Resoplando enojado, Tom Trümper echó a correr escaleras arriba mientras trataba de no tener esos pensamientos odiosos hacia su madre. Le acababa de estropear la tarde, había hecho planes y su madre se los había desbaratado con un movimiento de la mano.
Le pidió, más bien ordenándoselo, que la acompañase esa tarde al centro de mujeres maltratadas, en donde iba dos tardes a la semana a ayudar a repartir la cena.
Eso era lo que más odiaba de su madre, que se desviviera por los demás como si su familia no la necesitara. A veces incluso pensaba que no le quería a él ni a su padre.
Entró en su habitación con el tiempo justo de coger el móvil y mandar un mensaje a sus amigos, diciéndoles que esa tarde no había ensayo del grupo. Cogió una sudadera y apagando el móvil lo dejó encima de la cama.
Salió de la habitación y una vez abajo se puso la sudadera sin dejar de maldecir por lo bajo.
—Vamos Tom, ayudar a la gente necesitada no es ningún castigo—dijo Lacey con una sonrisa.
—No lo entiendo, ya hay gente suficiente que ayuda, ¿por qué tenemos que ir? ¿Por qué vas tú tan a menudo?—preguntó Tom enojado.
—Me gusta ayudar a la gente, y tú deberías tomar mi ejemplo—contestó Lacey sin perder la paciencia—Al coche, que solo serán dos horas.
—Si, dos horas. Ya he perdido la tarde entera, quedé para ensayar con los chicos antes de la cena—siguió Tom con sus protestas.
Pero cayeron en saco roto, cuando Lacey ordenaba algo a su hijo, debía ser obedecida de inmediato. Abrió la puerta de la calle y esperó con ella abierta a que su hijo se moviera.
— ¿No le vas a dejar una nota a papá? —preguntó Tom sin moverse del sitio.
—Ya se la dejé en la nevera, junto con su cena—contestó Lacey.
Resopló y no tuvo más remedio que seguirla, pensando con dolor que una noche más a su padre le tocaba cenar solo. Aunque no era mucha diferencia a cuando se reunían los 3, enfrascado en documentos que repasar sin darse cuenta de que su mujer y su hijo estaban en la misma habitación.
Subió al coche y se sentó al lado de su madre, que arrancó y se puso en marcha de inmediato. Hicieron el trayecto en silencio. Llegaron al edificio en el que estaba el centro de mujeres maltratadas y entraron en el a ponerse manos a la obra.
Se puso al lado de su madre y ayudó con el reparto de la comida, viendo el miedo en los ojos de las mujeres que le agradecían con una sonrisa su ayuda. Con el tiempo se le olvidó el enfado y hasta él mismo sonreía.
Pasado el tiempo y mientras que su madre ayudaba a fregar los platos, se encontró una vieja guitarra en un rincón tirada y tras afinarla comenzó a tocarla para deleite de los niños, que se reunieron en torno a él dejando que sus madres descansaran un poco.
Concentrado como estaba en la música, no se dio cuenta de que algo iba mal hasta que no oyó las voces que le llegaban desde la cocina. Pensando solo en su madre, arrojó la guitarra a un lado y tras ordenar a los niños que no se movieran del sitio echó a correr a la cocina, desde donde le venía la fuerte voz de su madre.
—Este no es sitio para usted—gritaba Lacey muy enfadada.
—He venido a hablar con mi mujer, y nadie me lo va a impedir—amenazó una voz masculina—Quítate del medio, o atente a las consecuencias.
— ¡Mamá! —gritó Tom poniéndose a su lado.
—Tom, ¡vete! —ordenó Lacey muy asustada.
No se había dado cuenta cuando entró, sus ojos solo vieron a su madre y no la pistola que blandía un nervioso hombre con la que apuntaba a su madre y a las dos mujeres que se encontraban tras ella.
—Hay que llamar a la policía—dijo una voz asustada.
Todo ocurrió entonces muy deprisa, el hombre se puso más nervioso si se podía, Lacey empujó a su hijo para quitarle de en medio, y la pistola simplemente se disparó sola.
Los niños chillaron asustados, las madres corrieron a por ellos para ponerlos a salvo y Tom solo pudo ver como su madre abría los ojos y dejaba escapar un pequeño grito de sorpresa antes de caer al suelo con pesadez.
— ¡Mamá! —llamó Tom rompiendo a llorar.
Corrió a su lado y la acunó ente sus brazos mientras que alrededor se desataba el caos. El hombre tiró la pistola al suelo y echó a correr también, pero en la lejanía ya se escuchaba la sirena de la policía y un par de ambulancias.
—Aguanta, la ayuda ya viene—sollozaba Tom mirando fijamente a su madre.
Solo recibió una sonrisa como respuesta, antes de ser separado de ella. Se quedó de rodillas a un lado mientras observaba como la estabilizaban y subían a una camilla.
—Quiero ir con ella—sollozó poniéndose de pies.
—No puedes ir en la ambulancia, ven con nosotros—dijo un agente de policía cogiéndole por la cintura.
Le metió en un coche patrulla y en 15 minutos se encontraba en la sala de urgencias del hospital. Por el camino le pidieron el teléfono de su padre y solo tardó dos minutos en llegar tras él.
— ¡Papá! —llamó echando a correr hacia él.
Gordon abrazó a su hijo rompiendo a llorar también.
—Señor Trümper —llamó una enfermera—La doctora que se ocupa de su mujer quiere hablar con usted.
Sin dejar de abrazar a su hijo, Gordon caminó hasta donde una mujer con bata blanca le esperaba con un gesto serio en la cara.
—Señor Trümper, soy la doctora Kaulitz y he atendido a su mujer—explicó Simone Kaulitz sin necesidad.
— ¿Cómo está? —preguntó Gordon sin dejar de llorar.
—Me temo que hemos hecho lo que hemos podido, entró en crisis y no pudimos hacer que saliera de ella—explicó Simone por encima—Lo siento mucho, señor Trümper, pero su mujer ha fallecido.
Un grito desesperado se escuchó en todo el hospital. Gordon Trümper negaba con la cabeza, su mujer no podía estar muerta, su hijo y él dependían de ella, y en esos momentos, no sabía cómo poder afrontar la vida él solo sin su presencia.
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Bill y Tom, el amor de dos inocentes
FanfictionPerdió a su madre en un vulgar atraco, vio como su padre se hundía en un pozo de sufrimiento, arrastrándole a él de paso... Yendo en buscas de respuestas, su padre descubrió el gran secreto que su mujer guardaba, implicando en el al nuevo amigo de s...