El gran día estaba por llegar, pronto cumpliría dieciocho.
La institutriz estaba loca.
Temí toda mi vida que este día llegara, sin embargo ahí estaba.
— ¡Violeta! ¡Más vale que bajes ahora mismo! —gritaron desde el piso de abajo.
Giré en la cama, poniendo la almohada sobre mi cabeza, no quería escucharla.
Me levanté muy a mi pesar.
Hoy sería el gran día en que me presentarían a mi pareja, yo no quería conocerlo, no quería casarme con él, un completo desconocido.
Han pasado muchos años desde "la gran caída", cuando la guerra estalló, dejando pocos sobrevivientes. A partir de entonces, se establecieron límites en la sociedad; son cuatro las personas que gobiernan sobre nosotros, ellas toman las decisiones importantes.
La sociedad se dividió en dos; una gran muralla divide todo, un territorio pertenece a los hombres y otro a las mujeres. A nosotras nos educan institutrices, no tengo idea de cómo funciona el sistema de ellos. Nos separan de nuestros padres al nacer, quienes, por cierto, también fueron obligados a elegir pareja. Los ligados viven en otra zona, una más pequeña. Cuando se hacen viejos o no pueden tener hijos, los echan del territorio, a la tierra de nadie, más allá de las murallas.
Cuando cumplimos los dieciocho nos presentan a la persona con la que nos ligaríamos, es nuestro deber concebir hijos sanos, para ser enviados a los diferentes internados. Su destino es ser apartados de los brazos de sus madres.
No quería, definitivamente no me casaría. No estaba emocionada como las demás chicas respecto a esto, cumpliría años en siete días.
Me puse el largo vestido gris, clásica vestimenta del territorio femenino.
No sé cómo se visten los hombres, solamente hemos visto uno, llevaba puesto un pantalón negro y una camisa gris. Supuse que así lucirían todos, el hombre iba una vez cada año para verificar los resultados de las pruebas.
Los gobernantes tienen un expediente, desde que naces, quienes son tus padres, todo lo que has hecho, tus logros, tus fracasos, tu expediente médico... no hay privacidad.
El hombre se lleva nuestros documentos, después regresaba por las chicas para hacer las pruebas correspondientes, y si eran funcionales, las presentaban con el chico que debían ser ligadas, y si no lo eran, si no pueden tener hijos, son enviadas a la tierra de nadie. Lo mismo pasa con ellos.
Salí de la habitación y bajé las escaleras.
Abajo está la institutriz, ellas no tienen nombre, casi siempre están enfadadas. En una ocasión escuché un rumor, de que ellas son mujeres que no son funcionales, no pueden tener hijos. Aunque claro, es solo un rumor.
— ¡Tardaste demasiado! ¡Está frío ahora! —espetó lanzando un plato con un extraño guisado color verde.
Hice una mueca de asco.
—En realidad, no tengo hambre— alejé el plato.
— Muérete de hambre— escupió en el plato y se fue.
¡Seguro! Eso puede avivar el apetito de cualquiera.
Salí del internado y entré en el jardín, con el olor a flores llegando a mi nariz.
La institutriz mayor se hace cargo de todo, ella es más dura que las demás, a nadie le gusta hablar con ella, lo cual solo es posible si estás en problemas.
No todas las institutrices son malas, cuando llegué al internado a la edad de seis años, fue cuando me separaron de las demás niñas porque era lo suficientemente mayor, una mujer me recibió con los brazos abiertos, su nombre es Beatriz, ella me lo dijo, lo cual es extraño porque no suelen compartir esa información.
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Del otro lado del muro
AdventureMi nombre es Dorian. Simplemente Dorian. Vivo en un internado de hombres. Del otro lado de la muralla hay mujeres. No tengo familia, tengo dos amigos, un cocinero y una... persona. Lo único que me hacía sentir vivo eran los libros. Hasta que ella ap...