CAPITULO 8.- DORIAN:

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Su voz se interrumpió ¿Qué pasó? Como una respuesta, la puerta de la celda se abrió.

—Levántate—Ordenó Valentina.

—Oblígame— murmuré y sonreí.

— ¿Quieres que llame a Garrett?—Amenazó.

—Adelante, llama al zángano. Aun así, no me moveré— dije.

— ¿Zángano? —preguntó una lenta sonrisa formándose.

—No me puedo levantar— murmuré y bajé la vista a mis pies.

— ¿Que? ¿Por qué no? —preguntó, se formó una arruguita en su ceño fruncido.

La miré fijamente sin darle una respuesta.

—Bien. ¿Atacaste a los guardias? —preguntó.

Asentí en respuesta.

— ¿Cuantas veces te han disparado?

—Como siete— respondí mirándome las uñas.

—Traeré a alguien para que te lleve a la audiencia— dijo y salió del lugar sin cerrar la puerta.

Podría intentar escapar. Pero contrario a lo que se puede pensar, de verdad no podía moverme, cada articulación me dolía y uno de los sujetos me dijo que tardaré unas horas en volver a sentir las piernas.

Valentina volvió con uno de sus gorilas. Este me levantó del suelo y me colgó sobre su hombro.

Empezamos a andar por todo el pasillo hasta unas escaleras.

La manera en la que me cargaba me resultó cómica. Había leído un libro en el que a un niño que queda lisiado lo carga un hombre gigante llamado Hodor a todas partes. Esto me recordó un poco las cosas del libro.

— ¡Más rápido, Hodor! —exclamé divertido.

Aunque no lo vi, pude sentir que el hombre me fulminaba con la mirada.

Las risas de Valentina me indicaron que entendió el chiste. Cuando no fruncía el ceño podía verse realmente joven, la mujer debía tener por lo menos cuarenta años.

—Así que... ¿Te gusta leer? —preguntó.

—Claro que si ¿A qué clase de persona sin escrúpulos no le gustaría leer?

Ella volvió a reír.

—Bien...Estoy hablando de un libro muy viejo, trata sobre experimentos que hacían los nazis con las personas en un barco durante la segunda guerra mundial— dijo.

—Aire delgado— respondí.

Su cara se llenó de sorpresa.

Siguió haciéndome adivinanzas sobre los libros y a todas respondí correctamente.

—Bien, me rindo— dijo al fin—. Pero si Derek deja que te quedes, te mostraré la biblioteca del lugar. Vas a llorar— agregó.

— ¿Es un trato? —pregunté.

La mujer asintió.

Supe el momento justo en el que llegamos al lugar al que se supone debía llegar, porque las risas de Valentina cesaron y "Hodor" me dejó caer al suelo.

Hace como cinco minutos volví a sentir mis piernas, pero no desaprovecharía la ocasión de ser transportado.

Me estiré una vez que mis pies tocaron el suelo.

—Gracias, Hodor— dije.

—Si sabes lo que te conviene más te vale que dejes ese apodo de lado— amenazó.

Del otro lado del muroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora