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Lalisa Manoban estaba completamente de acuerdo con lo que sucedería, su primer amor se casaría pronto. ¿Había algo malo en eso?

No, por supuesto que no, y ser la madrina de esa boda no tendría porqué afectarla.

El problema es que sí lo hacía y le afectaba más de lo que ella misma quería aceptar.

Ver a su amor de adolescencia, estar enfrente de un juez con el chico de sus sueños, el ex amor de su vida a punto de decir esas dos palabras "Sí, acepto", y no la mal entiendan, Lisa realmente era una chica que se alegraba por esta unión, por supuesto, pero, ¿han sentido esa sensación extraña formada en el pecho, que muchas veces confundimos con egoísmo?

O puede que efectivamente fuese egoísmo, Lisa no lo sabía... ¿Tal vez nostalgia? ¿Recuerdos? Amor ya no era, pero... ¿qué era eso que se alojaba en su pecho al ver a la chica de ojos miel, que en este momento miraba a ese chico tan hermoso, de cabello negro y sonrisa amable?

Digamos que no son celos; es esa espinita clavada en el pecho, esa que te hace enterrar un amor, el cual llevaba muerto desde hace tiempo, pero con la esperanza de volver a salir a la luz. Era raro, y lo sabía, mas dentro guardaba la esperanza de que todo volviera a ser como antes era. Lisa era aferrada, y se sentía tan mal al serlo; más que mal, se sentía egoísta, por ver todo a su alrededor y desear ser ella la que estuviera en su lugar. Estaba con la envidia desprendiendo de sus poros, pero ahí se encontraba.

Así que allí estaba, viendo a su mejor amiga tomar de la mano a su casi esposo, mirándolo a los ojos como alguna vez la miró a ella, y dándole un anillo con un hermoso zafiro en el centro, siendo este el color favorito de él. Era una enorme piedra la que portaba en su dedo. Los diamantes no eran de su agrado, en cambio, a Lisa si le gustaban los diamantes, por más comunes que fueran, aún siendo la cúspide de una estrategia de mercadotecnia, a Lisa le gustaban los diamantes.

—¿Aceptas a Daesung, como esposo para amarlo y respetarlo?

Oh, por Dios, esto era real, realmente su mejor amiga se iba a casar, realmente ella estaba ahí parada, a lado suyo, como la buena madrina que era.

La observó con una sonrisa, pero se le entupió el rostro de tanto sonreír falsamente.

Las sonrisas falsas eran elementales en ella. ¿Cuándo fue la última vez que sonrió de verdad?

—Acepto.

Ahí la frase, ahí la estúpida frase que enterraba un amor que murió sin siquiera empezar nunca, tan unilateral, tan poca cosa, un amor que no fue amor.

El amor -o lo que sea que fuera aquello- unilateral dolía como carajo, el amor unilateral dolía tan jodidamente que lo único que causaba, aparte de dolor era un corazón que no soltaba fácil. ¿O es que solo le pasaba a Lisa por ser tan malditamente necia? Soltar fácil... ¿Qué era soltar fácil?

—Los declaro marido y mujer —y ahí estaba la sentencia, o mejor dicho el tiro final.

El fin. ¡Oh por Dios! Rosé ya estaba casada. Estaba casada con Daesung, y ya no había vuelta atrás.

Nadie nunca supo que las lágrimas que soltó en ese momento en que se paró enfrente de la chica a felicitarla por su boda, fueron realmente por un dolorcito en el corazón por la nostalgia, y no de felicidad como todos lo creyeron. No fueron lágrimas que todos vieron como una muestra de una amistad tan sincera y de un amor que no salió a luz nunca, porque Lisa siempre sería el secreto mejor guardado de Roseanne, Lisa estaba acostumbrada a ser eso, un secreto.

Estaba acostumbrada a no ser lo suficientemente para una relación seria, pero al mismo tiempo ser demasiado para unos besos, un experimento, la experiencia. ¡Rosé, oh su Rosé! Aunque bueno, nunca fue suya realmente, nunca lo diría, porque ante todos los presentes, ellas nunca fueron nada, nunca existió un "nosotras" entre las dos, y carajo, como dolía.

Encantada | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora