VIII

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Una semana después, Crowley apareció en la cabaña mientras Aziraphale preparaba el almuerzo. Por la manera en que el demonio tenía las manos hechas puños, el ángel supuso que traía malas noticias y así fue.

Tres días antes, Crowley había pillado un par de demonios merodeando cerca a la librería y tenía la sospecha de que se trataba de un plan por encontrar al ángel y así conseguir el perdón del cielo. Por supuesto, dichos demonios ya no serían un problema o eso le aseguró la serpiente cuando Aziraphale preguntó qué harían al respecto.

—los mantendré ocupados, pero para eso tendré que ir al infierno por un tiempo—explicó, sentándose en el sillón de la sala con un pie encima de la rodilla—Te sorprendería lo aburrido que es todo allá abajo. Las filas son larguísimas y casi nunca hay nada que hacer. Como odio ese lugar—echó la cabeza hacía atrás, expulsando un gruñido desde el fondo de su garganta. Aziraphale le sonrió con empatía, tomando asiento en una de las sillas del comedor—Siempre hay alguien haciendo fila fuera de mi oficina como si fuera una especie de consultorio.

—suena agotador, querido.

—ni que lo digas—se retiró las gafas en lo que frotaba sus ojos con cansancio. Al hacer contacto visual con Aziraphale, dejó escapar un bufido, devolviendo los lentes a su lugar antes de que el ángel pudiera determinar en las ojeras que adornaban sus mejillas—quita esa cara, ángel. Si no te conociera, pensaría que te preocupas por mí.

—siempre me preocupo por ti, Crowley.

—ya—chasqueó la lengua, desviando su atención al cuadro colgado junto a la puerta. Era un boceto de la librería hecho a memoria—había olvidado que te gustaba dibujar.

—me ayuda a distraerme—explicó, enrojeciendo ligeramente. Tenía otro tipos de dibujos que se moriría de la vergüenza si vieran la luz del día por lo que permanecían ocultos en las últimas paginas de su diario—¿Es necesario que vayas al infierno?

—sería imprudente quedarme aquí mientras algunos demonios se amotinan allá abajo. Conmigo cerca, no podrán hacer nada—sonrió con más malicia de la que Aziraphale estaba acostumbrado—¿Tú que harás mientras tanto?

—bueno, no es como si tuviera muchas opciones, ¿verdad?—abrió los brazos, resignado—No te preocupes. Christopher y yo estaremos bien.

—no lo hacía. Aunque, ahora que lo mencionas, ¿dónde está la bestia?—miró a todos lados—No lo vi cuando llegué.

—está durmiendo en la habitación. Ayer se la pasó llorando por la tormenta. Prácticamente no pudo pegar el ojo en toda la noche.

—y al parecer no fue el único—entrecerró los ojos, frunciendo la boca al inclinarse hacía delante para escanear a profundidad el rostro del Ángel, que se removió incómodo—¿Cuándo fue la última vez que dormiste?

A diferencia de los humanos, los ángeles no se preocupaban por su apariencia corpórea. Aziraphale, por ejemplo, nunca se había planteado lo blanco que era su cabello o si el tamaño de sus muslos era el adecuado... Hasta que empezó a pensar como humano. Y aunque no lo consideraba un problema la mayoría del tiempo, había tomado consciencia de cada arruga y mancha en su rostro y de lo rápido que envejecían los humanos. A decir verdad, le parecía injusto lo rápido que perecían. La mayoría ni siquiera alcanzaba a vivir sus mejores años cuando terminaba en un cajón a diez metros bajo tierra.

—estoy bien. Solo necesito terminar esto y entonces podré descansar—viró una mano, restándole importancia.

Crowley meneó la cabeza, levantándose del sillón con las manos en los bolsillos del blazer. Aziraphale tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para verle al rostro.

And the snake start to sing • AziracrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora