10.- The Hermit

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«¡Armand, ahora! Quiero estar a salvo contigo cuando Lestat suba al escenario mañana por la noche»
Tomó aire como si lo necesitara, el movimiento de sus costillas fue ciertamente reconfortante, cerró el canal, detestaba cuando Daniel se ponía en ese estado. Pero adoraba la forma en que regresaba a él, desearía que aceptara más que era por voluntad propia. Pero esa molestia era apenas un mosquito flotando al rededor de un charco, no podía estar tranquilo, solo apreciaba la luz de la luna y escuchaba por momentos los gritos agónicos de alguna criatura infortunada. Cerraba los ojos, a unas horas del concierto su corazón sentía definitivamente el peso de una criatura más allá de lo que podría comprender.
No, aquello no era humano, ni siquiera bestial, era poder, poder en toda regla y gloria, una advertencia magnética y frenética, él la sintió y no pudo evitar aterrorizarse ante su inminente muerte, muerte que no llegó.
En la calma de san Francisco esos ojos bestiales le observaban a lo lejos, ni siquiera todo su poder podría esconderse. Entonces la sintió, una chispa ardiendo en su corazón, sus pensamientos siendo robados, escarbados y arrebatados.
Silencio, aquella presencia se alejó y Armand supo que estaba conteniendo la respiración cuando vació sus pulmones en un alivio punzante, se había marchado. Supo que esa era la presencia que había convertido en pequeñas manchas de sangre y cenizas a cientos, no, miles de los suyos y él seguía existiendo después de eso, ¿Acaso deseaba atormentarlo?
Se levantó de inmediato y comenzó a buscar a Daniel, sintiendo su corazón palpitar envuelto en preocupación y terror, aquello venía y no existía fuerza en este mundo que lo detuviera.

Lo encontró, miserable, ebrio y casi loco. Su pequeño, ese dulce hombre que no podía cuidarse a sí mismo. No traía su relicario.
—¿Qué hago contigo, querido mío? Especialmente ahora, cuando yo mismo estoy tan asustado.
Susurró en su oído mientras mecía su cabello. Pensó en el pequeño niño que guardaba Louis, era mejor que estuviera tan apartado. Cerró los ojos un momento, como si dormitara, luego llegaron al aeropuerto.
—Vida mía, pequeño mío, estás tan adentro en el desierto...
Lo llevó cargando, ¿Cuánto pesaría? ¿60, 65kg a lo mucho? Era nada, presentía la enfermedad en su sangre, la debilidad en su cuerpo y su mente. Maldijo a sí mismo y apretó los labios, recordando tanto a Marius como a Santino. Tendría que hacerlo.
¿Acaso no fue la enfermedad y la inminente muerte aquello que llevó a su amado Marius a entregarle el don oscuro?
¿Acaso no fué él quien se había negado rotundamente a transformarlo, hasta que temió perderlo?
Ahora estaba perdiendo a Daniel.

Las lágrimas inundaron su rostro, ¿Estaría seguro con esa cosa pululando al rededor del globo, arrasando a todos los inmortales a su paso?
Pero él se había salvado, le había tenido en rango y lo dejó escapar.
¿Haría el mismo favor para Daniel?
No había tiempo para responder a esa pregunta, la vida de su pequeño muchacho era una vela casi extinta, en silencio maldijo a los sentimientos humanos, a su propia debilidad, miraba al ser que reposaba en su pecho, alcanzó el pañuelo antes de que sus lágrimas arruinaran el blanco traje.
—¿Qué voy a hacer contigo?
Murmuró apenas, entonces Daniel lo miró, esos pequeños ojos azules, apagados y agónicos, el corazón se le estrujó.
Entonces lo hizo.

¿Daniel sabría cuál era el verdadero dolor de la muerte?
Cuando levantó su barbilla, dejando a la vista su vena palpitante, la sed le cerró la garganta, Daniel, su Daniel, su pequeño Daniel. Dejó un beso antes de morder y chupó su vida hasta casi extinguir la vela. Era el momento, levantó la cabeza y escuchó el último aliento de su vida mortal, entonces su uña abrió su propio cuello y guió dulcemente la cabeza de Daniel hacia él. No podía controlar todo lo que las visiones en la sangre mostrarían, pero encontrarse la divina figura de Lestat le hizo sonreír. Verdades a medias, mezcladas con alucinaciones febriles, su corazón siendo drenado: Lestat saludándole desde su Porsche negro, Louis de pie ante la chimenea de Carmel Valley, las gemelas, ¿Qué hacían ahí?
La conexión se fué apagando mientras su sangre fluía dentro de Daniel, las imágenes eran solo para él, incluso el placer de sentirse drenado fue cubierto por una terrible sobriedad.
¿Dónde estaba el éxtasis para el maestro? Cerró los ojos, si Marius le viera...
Dolor, entumecimiento, el reflejo de su cuerpo fue usar toda su fuerza contra aquél que robaba su pesada sangre; entonces volvió en sí, la herida en su cuello escupía un rastro rojo, mientras el cuerpo de Daniel yacía en la cama, no importaba, la sangre repararía cada hueso, cada herida y todas sus fuerzas, su verdadera belleza. Si, el truco oscuro parecía hermoso, pero él se sentía como un terrible verdugo.
—Duerme, querido —
Qué no sabía él de ese letargo post mortem, pero Daniel era un necio. Besó sus labios, Daniel cayó inconsciente. Tras dejarlo en el departamento salió al balcón, casi amanecía en América, tomó aire, el sopor matutino llegaría pronto y con él, la cuenta regresiva hasta el concierto.

Los Reinos de la MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora