I. Right Where You Left Me

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I'm just a would've been, could've been
Should've been, never was and never ever will be
We'll sharpen your teeth
Tell yourself that it's just business

*

Crowley lo había besado.

No solo eso.

Le había ofrecido irse con él; retirarse, o como los humanos solían llamarle después de una vida de oficio, "pensionarse". Tal y como Gabriel y Beelzebub, quienes ahora eran una pareja, habían hecho, muy para el disgusto del cielo y el infierno.

Solo ellos dos.

Un grupo de dos.

¿Cuáles fueron sus exactas palabras? "No necesitamos el cielo ni el infierno. Son tóxicos... Puedes apoyarte en mi y yo en ti... Somos mejores que eso. Tu eres mejor que eso." O algo así. Aziraphale ya no estaba seguro de nada y dudaba que su memoria fuera a recomponerse dentro de poco.

En su momento le había escuchado con atención, almacenando cada segundo junto a Crowley dentro de sus memoria como lo venia haciendo desde hace seis mil años. Ahora, sin embargo, las palabras estaban esparcidas a lo largo de sus recuerdos sin un orden en especifico y no tenía idea de donde terminaba una idea y donde comenzaba la otra.

Solo estaba seguro de una cosa: Primero fue la confesión y después el beso. Así nada más. Crowley atravesó la librería, lo tomó por la solapa de la chaqueta y estrelló sus labios en un beso que Aziraphale en todos sus años en la tierra jamás hubiera visto venir, ni con ayuda de las buenas y acertadas profecías de Agnes la chiflada.

El punto estaba en que Aziraphale jamás había besado a nadie. La idea ni siquiera había pasado por su cabeza. A lo mucho se preguntó qué se sentiría antes de pasar al siguiente ítem en su lista de pendientes y olvidarse por completo del tema.

Bueno, aquello no era del todo cierto. A lo mejor no había pensado exactamente en un beso, pero vaya que solía ocupar su mente en otras cosas. Nada carnal, por supuesto. Sin embargo... Su cerebro no estaba absento de ciertos pensamientos indebidos (pecaminosos era un término que se negaba a utilizar) que lo asaltaban de vez en cuando.

"Pasamos nuestra existencia pretendiendo que no es así"

Igual que un rayo, silencioso pero brillante, el recuerdo de la primera vez que vio a Crowley se acoló en su cabeza sin invitación.

Para aquel entonces, no había semejante cosa como los demonios y mucho menos las serpientes. La todopoderosa todavía no creaba la tierra ni se preocupaba por la venida de Jesucristo. Sin embargo, antes del anticristo, de Adán y Eva y de la humanidad en general, existió el arcángel Rafael y Rafael era el tipo de ángel al que Aziraphale le gustaba ver trabajar, incluso cuando tenía cosas más importantes que acurrucarse sobre una nube y tomar nota de lo que el arcángel de cabello rojo hacía.

De nuevo, no se trataba de nada carnal. Los ángeles no tenían ese tipo de instintos (gracias a Dios) pero tampoco podía considerarse etéreo en todo el sentido de la palabra.

Simplemente está ahí. La necesidad de ver a Rafael trabajar era algo en lo que Aziraphale jamás había reparado hasta ese momento y que ahora rompía en medio de sus pensamientos igual a un iceberg en el mar. (Aziraphale no podía recordar el nombre de la película donde el iceberg era el villano, pero recordaba haber llorado mares con el final)

Era una ironía. O como a Aziraphale le gustaba llamarle dentro de su cabeza cuando se sentía osado: "una mala jugada de la todopoderosa". Que Crowley fuera el encargado de representar el infierno en la tierra solo podía explicarse como parte del plan inefable. Asimismo, que Rafael hubiera visto a Aziraphale nacer y que Aziraphale viera a Rafael caer le parecía una broma de muy mal gusto al ángel. Sobre todo porque Rafael nunca debió caer. Su único delito fue pasarse de curioso y vaya que lo pagó.

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora