CAPITULO 3.- VIOLETA:

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Antes de conocer a Gordon tenía miedo, pero no recuerdo de que, es como si mi memoria fallara en grandes intervalos.

Los últimos seis días he tenido un dolor de cabeza horrible y me esfuerzo por recordar algo que tiene que ver con el dije que cuelga de mi cuello, solo que cada vez que estoy cerca de ese recuerdo las imágenes se amontonan unas con otras y se van. Eso es lo que me provoca el dolor de cabeza.

La institutriz dice que todo mejorara después de la boda, que lo único que debe importarme es mi prometido. ¿Y que si no es así?

Además están los moretones en mi cara ¿Cómo fue que los conseguí? No recuerdo ni una pelea.

Sacudí la cabeza tratando de así poder aclarar las ideas pero no funcionó.

Jadeé cuando jalaron del corsé para ajustarme el vestido blanco.

—A dónde vamos... ¿Hay sol? —le pregunté a la institutriz que arreglaba mi vestido.

—No sé y no te muevas— respondió de malas, igual que siempre.

No sé porque me molestaba en preguntarles algo si siempre respondían así. Suspiré y dejé que acabara con su trabajo.

Ahí estaba y no había marcha atrás.

Asomé la cabeza por la pequeña ventana que daba afuera.

Temprano por la mañana nos habían llevado a una especie de playa, aunque más bien se diría acantilado; la superficie estaba decorada con cortinajes blancos, había un arco decorado con flores que daba hacia una vista hermosa, hacia el grandísimo mar... y ¡Sol! ¡Había sol!

Salí del cuarto donde me arreglaron el vestido que picaba y el maquillaje, mi cabello lucia igual que siempre: suelto en rizos sobre mi espalda.

Extendí los brazos al sol y sonreí mientras sus finos rayos se filtraban en mi piel.

— ¡Violeta! ¿Qué esperas? —gritaron.

Miré atrás.

La institutriz mayor golpeaba el suelo de arena con su zapato, mostrándome su impaciencia.

—Ya voy— dije.

Recogí el vestido con mis manos para que no se arrastrara.

Era un vestido feo y caluroso, todo en mi interior estaba hecho jugo debido al calor, pero lo que más me molestaba era la picazón de los holanes en el cuello y las mangas esponjadas.

Alcancé a las demás, nos formaron en una hilera donde yo era la primera y la música comenzó a sonar.

Avancé lentamente por el pasillo hasta situarme frente a un altar que era donde estaba el arco ridículamente decorado.

Estaba el pasillo rodeado de personas; a la derecha estaban las chicas con las que compartí la mayor parte de mi vida y a la izquierda había chicos, hombres ¡De verdad eso eran! ¡Tenia miles de preguntas para todos ellos!

Mordí mi labio y desvié la vista de ellos, era grosero mirar a las personas fijamente. Seguí avanzando sin prestar atención a nadie en específico.

Un cosquilleo subió por mi columna hasta mi cuello ¿Que podría provocar eso?

Estaba a tan solo unos pasos del altar. Ahí estaba Gordon, esperándome. Subí los tres escalones que me separaban de él y lo miré.

¿Qué le había pasado? Su cara estaba hinchada cuando lo conocí.

Supuse que había sido golpeado, pero ahora solo había moretones y marcas al igual que conmigo. ¡Qué gran pareja! Ambos incapaces de defenderse.

De nuevo subió el cosquilleo por mi nuca y giré. Desde donde estaba podía ver a todas las personas, pero mis ojos se quedaron en aquel que me miraba fijamente. Un chico que no desvió la mirada. Aquel que provocó los cosquilleos.

Del otro lado del muroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora