terror, más parecido al graznido de un ganso. Mientras Dumbledore entraba en la propiedad y la puerta se cerraba de golpe a sus espaldas.

Los Reinos de la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora