Un lunes normal. Un lunes común. Un lunes corriente.
Nicolás prefería usar aquellos sinónimos para definir la mitad de su día. Limpiaba la ristra gigantesca de vitrinas de plástico, que de tono traslúcido permitía a cualquier consumidor apreciar a deleite los dulces. El omega laburaba medio tiempo en una confitería cercana a un colegio.
Las mañanas las ocupaba en el aseo de su pequeño apartamento, un cuartucho en donde apenas podía caminar, sin divisiones, sin muebles más allá de una cama y un televisor. No gozaba de lujos, pero sí de seguridad. Con el sol dejando caer oleadas de calor en el verano, Nicolás emprendía un pequeño viaje en autobús todos los días hasta su lugar de trabajo.
— ¿Y ahora qué intentas hacer? — murmuró la beta, quien notablemente sucumbía al sueño, sentada tras el mostrador, comiendo con desgana su usual chupetín de manzana verde, paseando el caramelo de lado a lado en su boca.
Nicolás perdió un poco de concentración, dando un pequeño respingo por la voz un poco rasposa de Trinity, su jefa y dueña de: Latido de chocolate. Ella era dieciséis años mayor que Nicolás, toda un alma amarga, que no iba acorde a su puesto de trabajo. No era muy querida por sus vecinas, por el poco uso del filtro a la hora de comunicarse.
— Una grulla — respondió el omega, achinando los ojos, concentrado en la voz de la señorita que explicaba en el vídeo cómo doblar la hoja — ayer estuve haciendo unos peces — Nicolás no lo resaltaba con orgullo, pero solía ser popular entre los clientes más pequeños, por terminar obsequiando sus figuras.
Amaba el origami. Quizá lo tachaban de aburrido, sin embargo, disfrutaba pasarse tutoriales y practicar hasta el cansancio de sus dedos. Además, le ayudaba con el trabajo, y lo hacía muy estimado entre los clientes. Tras la segunda limpieza de la tienda, el conteo del producto que empezaba a escasear y el recuento del dinero en caja, mientras esperaba compradores, solía emplear su tiempo en sus pasatiempos.
Trinity se sacó el bombón de la boca, señalando a su empleado con éste — ¿No deberías buscar un hobby más explosivo? — reprochó arqueando una ceja — así no conseguirás una pareja y tu sueño de tener un bebé — hizo un ademán con una mano, alzándose en el aire, como la expansión del humo de una explosión — Adiós, seguirá siendo un sueño —
— No está bien cambiar para gustarle a alguien, eso dijo mi terapeuta — frunció los labios, sus cejas se acercaron, dándole el gesto de enojo por la forma despreocupada de ver la vida de su jefa y única amiga.
La beta posó su codo sobre su muslo, apoyando su mejilla contra su mano — Ajá. ¿Y si dejas el alcoholismo para gustarle a alguien? — preguntó sacándole charla a un ocupado Nicolás, quien empezaba a darle forma a su papel. El sabor del caramelo se consumía en su boca, su garganta empezaba a quejarse por la sed y el ventilador en el techo no daba el suficiente aire para calmar el calor.
— Los malos hábitos debes cambiarlos por ti, porque quieres mejorar — concluyó, revelando a su jefa, su pequeño triunfo — ¡Acabé!, es preciosa — resaltó admirando la figura en su mano — podríamos dársela al siguiente comprador o... ¿A quien obtenga un premio en algún helado? No, ¿qué sería lo más justo?, ¿quién compré más de una cifra específica? — empezó a parlotear en voz alta, preocupado por el destino de su grulla de papel.
— Nico — le llamó la fémina, acostumbrada a que las preocupaciones más pequeñas derrumbaran a su amigo — se la damos al primero que venga y ya —
El omega de aroma a zanahoria asintió — Entonces ese podría ser Lucas, vendrá por mí. Iremos a comprar anillos de boda — murmuró, perdido en las manecillas del reloj de pared, que parecía detenerse cada que sus ojos se cruzaban con él. Quizá sus ansias paraban el tiempo.
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Un cachorro para dos tontos
Romance|Omegaverse| Nicolás es un omega infértil y soltero. Su gran añoranza de un hijo, le llevó al camino de la adopción. ¿Su desgracia? No cumple con los criterios para ser un padre adoptivo, así que recurrió a la única persona (y alfa) en quien confía...