Capítulo 13: Llegamos a la aldea

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El día fue extremadamente agotador. Incluso para mí, que estoy acostumbrado a lidiar con los demonios tratando de asesinarme, ha sido difícil resistir el cansancio. Sé que Kagome no se lo imagina, y si lo hace o al menos lo infiere, no lo admitirá, pero el hecho de que viajo con ella no hace más que atraer más demonios. Quiero decir, cada uno por su lado es un objetivo tentador para los demonios, pero una sacerdotisa extremadamente poderosa y un hanyō juntos, más si ese hanyō es un niño, prácticamente somos una invitación a un banquete señorial para ellos.

Aun así no he podido dejarla en ningún momento. La idea se me ha pasado miles de veces por la cabeza, pero algo dentro de mí siempre se resiste. Si me alejara de ella, el número de monstruos disminuiría y podría llegar a la aldea con mayor facilidad, pero ella se rehúsa a abandonarme y yo, si soy sincero, no quiero estar lejos de ella. Desde que la conozco mi mente es un caos entre aquello a lo que estoy acostumbrado, la soledad más absoluta, y la esperanza creciente, tal vez vana y fútil, pero que crece a cada minuto, de que ella se quede a mi lado. Tal vez no sea lo más inteligente, pero me aferro a esa luz de esperanza con todo lo que tengo.

Cuando todo a nuestro alrededor ya está teñido de rojo resultado de los últimos momentos del día, logramos ver a lo lejos la aldea, y cuando la alcanzamos, solo se ve una pequeña parte del sol a lo lejos. Definitivamente ha sido un largo día, incluso para mí. Puede que en mi agotamiento tengan mucho que ver los pensamientos conflictivos que se mantienen en mi mente.

—¿Es aquí?

—Sí, ya hemos llegado.

No es una aldea muy grande, pero veo que está organizada. De todas partes me llega el olor del fuego de los hogares y de los estofados que preparan para las cenas. Parece un lugar tranquilo, a pesar de los tiempos en que vivimos. A simple vista no detecto a nadie cerca, así que por lo pronto, parece que pasaremos desapercibidos.

—Vamos, Inuyasha, —me llama Kagome, interrumpiendo mi análisis de las cabañas— será mejor que lleguemos a la casa de la anciana Kaede.

—¿Es muy lejos? —le pregunto cansado y preocupado. Hace tiempo detecté el olor de algo que quedó grabado en mi mente desde que conocí a Kagome y que, aunque es extremadamente característico de ella, no me gusta nada: su sangre.

—Es la última cabaña de la aldea, pero dado que llegamos por el extremo sur, no nos queda lejana. De hecho se puede ver desde aquí. —me señala y con el brazo sano me apunta a una casa un poco alejada del resto en la que se podía ver por las rendijas de la esterita que hacía las veces de puerta el resplandor del fuego.

—Entonces, vamos. Hay que curarte el brazo. Estás sangrando mucho de nuevo. —porque sí, llevaba tiempo sangrando, pero no pudimos detenernos antes para curar su brazo por el peligro que nos rodeaba. Ahora, tal vez pudiésemos descansar.

...

Antes incluso de que Kagome abra la estera de la vivienda, el olor de un caldo que se cuece a fuego lento inunda mi nariz y me abre el apetito de golpe. Desde que estoy con Kagome he podido comer varias comidas calientes, algo no común cuando estoy solo y me tengo que conformar con comida seca, cruda, o semipodrida porque no puedo permanecer en un lugar el tiempo suficiente como para encender el fuego, cocinar algo (o mal cocinarlo, porque realmente no sé). Pero no sé si es la sensación de comer en una vivienda real, y no en un lecho improvisado de un arroyo o una cabaña abandonada, o tal vez el hecho que la última comida decente que tuvimos fue anoche, lo que desata mi hambre por completo. Me imagino que Kagome esté igual.

Al ver el interior de la cabaña, veo que es de tamaño bastante normal, muy similar al resto de las de la aldea, tal vez un poco más grande, pero no mucho más. En el genkan veo las que claramente son las sandalias de la anciana y en una esquina, una vasija bastante grande desde la que puedo percibir aromas de plantas medicinales. En una esquina de la habitación se encuentra doblado un futon y en el centro, el fuego encendido y sobre este, la olla en la que se coce aquello que huele estupendamente bien. La anciana Kaede, según la llamó Kagome, se encontraba agregando polvos y condimentos en la mezcla, sin reparar en nuestra entrada.

Shiroi HanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora