CAPITULO 18.- DORIAN.

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— ¿Olvídalo...? —Solté una carcajada— ¿Y cómo pretendes que lo olvide?

—Dorian— ella abrió sus ojos—. No grites, estamos en la biblioteca.

— ¡Me importa una mierda!

Pasé las manos por mi cabello con frustración. Tomé a Vi de los brazos para obligarla a mirarme.

—No voy a olvidarlo... ¿Por qué dices que ella miente?

— ¿De dónde tiene ella esa información? —dijo entre dientes.

—Responde primero.

—Me estás lastimando— susurró.

Solté sus brazos, no me di cuenta de que la estaba apretando. ¿Por qué culpaba a Valentina de mentir? ¿Cómo sabia ella que mentía? ¿Quién me mentía realmente?

Yo confiaba en Violeta, mucho más que en otra persona. Pero ahora había algo en sus ojos, algo que me decía que estaba segura de algo, y me estaba ocultando eso.

Ella me miraba con una especie de miedo. Fue cuando me di cuenta de que me estaba saliendo de control. Nunca me pasó frente a Violeta. Necesitaba golpear algo.

Violeta rompió a llorar.

— ¿Qué demonios...? —pregunté.

Ella se llevó las manos a la cara.

—Perdóname—pidió y negó con la cabeza—. No puedo, lo prometí.

Respiré profundamente y pensé mejor las cosas.

—No diré nada.

Quitó las manos de su cara y me miró fijamente.

—Encontré a una mujer— cacareó —. Ella... vio el zafiro y dijo que... que...

— ¿Y ella que? —dije desesperado.

—Ella es tu madre... Dorian —lloriqueó.

Mi mente se quedó en blanco... ¿Mi...? ¿Mí qué?

Sacudí la cabeza, la rabia apareciendo de la nada y subiendo lentamente desde mi pecho, hacia el resto del cuerpo. Mi respiración se volvió agitada. Algo... necesitaba romper algo... Me giré, lo más cercano era el estante con las novelas que leímos juntos.

Levanté mi mano y comencé a tirar los libros de su lugar. De algunos salieron volando páginas viejas y amarillentas.

Pateé el estante, y este tembló, los libros volaban en todas las direcciones. No tenía idea de por qué me desquitaba con esto.

Salí del internado, de una vida llena de mentiras, para encontrarme con más de ellas en el exterior.

Vi me miraba con miedo en sus ojos. En vez de alejarse de mí, se acercó como si yo fuese un animal herido y salvaje.

Me di cuenta de que ella era lo único constante en mi vida. Solo podía confiar en Violeta.

La rabia dio paso a otro sentimiento. Algo más fuerte pero menos agresivo, ya no quería destruir nada. Yo solo quería... yo quería...

Tomé su rostro entre mis manos y junté mis labios con los suyos. Ella se quedó paralizada.

Me empujé atrás cuando no me correspondió, el rojo de la vergüenza cubriendo mi cara.

Sus ojos reflejaban sorpresa, y algo más, un brillo con el que nunca creí verla.

El miedo se fue de su mirada. Violeta avanzó a mí, enredó sus brazos tímidamente en mi cuello y me besó.

La sorpresa duró solo los segundos que tardé en enredar mis brazos en su cintura.

Su boca era suave y tierna, era frágil y fuerte al mismo tiempo. Era como si todo lo malo del mundo siguiera ahí, sin embargo, no podía tocarnos directamente, estábamos encerrados en una burbuja en la que nadie, además de nosotros podía estar.

Nos separamos lo suficiente para vernos a los ojos.

—Gracias— murmuré.

— ¿Por qué?

—Por estar conmigo... soy un maldito desastre cuando no estás. Pero cuando estás conmigo, es como si todo tuviera sentido y una razón para ser o estar donde todo está.

—Eso suena como un trabalenguas— bromeó.

Sonreí de nuevo.

—Hay que limpiar este lugar— dijo y se separó de mí.

Por fortuna, ninguno de los eruditos que estaban en la biblioteca vino a ver que sucedía.

Levantamos los libros y los colocamos en el estante con mucho cuidado.

Tomé su mano y no la retiró... si no que enredó sus dedos con los míos, aún sonriendo.

La acompañé hasta su habitación.

—Yo... —tartamudeé.

—No importa— dijo y negó con la cabeza.

—Sí, sí importa. No debí hacer eso... yo...

—Se trata de tu madre. Sé que esto te duele, también a mí me lastima, aunque procuro pensar en otras cosas. Y te pido, que por el bien de ella, no trates de buscarla, ella prometió que te diría todo cuando se sienta lista ¿Si? ¿Puedes prometer eso?

Asentí lentamente.

—Lo prometo. Y no deberías intentar justificarme.

Violeta volvió a sonreír. Puse mis manos sobre su cuello y la acerqué a mí con cuidado. Esta vez, ambos respondimos el beso sin titubear.

—Te quiero— murmuré.

—Te quiero— respondió.

La puerta del dormitorio se abrió y en la entrada apareció la pelirroja fulminándome con la mirada. Solo me miró como si pudiese apuñalarme y entró de nuevo.

—Eso fue extraño— dije.

—No importa— Violeta parecía preocupada.

Dejé que entrara y me despedí de ella sonriendo como un estúpido.

Del otro lado del muroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora