Los Reinos de la Magia

21.- The Judgement

Al anochecer, Louis y Harry ya estaban de regreso en América. Maharet había conseguido una niñera para el pequeño, y el barco en el que viajaban ofrecía una exclusividad que Louis agradecía profundamente. El resto del trayecto transcurrió sin incidentes. No hubo más señales de magos ni la presencia de otros inmortales que le inquietaran. La tranquilidad lo envolvía, una calma que parecía demasiado frágil.

El viaje en avión hacia Sonoma fue ameno; Harry permaneció dormido en sus brazos durante toda la madrugada. Al amanecer del tercer día, Louis se retiró a los sótanos de la villa para protegerse del sol, mientras Harry quedaba a cargo de las nanas y los criados. A las 8 pm, cuando despertó del letargo, el eco de voces y risas llenaba los largos túneles de piedra. Era evidente que la villa estaba llena de vida.

Al abrir la puerta oculta al final del pasillo, Louis quedó sorprendido. A su izquierda, frente al tapiz de las gemelas, una pequeña reunión de mujeres, todas pelirrojas, reían con entusiasmo. Las risas reverberaban en las paredes de piedra, creando una atmósfera cálida, aunque casi inquietante por su intensidad.

—¡¿Pero cómo?! —
Exclamó una mujer, su voz clara y llena de incredulidad. Un coro de risas femeninas la secundó, cristalinas y llenas de complicidad.

—Oh, vamos, ¿no sabías que Poppy se moría por Robert? —
Dijo otra, en tono cómplice.
Más risas siguieron. El choque de delicadas copas de cristal tintineó en el aire, como si la felicidad y el vino fluyeran por igual en esa estancia.

—No te creo nada —insistió la primera, su incredulidad palpable.

—Entonces, créelo cuando veas la prueba de embarazo —
Remató una voz más chillona y pedante, desatando otra ola de exclamaciones y carcajadas.

Louis observaba en silencio, sus ojos verdes como esmeraldas, recorrieron a cada una de esas mujeres. Parecían un espejismo repetido: todas pelirrojas, sus rizos cayendo sobre hombros pálidos mientras formaban un círculo cerrado. Bebían de pequeñas tazas de porcelana, pero el aroma que se escapaba de sus bebidas no se parecía en nada al té.

Al otro lado del salón, los hombres, más moderados en sus charlas, estaban envueltos en una partida de póker. Sus voces, bajas y tranquilas, apenas perturbaban el bullicio femenino.

Louis suspiró con suavidad, girando sobre sus talones para subir las escaleras. Pero antes de que pudiera moverse, la figura de Maharet se materializó frente a él, como si hubiera salido de las sombras mismas. Su sonrisa era suave, casi maternal, y en sus brazos descansaba el pequeño Harry, profundamente dormido.

—Es bueno verte despierto, Louis —saludó ella, su voz dulce y firme al mismo tiempo. Le tendió al niño con suavidad, como si ofreciera algo sagrado.
Louis, sin dudarlo, tomó al pequeño. Harry apenas se movió, solo se acurrucó más cerca de él, su carita sonrosada entre las sombras de la villa. Maharet lo observó con una calidez serena en sus ojos.

—Acompáñame —
Pidió, sujetando suavemente los codos de Louis.

Le guió hacia el corazón de la reunión. Al entrar en la sala, las conversaciones se detuvieron momentáneamente. Maharet, con su porte imponente pero afectuoso, alzó los brazos y sonrió a la multitud.

—Tía Maharet, ¿quién es este hombre tan guapo? —
Preguntó una de las mujeres, con un tono travieso que Louis identificó como la primera voz que había oído al llegar.

—Mary, mis queridos sobrinos, él es Louis DuLac, y este es nuestro pequeño Harry DuLac —anunció Maharet, haciendo un gesto hacia Louis y el niño. Su voz, aunque suave, tenía el peso de una declaración innegable—. Son parientes de Nueva Orleans.

Los murmullos estallaron al instante. Las felicitaciones y los saludos llegaron en un torrente de palabras apresuradas. Harry se despertó sobresaltado, y al darse cuenta de que estaba en los brazos de Louis, se aferró a él como un náufrago a una tabla. Louis, con ternura, besó la cabeza del niño, mientras las decenas de parientes lo rodeaban.