XI

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Esa simple oración destrozó al demonio dual.

El fuego rugió a través de sus venas cuando se apartó del hombro protector de Nikola y miró con seriedad los ojos aguamarina con los suyos, heridos y ensangrentados. Nikola estaba aterrorizado, excitado y desesperado; los olores flotaban alrededor de su reluciente figura blanca. Y él no podía permitirse eso.

—Mío —la mano se arrastró hacia abajo por su muslo para enganchar su rodilla debajo de su brazo y levantarla—. Eres mío.

Nikola asintió temblorosamente—. S-sí, San. Soy tuyo —su suave mano blanca se posó en su pecho, un delicado dedo trazó el tatuaje sobre sobre su pectoral izquierdo—. Tuyo y de Beel.

Mío, mi luz, mi Nikola. Mío, mío, mío.

—Nikola —gruñó Satanás, y rodó hacia un lado hasta que el croata quedó inmovilizado debajo de él, su boca sellada contra la ajena, sus manos presionando las muñecas contra el colchón mientras sus rodillas le separaban los muslos. Cada centímetro de Nikola era una fantasía erótica en bandeja de oro, suave, maleable y puro como la nieve. Pero podía oler su alma, feroz y apasionada. Perfecta para él.

Separó su boca de la del científico y echó la cabeza hacia atrás para aullar mientras la oscuridad corría por sus venas, vibrando a través de su carne como un mapa de carreteras pulsante de relámpagos. La energía se desplegó desde su espalda en grandes y chisporroteantes alas que se extendieron a lo ancho de la cabaña, cualquiera de las puntas de las alas tocando una pared. Sus orbes ciegos brillaron en rojo. El polvo de vidrio arenoso que era una niebla dolorosa constante a través de sus ojos se derritió por sus mejillas como lágrimas.

Cuando volvió a bajar la cabeza, pudo ver con claridad: cada curva y lujuriosa protuberancia de delicada carne dorada; el tejido áspero de las sábanas arrugadas; el brillo de miedo en los ojos como joyas preciosas de Nikola. La explosión de poder fue lo único que necesito para reducir lo que quedaba de su ropa en cenizas, y ahora podía olerlo sin obstrucciones.

—San... —susurró Nikola.

—Mío —gruñó, una sombra goteando de sus labios como agua. Cayó sobre sus pechos y se extendió como ondas en un estanque—. Mi Nikola, cría conmigo.

Él era Satanás. Era el mayor demonio de todo el inframundo. La biología humana no sería impedimento para poner un bebé suyo en Nikola. El simple pensamiento lo hizo delirar; imaginó a una criaturita parecida a su lucecita, ojos grandes y brillantes, sonrisa cegadora, educado, amable y tan, tan inteligente, justo como su madre.

Una sombra se retorció bajo la piel de Satanás como un ser vivo. Sus ojos brillaron de color rojo sangre, y las enormes alas oscuras aletearon una vez, enviando una gran ráfaga de viento a través de la cabaña que pulverizó cualquier mueble restante que no hubiera sido destruido en el transcurso de las últimas dos semanas.

Excepto la cama.

—Mío —gruñó, aunque era más como un ronroneo. Su mano llena de venas soltó una muñeca para que él pudiera deslizar sus dedos por su mejilla con sorprendente ternura—. Te voy a llenar hasta que creas que no puedes aguantar más, y luego te llenaré más. Para cuando terminemos, me estarás rogando que te críe una y otra vez, para que sientas toda mi semilla cada vez que respires.

La mano de Satanás continuó bajando por su garganta, rozando suavemente la marca del mordisco palpitante en su hombro antes de enrollarse alrededor de su pecho. Él no apretó, simplemente lo sostuvo en su palma, sus brillantes ojos rojos atentos.

S malo ljubavi ---beelniko/satanikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora