II

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Un mes después de haber aceptado el cargo como Arcángel supremo, a Aziraphale le llegó la noticia de que el infierno tenía un nuevo duque y de que su llegada al trono, anteriormente al mando de Beelzebub, les estaba trayendo más complicaciones de las necesarias en el cielo.

A decir verdad, Aziraphale apenas estaba prestando atención a la reunión que los arcángeles tenían por costumbre realizar una vez a la semana para tachar de la lista de deberes los milagros pendientes. Muy para su pesar, encontraba dichas reuniones exorbitantemente aburridas. Sobre todo porque nunca le permitían hablar. Cada vez que abría la boca recibía las miradas condescendientes de Michael y Muriel antes de que alguno diera por terminada la reunión, incluso cuando el itinerario decía lo contrario. 

Ese día, por ejemplo, la estaba encontrando particularmente aburrida porque los milagros eran los mismos de la semana pasada y la anterior a esa. Ahora que había un escuadrón de ángeles para representar el cielo en la tierra, el trabajo de Aziraphale consistía en archivar sus reportes y todos sabían que no había nada interesante en llevar una carpeta a todos lados. Por otro lado, su mente no paraba de viajar a las galletas que la señora Nancy, la dueña de la cafetería al otro lado de la librería, solía llevarle todos los jueves en la tarde como agradecimiento por dejarle usar su vieja radio los días festivos.

Oh, cómo extrañaba las galletas y los chocolates y el sabor del...

—¿y bien, Aziraphale? ¿Qué opinas al respecto?—preguntó Uriel desde el otro lado de la mesa, ganándose la atención del Arcángel, que se puso colorado.

Era la primera vez que le pedían su opinión y le avergonzaba admitir que no tenía idea de lo que estaban hablando.

—me parece muy bien—contestó con su voz más profesional.

—¿te parece bien que la taza de adulterio haya crecido un 30% en comparación al mes pasado?—Michael arqueó una ceja sin perder en ningún momento la seriedad en sus facciones.

Aziraphale se puso mucho más colorado e incluso el cabello pareció ponérsele rojo por un momento.

—disculpa, querida, ¿te molestaría repetir la pregunta?

—te pregunté que vamos a hacer al respecto.

—¿respecto al adulterio?

—respecto a Crowley—frunció los labios con evidente disgusto al mencionar el nombre del demonio.

El estómago de Aziraphale se contrajo automáticamente. Había pasado un tiempo desde la ultima vez que escuchó el nombre de su antiguo compañero, sin embargo, no había un solo día en el que no pensara en él. La imagen de Crowley cuando le ofreció su perdón era algo que no lograba sacarse de la cabeza y que ciertamente comenzaba a desesperarlo. No lograba entender porqué le dolía el pecho cada que pensaba en él. 

Incluso comenzó a temer que se tratara de alguna maldición, pues no era normal que un ángel padeciera semejantes síntomas. Habrían quienes incluso los considerarían mundanos por la forma en que alteraba completamente sus sistemas. 

—¿Qué pasa con Crowley?

—nos está dando problemas.

Aziraphale tuvo verdaderos deseos de reír.

—¿Y qué esperabas, querida? Es un demonio. Dar problemas es su especialidad.

—me refiero a más problemas de lo normal. Desde que se convirtió en el duque del infierno, hace y deshace según sea su voluntad.

Aziraphale arrugó la nariz, visiblemente confundido. La última vez que habló con Crowley, este le dijo que no tenía ninguna intención de volver a trabajar bajo las órdenes del infierno, mucho menos de gobernarlo.

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora