Capítulo 12: Soy un niño... y me quiero quedar aquí

76 13 0
                                    

—Inuyasha, necesito que vayamos a la aldea de una amiga mía.

—No.

Ya me lo esperaba. De hecho, pensaba que me lo comentaría anoche, pero creo que se sentó a deliberar con ella misma mientras yo descansaba.

—Por favor, Inuyasha, ya no me quedan flechas y no sé utilizar una espada.

—No.

No puedo permitir que me convenza. Si lo hago, será el fin. Ya sé que en algún momento se va a separar de mí y acepto esa como mi cruda realidad, pero no quiero que ocurra tan pronto, y sé, sin lugar a dudas, que en el momento en que pisemos una aldea humana, me va a dejar.

—¿Por qué estás tan reacio a ir a la aldea de mi amiga?

—Es una aldea de humanos.

—Ajá, y...

—Los humanos siempre huyen de mí, todos lo hacen menos mi mamá y ahora tú. Los niños no juegan conmigo porque me tienen miedo. Y los que no me tenían miedo era porque sus padres les habían dicho que yo era un monstruo. Por eso se burlaban.

En realidad no sé por qué se sorprende tanto cada vez que le cuento algo de mi pasado que demuestra que nunca he sido aceptado ni por humanos ni por demonios. Supongo que le cuesta más aceptar que aquellos que son de su propia especie sean crueles o despiadados, pero, salvo una sola excepción, así han sido todos conmigo.

—Esta vez no va a ser así. Te lo prometo. —veo que no duda en decirme esto, como si tuviera pleno conocimiento de que esta vez me recibirían bien, a pesar de mi condición. Pero es demasiado improbable.

—Siempre es así. —insisto.

—Estas personas son diferentes. Están acostumbrados a los hanyō.

—No puede ser. Ningún humano acepta a los que son como yo.

—En esta aldea sí. Recuerdas a mi amigo, del que te hablé anoche. —asiento con comprensión ante el recuerdo porque recuerdo que me dijo que yo crecería para ser mejor que él — Pues resulta que mi amigo vivió allí por varios años.

Un hanyō que vivió entre humanos y que era aceptado por ellos. Me cuesta demasiado aceptar que algo así exista. Quiero decir, por lo general nos desprecian y va a resultar que Kagome conoce justo a las personas que aceptan a los híbridos. Es demasiado sospechoso.

—Y, ¿dónde está ese amigo tuyo ahora? —pongo mi sospecha en palabras.

—Tuvo que viajar. Te dije que era un hanyō que peleaba mucho y muy bien, y su ayuda fue necesaria en una aldea que estaba siendo atacada por un enjambre de demonios. —¿un hanyō que no solo es aceptado por los humanos, sino que viaja por las aldeas ayudándolos en lo que necesiten? ¿Y luchando contra demonios? ¿Es eso acaso real? No puede ser posible. No puede existir alguien así. Pero Kagome no me mentiría, y si tengo en cuenta que me ha ayudado desde el principio, incluso poniendo su vida en riesgo o dispuesta a sacrificarse por mí, sabiendo lo que soy, tiene lógica que haya tenido contacto con otros hanyō. Pero...

—No quiero estar rodeado de humanos.

Se lo confieso finalmente porque hasta ahora ha estado a mi lado, así que le debo el ser sincero con ella. No me agrada la idea de estar rodeado de personas, con la posibilidad de verme envuelto en sus burlas o sus bromas pesadas. Tampoco me agrada la idea de separarme de Kagome. ¿A quién quiero engañar? No quiero estar lejos de ella, y si bien sé que en esa aldea nos pueden separar, también entiendo que necesita reabastecerse de flechas.

—Mira, si te hace sentir mejor, te puedes quedar en casa de la anciana Kaede. Ella es mi amiga y vive sola. Además pasa la mayor parte del tiempo fuera de la cabaña.

—Ah sí, ¿por qué?

¿Había mencionado ya a esa amiga, la anciana Kaede? Creo que no, de hecho hago memoria y me doy cuenta de que no. Y que no esté mucho tiempo en su cabaña me parece extraño, especialmente por la parte de "anciana".

—Kaede es una sacerdotisa, una muy conocida y solicitada.

—Por eso viniste a esta región. Ella te entrena para ser una sacerdotisa también. —ahora todo cobraba sentido. Kagome es de otra región, pero es una sacerdotisa, una muy poderosa. Pero el talento natural no es suficiente, se necesita estudiar y prepararse en diferentes aristas. Y quién mejor para enseñarle que una sacerdotisa veterana.

—Exacto.

—Y, ¿qué voy a hacer si los humanos no me quieren allí? ¿Y si se burlan? —tal vez parezca reiterativo, pero ese es un temor que me acompaña siempre, no importa a dónde voy. Es por eso que siempre estoy solo.

—Yo te prometo que no será así, pero en el caso de que ocurra algo, lo que sea, te prometo que te voy a proteger, Inuyasha.

—¿En serio? ¿Me protegerías a mí?

—Sin dudarlo ni un instante.

Siento que mi corazón se acelera sin poderlo detener y probablemente mis ojos brillen. No me agrada que pase, pero no lo puedo evitar. Estar con Kagome me gusta, me gusta su fuerza y su inteligencia, y esa luz que parece emanar de ella sin importar su estado de ánimo, pero que es más intensa cuando está feliz o cuando está decidida. Como ahora. Ella dice que me protegerá sin dudarlo, y por tonto o absurdo que parezca le creo. Puede que me esté lanzando al precipicio. La conozco hace solo dos días. Pero algo me dice que puedo creerle, es más, me dice que puedo confiar en ella. Mis instintos no suelen fallarme, así que esta vez también confiaré en ellos..., y en Kagome.

—Bueno, entonces, de acuerdo. Iré.

—Gracias. Te prometo que todo irá bien.

—Cuando desayunes, saldremos hacia la aldea, Inuyasha.

Y solo me queda esperar no haberme equivocado.

Shiroi HanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora