Capítulo 4

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Mecía sus mechones hacia el lado derecho, quitándolos de su rostro, asegurándose que ni una sola hebra buscase un camino diferente al que él quería. Inmaculadamente blanco, reluciente desde los pies hasta la cabeza, se fijaba insistentemente en el espejito de mano que llevaba colgando de su bolsa.

El largo arete; el lóbulo era adornado por un lazo, cayendo una cadena hasta el final con esfera blanca, rodeada de dos halos dorados que parecían contener una bola de magia, se balanceaba con gracia con cada mínimo movimiento de su cabeza. El arete contrario, era una simple pelota limpia de color, que complementaba el estrafalario diseño tan disparejo. Nicolás era un omega un tanto vanidoso, procurando el bienestar propio, al sentirse bonito para sí mismo, esmerándose en apreciar la belleza que sentía. Apretó sus labios restregando el bálsamo con sabor a frutas y sonrió orgulloso de su trabajo.

— Toma — Lucas le pasó los dos prensadores pequeños de tonos blanco que resaltaron en la dorada cabellera del omega, ayudando a su amigo a colocarlos hasta que se sintiera satisfecho con el adiestramiento de su flequillo — Te ves hermoso, Nico —

— Lo sé — murmuró, perdiendo las fuerzas contra la tentación de arreglar el nudo mal atado de la corbata negra del conjunto de Lucas, quien resaltaba por posar completamente de negro en medio del pasillo de la sala de esperas del buffet de bogados en donde esperaban ser atendidos. Sus pequeños dedos empezaron con su labor, desatando y volviendo a atar, deslizando las yemas por la tela que cubría los hombros. Quería todo perfecto.

Lucas apoyó cada una de sus manos sobre los hombros de Nicolás, lo hizo de una forma lenta, dejando que el omega entendiese que lo tocaría — Nico, estamos bien — prometió, esbozando una sonrisa, esperando apaciguar aunque fuese una pequeña parte de la intranquilidad de su mejor amigo — Tú y yo estamos aquí. Conseguimos a los testigos e Iris nos va a ayudar a casarnos —

Nicolás asintió, con su mano sobre su pecho dejó escapar un largo y sonoro suspiro — Sí, sí, sí — con cada afirmación su voz se iba diluyendo... Aunque sus orbes no tardaron en darle un repaso al vestuario del alfa.

Pulcramente negro; desde sus zapatos hasta su chaleco. Sus ropajes no tenían rastro de otro color más que el de una solitaria noche sin luna, ni estrellas. Su larga cabellera había desaparecido a un estilo más corto, gracias al trabajo de un peluquero. La zona posterior había quedado con mechones que no llegaban a la nuca y cualquier posible flequillo había sido aplastado hacia atrás, dejando el escape de una que otra hebra rozando su frente.

— Nico, ¿eso es un lapicero? — preguntó a sabiendas de la obvia respuesta, pues el objeto realzaba de entre el bolsillo su blanca camisa de centro, la punta azulona se reflejaba entre tanto brillo blanco y dorado.

Los orbes marrones del omega bajaron hasta su prenda, sonriendo gratamente con orgullo que solo presagió el desborde de un ataque de inseguridad — ¡Sí!, ¿qué tal si Iris se queda sin tinta? Traje una pluma azul... Aunque no sabía podemos firmar solo en azul o en negro, así que traje una pluma negra en mi bolso —

— ¿Qué más traes? — Preguntó, con ese temor de siquiera señalar la cartera en el sillón — No, sabes qué, no quiero saber — se masajeó las sienes, rebuscando en su memoria algún tema para cambiar de aires o Nicolás podría empezar a dudar y crear un cataclismo en plena sala de espera.

— Nico, deslumbras tanto — la voz de Trinity resonó en todo el pasillo. Tenía un haz de luz en cada ojo, admirando desde los mechones hasta las zapatillas del omega, al que llamó abriendo sus brazos — Es una pena que tengas que acabar al lado de... — resaltaba el reproche y la desgana en su tono — él —

— ¡Triny! — Chilló Nicolás, emprendiendo una corta carrera, encontrándose con el cuerpo de la beta, recostó su mejilla a la altura de su corazón. Aplastando la fina tela negra de su blusa en la que se impregnaba, el aroma frutal de su perfume artificial — Gracias por venir — su sonrisa resaltó en cada orbe de la hermosa fémina.

Un cachorro para dos tontosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora