Casi 6 meses después de la muerte de su madre, Tom no se lo terminaba de creer. Desde entonces la relación con su padre se había enfriado, le veía tan triste y él no podía hacer nada para consolarlo, que un buen día sus caminos se separaron.
Ya no era todo como antes, como cuando vivía su madre. Ahora él y su padre apenas hablaban en las raras ocasiones que coincidían por la casa. Su padre se encerró en su trabajo y él en sus estudios, que llevaba algo retrasados pero nadie le podía echar la bronca por ello.
Los profesores entendían que ese año iba a ser muy duro y le trataban de ayudar con alguna clase particular, a la que Toma asistía sin muchas ganas. Incluso sus amigos se volcaron en él, invitándole a pasar varias noches en sus casas, donde podía disfrutar de una cena en familia y algo del cariño que tanto echaba en falta.
Esa misma tarde se encontraban en el garaje de la casa de Georg, donde ensayaban con sus guitarras. Su sueño era formar un grupo que tuviera mucho éxito y les sacara de ese pueblo para poder recorrer el mundo.
Pero solo eran 3, un batería, un bajista y un guitarrista. Les faltaba lo más importante: el cantante. Pero por más que buscaron, nadie estaba a su altura. Solo se presentaban emocionadas chicas que no sabían cantar dos notas seguidas.
Y allí se encontraban, encerrados en ese pequeño pueblo esperando una voz digna que los sacara del anonimato.
—Mejor lo dejamos ya, creo que a esta hora ya está en casa mi padre—dijo Tom sacándose la correa de su Gibson.
— ¿No te quieres quedar a cenar? Mamá ha hecho brócoli—invitó Georg.
—Por muy tentadora que sea tu invitación, no gracias—contestó Tom sonriendo.
Sus amigos rompieron a reír, nadie en sus cabales podía comer brócoli sin vomitarlo minutos después.
—Nos vemos mañana en clase—se despidió Tom de sus amigos.
Salió del garaje y echó a andar por el jardín de su amigo. Recorrió las dos manzanas que le separaban de su casa y entró en ella arrugando la nariz. Desde que su madre muriera, la casa gozaba de poca limpieza. Un día le sugirió a su padre contratar a alguien, pero por más que le prometió que lo haría el tiempo pasaba y la casa estaba cada vez más desordenada.
Decidió ponerse manos a la obra. Se quitó la gorra que siempre llevaba y recogió sus rastas en un moño alto para que no molestaran. Entró en la cocina y cogiendo un cubo con agua y la fregona limpió la casa de arriba abajo.
Cuando terminó con los suelos se puso con los cristales, y luego con la colada. Entró en su habitación y cogió toda la ropa que ya no entraba en el cesto que tenía en su baño. La metió en la cesta que llevaba en brazos y entró en la habitación de su padre.
Sobre la cama deshecha había un par de camisetas que metió en la cesta y recogió algo más de ropa que encontró tirada por el suelo. Bajó a la cocina y la metió toda en la lavadora, que puso en marcha.
Mientras esperaba se puso a hacer la cena, algo sencillo. Partió pan e hizo un par de bocadillos pata él y su padre. Pero el tiempo pasaba y al final le tocó cenar a él solo mientras veía medio dormido la tele tumbado en el sofá.
Cuando se despertó ya era de día. Se encontraba en el mismo sofá, con la tele apagada y tapado con una manta. Su padre debía haber regresado a casa y arroparle sin despertarle.
Se estiró y ahogó un bostezo al ver la hora. Casi las 8, en una hora debía estar en clase. Maldijo por lo bajo y se levantó de golpe. Subió a su habitación y desnudándose camino del baño se tomó una ducha fría para espabilarse.
Vestido de nuevo, bajó y se preparó un café para desayunar. Tras tomarlo vio que aún le sobraba tiempo y sacó la ropa de la lavadora, ya medio seca después de haber pasado toda la noche en ella.
La dobló, y en eso estaba cuando su padre bajó a desayunar.
—Se te ha pegado las sábanas—bromeó Gordon entrando en la cocina.
—No debiste dejarme dormir en el sofá—gruñó Tom—Casi me haces llegar tarde a clase.
—Ya eres mayorcito para que esté detrás de ti todo el día—se defendió Gordon parándose en seco—¿Qué ha pasado aquí?
Tom le miró extrañado, sin idea alguna de lo que se refería. Siguió la mirada de su padre y la fijó en el reluciente suelo.
—Ayer hice limpieza—explicó orgulloso—Y también la colada, aquí tienes tu ropa bien limpia.
Gordon cogió las camisetas que su hijo le tendía, arrugando al frente al reconocer una azul medio desteñida.
— ¿La has lavado?—preguntó alzando la voz.
—Si, estaba sobre la cama junto con otras sucias—contestó Tom.
—Era de tu madre, dormía abrazada a ella porque aún conservaba su aroma y ahora...solo huele a detergente—dijo Gordon haciéndola una bola.
—Lo siento, no lo sabía—se disculpó Tom.
—Pregunta la próxima vez—dijo Gordon enfadado.
— ¿Cuándo? ¡Si nunca estás en casa!—estalló Tom—Encima que me molesto, si no fuera por mí la mierda de esta casa nos ahogaría en estos momentos.
Dejó caer al suelo el resto de la ropa limpia y cogiendo su mochila salió de casa dando un sonoro y merecido portazo. Echó a correr y no paró hasta llegar al colegio, donde se metió en su clase y no abrió la boca en toda la mañana.
Llegó la hora del recreo y sus amigos se lo llevaron aparte, preocupados por verle toda la mañana cabizbajo y sin pronunciar palabra.
—He discutido con mi padre—explicó por encima cuando le preguntaron—Odio este pueblo, estoy deseando cumplir los 18 para largarme y no regresar nunca más.
—Entonces a lo mejor te alegra lo que te vamos a decir—dijo Gustav sonriendo.
Tom les miró sin entender y esperó a que sus amigos se explicaran.
—Hemos puesto un anuncio en el tablón de clase, diciendo que buscamos cantante para nuestro grupo—explicó Georg.
—Va a pasar como al otra vez, se presentaran un par de chicas bobas y sin saber cantar—gruñó Tom molesto.
—Es nuestra única oportunidad reencontrar a alguien, ya verás como hoy encontramos una voz que nos guste, lo presiento—aseguró Gustav.
—Me lo creeré cuando lo oiga—dijo Tom dándose por vencido.
Terminadas las clases y en vista de que no le apetecía volver a su casa, Georg le invitó a comer de nuevo en la suya. Gustav los acompañó y tras la comida se encerraron en el garaje para ensayar un rato, momento en que podía relajarse y dejar la mente en blanco.
Tras 2 horas de duro ensayo, hicieron una pausa. Salieron al jardín y se tumbaron en el de espaldas mientras miraban las nubes con ojos somnolientos. Al poco Tom escuchó las respiraciones pesadas de sus amigos, señal de que se habían quedado dormidos.
Suspiró y rodó sobre su cuerpo, quedándose boca abajo y acomodándose para dormirse él también, pero una voz se lo impidió.
—Perdona, ¿es aquí donde buscáis un cantante?—escuchó decir.
Se giró con pesar y miró a la persona que le hablaba, cerrando los ojos cuando la luz del sol le dio en toda la cara. La estudió a través de sus pestañas, como si de un espejismo se tratara. Vio a una chica de cabello largo y negro que le caía sobre los hombros con soltura. Vestía una camiseta de manga corta roja y unos pantalones negros muy estrechos, sobre los que llevaba unas botas altas.
Levantó más la mirada y logró atisbar unos ojos castaños rodeados de una sombra azul que le miraban fijamente esperando una respuesta a la pregunta que acababa de formular.
—Depende—contestó sonriendo— ¿Tienes nombre, o te debo llamar guapa?
—Me llamo Bill, y soy un chico—contestó para su asombro.
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Bill y Tom, el amor de dos inocentes
FanfictionPerdió a su madre en un vulgar atraco, vio como su padre se hundía en un pozo de sufrimiento, arrastrándole a él de paso... Yendo en buscas de respuestas, su padre descubrió el gran secreto que su mujer guardaba, implicando en el al nuevo amigo de s...