Frasco

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Gavin guarda sus verdaderos sentimientos dentro de un frasco,

¿Qué pasaría si se rompe? 

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―¿Crees que me importa?, ¡Pero por favor!― Gavin gritó, alejándose del androide RK900 y dándole la espalda: ―¡Haz lo que se te dé la gana! ¿Quieres ir con él y dejarme aquí, solo? Yo no voy a rogarle a nadie y menos, MENOS a un androide. 

―¿Eso es lo que soy para ti?― RK900 lo miró. E incluso si su rostro era carente de emoción, aquellas palabras lo habían herido. ―¿Soy solo un androide para ti? ¿Eso es lo que sientes por mí?― Pero no porque volvieran a su rutina pesada de odio mutuo y pleitos banales, sino porque ellos ahora tenían un vínculo. Y no era lo mismo que le dijera eso ahora, que hace un año. 

Gavin no respondió, sin embargo. Se metió al edificio y cerró la puerta detrás de él. Estaba tan enojado, que subió las escaleras hasta el séptimo piso sin darse cuenta. Cuando llegó a su departamento, tenía su respiración agitada por el esfuerzo y la emoción a flor de piel. 

Cerró la puerta con tal fuerza, que la mesa de entrada se tambaleó y el frasco sobre este, comenzó a hacerlo también―¡No, no, no!― y, aunque intentó evitarlo, finalmente se cayó. Gavin suspiró, frustrado. 

Todas las piedras preciosas cayeron al suelo, junto a fragmentos del cristal del frasco. 

Viendo el desastre que había provocado sus emociones, bruscas y destructivas, Gavin intentó relajarse. Rascó su cabeza y chasqueó su lengua, buscando la escoba en la cocina. Dejo la escoba en la pared y se agachó para recoger los pedazos de cristal. Y mientras lo hacía, cortó su dedo. Rápidamente, Gavin siseó y llevó su dedo a su boca para succionar la gota de sangre.  

Cuando hacemos las cosas de manera desenfrenada y sin control, como comer, por ejemplo, puede que la comida te caiga mal. Algo parecido le pasa a Gavin, cuando las situaciones y sus emociones sobrepasan su control, a él le cae pesado. O parecido le dijo su ex-terapeuta, Carmen, cuando tenía dieciséis años. 

En estas situaciones, ella le decía que debía respirar y preguntarse que sentía. A pesar de haber pasado mucho tiempo desde que fue a terapia, decidió usar su consejo: pero todavía no quería abordar la pregunta sobre lo que sentía.

¿Por qué tenía que perder su tiempo pensando en como arreglar su relación? ¿Por qué el androide continuaba preguntándole lo mismo una y otra vez? Sabía lo que significaba para él... cree habérselo dicho. ¿O quizás no lo escuchó? 

En vez de eso, se centró en recoger las pequeñas piedras preciosas que se habían caído al suelo. La primera piedra que levantó era una turmalina negra: tenía estrías por dónde canaliza la luz, alejando la angustia. Gavin sentía, a veces, que las pupilas de su pareja estaban hechas de ese material. Cada vez que sus miradas se cruzaban, se sentía seguro. Cómo: "ey, estás aquí". 

La segunda piedra era una calcita blanca, aunque tenía de otras tonalidades también: naranjos, amarillos, verdes y azules. Se sentía fría al tacto, y quizás se debía a que estuvo contenida en un frasco por muchos años, pero Gavin le encontró otro significado. La sensación en sus dedos y sus manos era igual que lo que sentía cuando Nines retraía la piel en sus manos al tocarlo. Cómo "Muchas gracias por tomar mi mano y acompañarme". 

Es que el androide, con su simple tacto, lo ayudaba a conectar sus emociones con su intelecto. Lo motivaba y eso le hacía creer en sí. Nines siempre buscaba tocarlo, después de todo, él se expresaba a través de sus manos. Gavin había notado eso. 

Lo que te conté mientras te hacías el dormidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora