Capítulo 2: Haciendo lo imposible

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Sentada en el área de descanso, la doctora Simone Kaulitz ojeaba aburrida una revista. Esa noche la tocaba guardia y se le estaba haciendo eterna.

Además, estaba de mal humor. Había vuelto a discutir con su marido cuando estaba a punto de salir de casa y su hijo había sido testigo. Llevaban tiempo distanciados, las cosas no iban bien entre ellos y siempre procuró que Bill no se diera cuenta, pero por muy pequeño que lo considerara a su 16 años su hijo ya sabía que estaba muy cercano el divorcio de sus padres.

Zanjó la discusión con su marido y tras despedirse de su hijo con un beso en la mejilla, salió corriendo para no llegar tarde de nuevo al trabajo.

En lo que llevaba de noche, solo había atendido dos casos pero nada grave. Añoraba trabajar en un gran hospital, pero cuando se mudaron hacía apenas 2 años al pequeño pueblo en el que se encontraban, las únicas urgencias que había atendido fue un caso grave de paperas y encima fue su propio hijo.

Mientras se estiraba en la sala en la que cómodamente descansaba, solo pensaba que por una noche se podría presentar un caso grave, algo que le hiciera recordar los viejos tiempos...

Como si le hubieran leído el pensamiento, su nombre se escuchó por la megafonía del hospital, lo que la hizo ponerse en marcha al momento.

—Doctora Kaulitz, acuda a urgencias por favor—le llamaron.

Poniéndose la bata que previamente se había quitado, echó a correr hasta el puesto de enfermeras, donde Silke le entregó un par guantes de látex nada más verla.

—Nos traen un herido de bala—explicó Silke.

— ¿Cómo? —repitió Simone como si pensara que la estaban tomando el pelo.

—Ha habido un tiroteo en el centro de mujeres maltratadas, traen a una y por lo visto su estado es muy grave—siguió explicando Silke.

Simone se puso en marcha, ordenando que trajeran toda la sangre disponible que hubiera y prepararan el quirófano de inmediato. A los pocos minutos las puertas de urgencias se abrieron y entró una camilla empujada por 2 enfermeros.

—Mujer, 45 años. Herida por arma blanca en el pecho sin orificio de salida—explicó en voz alta uno de los enfermeros.

—Al quirófano, ¡rápido!—ordenó Simone con voz fuerte.

Le obedecieron de inmediato y en pocos segundos ya estaba operando, pero sin el éxito deseado. Nada más abrir el pecho a su paciente, comprobó que aunque la herida no sangraba, por dentro estaba todo lleno de sangre. No había nada que hacer, la bala le había atravesado el corazón y era imposible de operar.

Hizo todo lo que pudo por ella, pero a los pocos minutos su corazón dejó de latir y la mujer murió en la camilla.

—Hora de la muerte, 20:34—murmuró Simone tras echar un vistazo al reloj del quirófano.

Se quitó los guantes de látex y se arrancó la mascarilla de golpe maldiciendo por lo bajo. Ese hospital no estaba preparado para tales casos, tal vez debería haberla estabilizado y mandado al hospital de ciudad más cercano. Pero una vez que abrió y vio como estaba, sabía con certeza que había ingresado cadáver.

— ¿Sabemos algo de ella?—preguntó a Silke.

—Su marido y su hijo están en la sala. El chico lo presenció todo—explicó Silke.

—Pobre muchacho—susurró Simone suspirando.

Miró con lástima a su paciente, fijándose mejor en su cara arrugando la frente. Cuando la trajeron no tuvo tiempo de ver quién era, preocupada solo en salvar su vida. Pero ahora que ya no podía hacer nada más que lamentarse, pudo echar un vistazo mejor y reconocerla en el acto.

—Lacey Trümper—murmuró en voz baja.

— ¿La conocías? —preguntó Silke.

—No, no la conozco—contestó Simone carraspeando—Voy a darles la mala noticia yo misma.

Cogió aire con fuerza y salió del quirófano. No podía echarse a llorar delante del marido, debía ser fuerte para poder responder a todas las preguntas que le hiciera, dejando a un lado lo que realmente pensaba de su paciente.

—Es ese hombre de allí—le explicó una enfermera cuando salió a la sala de espera.

Asintió con la cabeza y pidió a la enfermera que le llamase, caminando a un rincón aparte para poder hablar con algo más de intimidad. Desde el les observó llegar, como abrazaba con fuerza a su hijo sin dejar de llorar.

—Señor Trümper, soy la doctora Kaulitz y he atendido a su mujer—explicó sin necesidad.

— ¿Cómo está? —preguntó Gordon Trümper sin dejar de llorar.

—Me temo que hemos hecho lo que hemos podido por ella, entró en crisis y no pudimos hacer que saliera de ella—explicó Simone por encima—Lo siento mucho, señor Trümper, pero su mujer ha fallecido.

No pudo hacer nada más, solo ver como el marido gritaba y rompía a llorar, abrazado a su hijo que solo la miraba mientras que negaba con la cabeza.

—Mientes, ¡mi madre no puede estar muerta!—gritó Tom entre lágrimas.

—Lo siento, cariño, pero...

—No me hable en ese tono—cortó Tom gritando—Tú la has matado, yo estaba presente cuando todo ocurrió, no había sangre, me miró y me sonrió....la has matado...

Simone se quedó sin palabras, viendo como Gordon Trümper se llevaba a su hijo mientras que trataba de consolarlo en vano.

—Simone, vete a casa—pidió Silke llegando a su lado.

—No puedo, sigo de guardia—negó Simone con firmeza.

—Pero, ¿te has visto la cara? Estás a punto de derrumbarte, vete, ya llamamos al doctor Chambers y él se encargará de tu guardia.

Asintiendo en silencio, Simone dio media vuelta y se dirigió a su despacho. Se quitó la bata y la arrojó a un rincón. Se puso el abrigo y montándose en su coche condujo dirección a su casa, pensando cómo se iba a tomar su marido la muerte de su ex amante.

Bill y Tom, el amor de dos inocentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora