Capítulo 1

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Kathleen

El sol está en todo su apogeo esta mañana de lunes. Respiro mientras mis dedos se deslizan por el teclado de mi computadora. Redacto cartas de petición y apruebo envíos. Llevo cerca de un siglo viviendo junto a los humanos, escondiéndome entre ellos. Viendo el horror con el que hacen las cosas.

Nuestra gente una vez vivió en armonía con los humanos, pero eso fue hace milenios. Antes que el terror se apoderara de sus corazones y que el caos reinara. Como cualquier ser, tenemos creencias; existe tanto una historia de cómo fue la creación, con deidades, como una que trata de evolución. La mayoría de los nuestros creen en la creación. En ella dice así:

«Al principio, no existía nada. Todo era oscuridad y desolación en la tierra. Entonces los Dioses llegaron. Dos hermanos, un hombre y una mujer; ellos crearon la vida. Él, hizo el sol para alumbrarnos en las mañanas; y ella, creó la luna para alumbrar nuestras noches. Él hizo los montes y los valles, ella creó los lagos, los ríos y los mares. Él creó el viento que nos permite respirar, y ella las nubes que rocían la mañana con la lluvia refrescante.

Entre ambos crearon a los animales. Los que surcaban los cielos con plumas de vivos colores, los que corrían sobre la tierra en dos y cuatro patas, los enormes que nadaban en las diferentes aguas. Finalmente, juntos crearon al humano, un ser que combinaba lo que ambos querían lograr. Él se dio por satisfecho, pero ella no. La diosa de la luna creó un nuevo ser, uno más longevo que el humano, más fuerte y capaz de siempre saber lo que los humanos necesitaban para ayudarlos. A este lo llamaron "Gealachá", que luego sería llamado Inframundano, e incluso demonio.

El dios del sol se sintió opacado por la creación de su hermana y creó otra criatura. Ésta caminaba pavoneándose y sintiéndose superior por ser obra única del dios. Los llamaron "Na Eísai Ílios", luego denominados Intramundanos o, erróneamente, Ángeles. Los humanos y los Gealachá convivían en paz y armonía, se ayudaban y unían como parejas. Sin embargo, los Na Éísai Ílios, por otra parte, no. Ellos se sentían superiores.

El dios sentía ira. Sus creaciones eran para ser venerados, no apartados como escoria por los otros. Celoso de la relación entre los humanos y la creación de su hermana, optó por maldecirlos. No caminarían bajo su sol sin sufrir dolor, y su piel se quemaría cual carne al fuego. Condenó a los Inframundanos a ocultarse del sol. Si alguna vez el sol tocaba su piel, se quemarían con el ardor del odio del dios por ellos. La diosa se sintió indignada, y arrojó una maldición sobre los creados por su hermano. Jamás caminarían bajo la luz de la luna sin sentir el dolor en su alma. Así como la luna reflejaba el sol, al tocar su piel, la luz de la luna reflejaría en ellos su propio amargor en dolor.

Pese a las restricciones que tenían, los Gealachá conservaban una buena relación con los humanos; uniéndose podían volver a salir al sol y gozar de una vida plena. Las creaciones del dios, sin embargo, continuaban siendo repudiados, sin disfrutar de la compañía de otros seres. Cegado por su orgullo, el dios hizo la peor maldición. Si tan afines eran los humanos y los Gealachá, entonces vería qué tanto podrían quererlos los humanos haciendo que su única comida fuera la sangre, pero no sangre de animal u otra criatura, solo la sangre de humano.

Los humanos se sintieron atemorizados de los nuevos seres. Pese a que ellos no querían lastimar a los humanos, ellos estaban espantados. La diosa, dolida por lo cometido, abrió una zanja en el espacio-tiempo, donde ordenó ir a todos sus seres para protegerlos. Un reino en el que ellos viven en paz, con un sol especial, así tendrían día y noche; caminarían en el mundo de los humanos, pero detrás de un manto que solo atravesarían para alimentarse, siempre prometiendo que tomarían solo lo necesario y nada más.

La diosa, aún enardecida por lo que había hecho su hermano, lanzó una última maldición. Si tanto odiaban los Na Éísai Ílios a los humanos y estar juntos, entonces deberían aprender a vivir con ellos. Los maldijo a servirles, sentir su pena, angustia, dolor, y estar obligados a ayudarles, o el sufrimiento de los humanos los enloquecería. El dios decidió hacer lo mismo que su hermana, abrir una zanja en el velo de las dimensiones, y llevó a sus seres allí, lejos del dolor y necesidad de los humanos. Estar en otro mundo les ayudaba, pero cada cierto tiempo todavía debían cruzar el velo para ayudar a los humanos y no enloquecer de dolor».

Crónicas de Inframundanos - El ángel  para el ángel OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora