VI

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A eso de las seis de la mañana, Crowley apareció frente a Aziraphale con una bandeja en las manos y el ceño fruncido en una mueca resignada, de quien tiene un montón de cosas por hacer pero decide perder el tiempo quedándose acostado en la cama.

En algún punto de la madrugada, el ángel se había quedado dormido con el bebé en brazos y la cabeza mal acomodada en el espaldar del sofá, lo que ahora se manifestaba con un terrible dolor en toda la zona del cuello. No obstante, parecía un auténtico milagro que hubiera despertado sin un solo síntoma de gripa a pesar de que su ropa seguía estando ligeramente húmeda. Incluso con los zapatos puestos y el barro de haber caminado manzanas enteras por quien sabe cuantas horas, Aziraphale no tenía ninguna dolencia más allá del tirón que sentía por momentos al mover la cabeza.

—¿Qué es eso?—preguntó, acariciando el espacio entre su cuello y hombro con una mano mientras con la otra revisaba que el bebé estuviera bien. Este aun tenía los ojitos cerrados, pero por la manera en que su nariz permanecía fruncida, no pasaría mucho tiempo para que se levantara a exigir comida. Al parecer, lo de dormir se le daba bien a todos los humanos, porque apenas Aziraphale cerró los ojos, cayó rendido en un estado de completo olvido.

—desayuno—estiró la bandeja, dejándola a un lado del ángel, que frunció el ceño sin entender. Junto al bol con fruta había un biberón—Ahora eres humano así que tienes que comer. E ir al baño. Y hacer cosas de humanos. Ugh. ¿Sabes lo difícil que es ser humano? Todos esos sentimientos y necesidades fisiológicas. No me sorprende que la todopoderosa esté harta de la humanidad—viró la cabeza con asco. Para amar a la humanidad, solía hablar pobremente de los humanos en general—Puedes estar tranquilo, ángel. Por esta vez no lo envenene—le tranquilizó al ver la manera en que Aziraphale revolvía el biberón.

—gracias, Crowley. No tenías que hacerlo—sonrió leve, decidiéndose en empezar con las tostadas francesas. De no haber estado con la mitad del cerebro dormido, se habría dado cuenta de que el vuelco que pegó su corazón cuando la boca del demonio se deslizó hacía arriba en una ligera sonrisa, no era normal ni le sucedía a todos los humanos al despertar. Sin embargo, se convenció a sí mismo de que solo era su organismo poniéndose al día y le dio un mordisco al pan, dejando el tema en el olvido—¿Dormiste bien?

El demonio encogió los hombros, mirando de reojo al bebé. Parecía perdido en sus pensamientos cuando Aziraphale se encontró con su mirada al cabo de un rato.

Aunque se conocían desde hace varios milenios, el ángel aún tenía problemas para leerlo algunos días, sobre todo cuando Crowley ponía tanto empeñó en disfrazar sus emociones bajo un semblante en blanco, que ni el más habilidoso de los psicólogos hubiera podido descifrar.

—¿Pensaste a donde iras?—preguntó en cambio, sentándose en el trono. Las gafas se mantenían firmemente sobre su rostro como una pared entre ellos. Se había cambiado el pijama y ahora usaba un traje negro con un elegante moño amarrado al cuello.

Aziraphale siempre había encontrado interesante su manera de vestir. Atrevido, pero interesante.

—me temo que ayer estaba tan cansado que no pude pensar en nada.

Crowley chasqueó la lengua, meditativo.

—suerte para ti, los demonios somos criaturas nocturnas y pensamos mejor de noche—sonrió sin la menor pizca de emoción en su voz—estuve pensando y el lugar más seguro para ti en este momento es Tadfield. Con Adán cerca, ningún demonio o ángel podrá rastrearte.

—¡Tadfield! ¡Por supuesto!—chilló contento. Era la respuesta más rápida a sus problemas—¿Por que no lo habré pensado antes?

—ahora piensas como humano—encogió los hombros, como si la respuesta fuera obvia antes de volver su mirada al bebé, que comenzaba a abrir los ojos. Crowley tenía una manera particular de mirarlo, como si no pudiera evitar temerle al mismo tiempo que sentía una inmensa curiosidad hacía él—Eso necesita un nuevo nombre.

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora