III

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Aziraphale se acomodó el corbatín, después el sombrero y finalmente tocó la puerta con los nudillos, consciente de la sensación burbujeante dentro de su pecho. Podía sentirse palidecer y enrojecer, pero pasados cinco minutos el temblor que lo había acompañado desde que se bajó del ascensor desapareció junto al rastro de humedad en las palmas de las manos, que inconscientemente venía frotando contra el revés del pantalón desde hace un buen tiempo.

Sabía de buena fuente que estar mirando la hora era un gesto de muy mal gusto entre los humanos pero no podía evitar ver la manecillas del reloj en su muñeca. Comenzaba a impacientarse, pero antes de que sus nervios desembocaran en algo peor, se dijo que no había ningún motivo para perder la calma, respiró y pasados cinco minutos volvió a tocar la puerta. Sin embargo, la espera de cinco minutos se convirtió en una de quince y luego una de veinte y antes de lo pensado llevaba una hora esperando.

—estará ocupado—dijo para nadie en particular, balanceándose sobre la punta de sus zapatos. No quería irse, pero suponía que no tenía caso seguir esperando sin la certeza de que el demonio fuera a regresar pronto.

A segundos de dar media vuelta y volver al cielo con el rabo entre las patas, como le había escuchado decir a una vendedora de flores hace varias décadas, escuchó una serie de pasos a su espalda y al girarse se encontró de cara con Crowley, que cargaba una caja llena de plantas entre el brazo y el hueso de la cadera.

—¿Qué haces aquí?—ladró el demonio, visiblemente ofuscado por la inesperada visita—Sssabes que no pueden verte conmigo.

—de hecho, vine con permiso de la todopoderosa—informó bajo la atenta mirada del demonio, que traía los lentes puestos—¿podemos hablar?

Crowley permaneció en silencio por lo que se sintieron varios minutos. Su rostro, arrugado en todos los lugares que indicaban su malhumor, se suavizó al soltar un suspiro resignado.

—como sea—masculló, rodeando al ángel para insertar la llave dentro de la ranura y entrar al apartamento—¿Qué necesitas?

Nervioso, Aziraphale dio un paso adentro, procurando ocupar la menor cantidad de espacio al pararse en medio de la sala con las manos entrelazadas tras la espalda. El apartamento lucia igual a cómo lo recordaba con el enorme trono en medio y el pequeño jardín a un extremo junto al resto de los muebles a base de cuero. Aunque no había ningún cambio significativo, habría sido un error insinuar que nada había cambiado, pues ahí donde la vegetación antes era verde y rebosante de vida, ahora habían hojas con manchas y un olor fétido, propio de quienes se están pudriendo lentamente de la tristeza.

—¿Cómo estás, querido?

—al grano, ángel. Solo me buscas cuando necesitas algo. Así que, ¿de que se trata esta vez?

Aziraphale se aclaró la garganta, rezando con todas sus fuerza por que la voz no le fallara.

—me he enterado de que ahora eres el duque del infierno—mencionó como quién no quiere la cosa al tiempo que Crowley se sentaba en el trono—No sabia que te habían ascendido. Felicidades.

—había una vacante y la tome—encogió los hombros, sin levantar la mirada de los papeles regados a lo largo de la mesa. Estos variaban entre amenazas de muerte a contratos por las almas de algunas celebridades. Entre ellos, Aziraphale leyó el nombre de Taylor Swift y se estremeció de pensar que el demonio se estaba yendo por los peces gordos de la industria para influir en las masas—Luces sorprendido.

—no pensé que te gustara el trabajo de oficina, eso es todo.

—parece que ambos nos llevamos una imagen equivocada del otro, entonces—levantó la mirada por encima de las gafas con una sonrisa de falsa cortesía. Aziraphale apenas alcanzó a ver un destello amarillo antes de que los ojos de Crowley volvieran al contrato en su mano, hablando con notorio aburrimiento—¿y bien? ¿Qué puedo hacer por ti?

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora