Capítulo 3

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Stella

Las últimas horas me entretengo leyendo el último libro que adquirí, una historia de amor casi de ensueño. Me lo regaló mi tío para Navidad y no había tenido tiempo de leerlo todavía. Son cerca de las 7:30 p.m. cuando tocan a mi puerta. Se abre lentamente, revelando a la mujer que vi en la mañana. Me siento la peor por no recordar su nombre y solo atino a darle mi mejor sonrisa.

—La cena se está sirviendo.

— ¿Dónde está mi nana? —pregunto rápidamente.

—Me ayuda a poner la mesa. La esperamos en el comedor.

Cuando sale me doy cuenta que no tengo ni idea de cómo llegar al maldito comedor. Aparte solo me dijo cenar. ¿Qué, la mujer me compró y ahora ni caso me hará? ¡Bien! ¡Mejor! Porque si baja le haré arrepentirse. Abro la puerta y miro la que me dijo era su habitación. Aguardo unos segundos a ver si abre, sin embargo, la plancha de madera se mantiene cerrada. Suspiro y camino por el pasillo, tratando de hallarme en la inmensa casa.

— ¿Qué haces vagando por ahí, niña? —escucho la voz de mi nana y me giro para encontrarla al final del pasillo.

—No sé dónde está el comedor.

—Entonces pides ayuda. En las habitaciones hay intercomunicadores.

—No los vi. —contesto, dejándome guiar por ella.

—La señora Elise indica que por lo general no se usa el comedor grande. Así que sirve la cena en un comedor secundario más pequeño.

—De acuerdo. —contesto mientras me dejo conducir por la casa.

Luego de bajar las largas escaleras y cruzar un pasillo entramos en el comedor. Según mi nana, es uno pequeño, pero no lo parece. La mesa es para seis personas, se puede ver que es de una madera de caoba muy fina y seguramente antigua. ¿Qué pensaría si daño sus finos muebles?

Me dejo caer sobre una de las sillas en la cabecera de la mesa, donde está puesto un plato. Parece ser porcelana y al ver los cubiertos más de cerca me sorprende que no sean de plata. Pensé que toda la gente rica amaba la plata fina. No es que me moleste, mi tío siempre dijo que era alérgica a la plata y debía estar lejos de ella. Tomo el cuchillo y pruebo hacer un rayón en la mesa cuando la puerta se abre abruptamente.

Se ve descansada. Su cabello, antes en una coleta, ahora cae en una sedosa cascada, oscura como el manto de la noche. Su traje elegante de tres piezas ha sido sustituido por una camiseta blanca y unos pantalones de chándal negros. Veo sus pies descalzos mientras camina hasta sentarse delante de mí, tomando la silla al otro lado de la mesa.

—Puedes dañar todo cuanto quieras. —me dice y bajo el cuchillo, atrapada en el acto.

—Es bueno saber que la señora se dignó a salir. —respondo, desafiándola con la mirada.

—Como dije antes, normalmente soy nocturna. Le pedí a Elise que te hiciera unas chuletas de cordero con papas al perejil, pensé que podría ser de tu agrado. —tiene una ligera sonrisa que la hace ver joven y relajada.

—Soy vegana. —le digo solo por llevarle la contraria.

Veo como abre enormemente los ojos y parece angustiada ante la información.

—A mi niña le gusta hacer bromas —dice mi nana entrando y dejando el plato de chuletas frente a mí, tiene un olor exquisito —. Ella come de todo.

La veo suspirar de alivio y se vuelve a reclinar en su silla.

—Escucha, no me interesa hacerte daño. Quiero que te sientas cómoda en este lugar. Será tu nuevo hogar.

Crónicas de Inframundanos - El ángel  para el ángel OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora