Capítulo 16: Un salto de fe

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犬夜叉 (Inuyasha)

Llevamos en la aldea dos días completos. Creo que es el tiempo más largo que he permanecido en un solo lugar desde que puedo recordar.

Kagome tenía razón respecto a los aldeanos: sí me aceptaron. Aunque al principio la interacción entre nosotros fue un tanto extraña, como si acostumbraran a verme de una manera y ahora estuviese de otra. A esa parte no le encontré mucho sentido.

Sin embargo, no pusieron ninguna objeción a que los niños jugaran conmigo y, cuando atacaba algún demonio, cuestión que había disminuido mucho, no les molestaba enfrentarse al monstruo por protegerme a mí. De hecho, había tenido que discutir con ellos porque no me dejaban pelear. Es lo que había hecho desde que tenía uso de razón, no me lo podían impedir ahora.

Todo parece perfecto, o al menos tanto como podría serlo para alguien sin hogar, familia, amigos y que se ha estado alimentando gracias a comida cruda y putrefacta y huyendo de humanos y demonios por igual desde que podía recordar, o sea, yo.

Los aldeanos me aceptan, me protegen y, dado que poseo más fuerza que un humano adulto, me piden ayuda con labores de fuerza... Los niños se divierten conmigo. No les repugno, no me desprecian. La anciana Kaede es un tanto extraña y, a veces se queda mirándonos a mí y a Kagome como si intentara descifrar un acertijo cuya respuesta la elude cuando se acerca, pero no es una mala persona. Y tengo la impresión que ve a través de todos nosotros. Y Kagome me intriga, aunque no creo que sea de mala manera.

Así que sí, todo parece perfecto, pero no lo es.

Porque Kagome me mintió.

Si bien es cierto que todo lo que me contó mientras desayunábamos hace dos días tenía sentido, sé detectar cuando alguien me miente. No estuviese vivo si no hubiese desarrollado esa capacidad hace mucho tiempo.

Y ella lo hizo.

Y no sé por qué.

Y, siendo sincero, me da miedo preguntarlo, aunque solo lo admita ante mí mismo.

Pensé que a pesar de eso podía confiar absolutamente en ella y traté de convencerme en consecuencia. Pero no pude, al menos, no por completo.

La idea de que ella me mintió aparece en mi mente como una imagen fija de la que trató por todos los medios de desprenderme, pero no lo consigo.

Y no sé si mi miedo es porque ella me miente dado que soy un niño y, honestamente no quiero que me vea como un niño. O porque soy un hanyō, sin embargo no tiene sentido. Nunca le ha molestado que lo sea, de eso estoy seguro. Tal vez sea porque eventualmente me va a abandonar, y no sabe cómo decírmelo. Honestamente, no sé...

Kagome me resulta contradictoria. Me miente, pero no se aleja de mí, al contrario. Ahora mismo la observo escribir algo muy concentrada, pero cada cierto tiempo levanta la mirada y me busca, y me sonríe.

Su sonrisa calienta algo dentro de mí, algo que ha estado frío durante tanto tiempo que ya ni siquiera puedo recordar cuándo fue la última vez que sentí algo parecido. Porque si de algo sí estoy convencido es de que nunca había experimentado algo exactamente igual a lo que siento cuando ella sonríe, o cuando celebra alguno de mis logros, o cuando me abraza para que no sienta frío mientras duermo. Algo parecido sí, sin duda, pero nunca igual.

Y tengo miedo porque si me miente, sea por la razón que sea, significa que existe algo que tiene que ocultarme. Y tengo miedo de que eso nos separe.

Porque sé, ahora sí sin asomo alguno de duda y a pesar de mi miedo, que no quiero separarme de ella. Pase lo que pase.

かごめ (Kagome)

Puedo detectar cómo debate consigo mismo. En más de una ocasión he querido poder leer su mente, pero nunca tanto como ahora.

Shiroi HanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora