IX

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Crowley volvió tres días después y trajo consigo toda clase de artilugios que Aziraphale solo había visto en películas de terror. Se suponía que mantendrían los malos espíritus y las energías negativas fuera de la cabaña, pero para el angel eran un montón de cachivaches sin sentido. ¿Para que necesitaba él la cabeza de un duende tuerto o el palo de escoba de una bruja retirada? Ya tenía la Cruz colgada sobre el televisor y la biblia abierta en su pasaje favorito. No necesitaba más protección que la divina. Sin embargo, nada de eso había funcionado la primera vez, ¿o si?

—por Dios, Crowley—chilló con ambas manos sobre las orejas. Había tenido que recurrir a métodos menos ortodoxos y cubrir la cabeza del bebé con unos calentadores de orejas para protegerlo del ruido—Para de una vez. Solo conseguirás dejarnos sordos.

—no te escucho, ángel. Tendrás que hablar más alto—exclamó por encima del hombro, sin detener en ningún momento el movimiento del taladro. Según Crowley, esconder plumas de Ave fénix entre las paredes evitaría que les pudieran hacer brujería.

Aziraphale viró los ojos, desplazándose con el bebé hacia una esquina de la sala, donde el ruido fuera menos fuerte. Al menos Christopher parecía un poco más tranquilo con la presencia del demonio, pues cada que le veía, levantaba los brazos como si quisiera que Crowley lo cargara. No obstante, este siempre le ignoraba.

—bueno, al menos regaste las flores—suspiró el ángel de cara a la ventana. Después de Christopher, su jardín era lo más importante para él dentro de la cabaña.

Los hombros de Crowley se tensaron y por primera vez apagó el taladro, mirando a Aziraphale de reojo. Todo su rostro estaba cubierto bajo una máscara de indiferencia, pero su boca se torció al final con evidente desagrado.

—tu amigo atractivo vino más temprano y se encargó del jardín. Dijo que le gustaba trabajar en él.

Aziraphale lo pensó por un momento, sosteniendo la cabeza de Cristopher contra su pecho cuando lo sintió suspirar. De alguna manera, supo que con ese suspiro el bebé había querido decir "Aquí vamos de nuevo", aunque quizás solo era esa membrana de orgullo paterno que comenzaba a crecer dentro del ángel por cada cosa que Christopher hiciera. 

—¿hablas de Rob?

—huh... Entonces sí piensas que es atractivo.

—yo... ¿supongo? Sus facciones están en armonía y tiene brazos fuertes—respondió inseguro. Nunca antes se había cuestionado si una persona era atractiva o no. No lo veía necesario. Excepto cuando estaba alrededor de Crowley. Aunque con él no tenía que cuestionarse nada. Era obvio que su amigo demonio era la criatura más exquisita en todos los universos—¿A que viene la pregunta, de igual manera?

—nada, solo estaba pensando en lo trágico que sería que se rompiera la pierna la próxima vez que salga a correr—divagó para sí mismo, moviendo su mano de una manera que le puso a Aziraphale los pelos de punta—Sabes que ahora que eres humano te puedes enamorar, ¿verdad? Quiero decir, como ángel también podías, pero ahora es mucho más fácil para ti contraer... sentimientos y todas esas cosas románticas—arrugó la nariz.

—¿por qué querría yo enamorarme?—frunció el ceño, confundido. La idea le sonaba a una auténtica locura. Ya tenía demasiadas cosas en la cabeza como para involucrarse sentimentalmente con alguien. Sin contar que Rob era prácticamente un desconocido. Le tomaría al menos tres milenios confiar en él y otros tres para enamorarse. 

—no lo sé, ¿supongo que es divertido? Si me preguntas, creo que el amor es una pérdida de tiempo. Solo hace que te metas en problemas y termines con el corazón roto.

El ángel aplacó las cejas, desviando su atención devuelta a la ventana donde las flores comenzaban a perecer a pesar de que habían estado en perfectas condiciones un momento atrás. Parecía que algo en las emociones del demonio estaba interfiriendo con que florecieran.  

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora