XLII

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Eduardo

Tengo planeado llevar a mi novia hoy a París. A pasar el día y conocer la Torre Eiffel, sé que le gustará.
El problema es que no sé si estará ocupada.

El cansado entrenamiento bajo las órdenes del Mister llega a su fin. Podemos irnos a casa.

Me despido de todos mis amigos y monto en mi coche. Tras un buen rato conduciendo, una llamada entrante me llega de Vicky, y no tardo en responder.

- Hola, amour - sonríe a través de la pantalla, lo que causa también mi sonrisa.

- Hola, ¿estás ocupada o tienes planes para hoy? - pregunto concentrado en la carretera.

- No, ¿por qué? - responde confusa.

- Ah, no, nada. Llegaré a pronto y te cuento, chérie (cariño) - le aviso y ella asiente con su cabeza.

- Bon, à bientôt. Que Dieu te bénisse, rentre à la maison sain et sauf (Bueno, hasta luego. Que Dios te bendiga, llega a casa sano y salvo) - dice y lanzo un beso a través del teléfono, que ella recibe con una sonrisa, para posteriormente cortar la llamada.

Esbozo una sonrisa al conscienciarme de la buena relación que tengo con mi pareja y lo dulce que es. Agradezco a Dios y todos los Santos por haberla puesto en mi vida justamente hace un año y algunos meses, en aquella celebración en Cibeles por la decimocuarta Champions League, y por todas y cada una de las bufandas que me obsequió.

Una vez llegado al destino, dejo mi coche estacionado en el enorme garaje de nuestra vivienda, y alguien me recibe con la puerta y los brazos abiertos.

- ¡Chéri! - abraza ella mi cuello fuertemente.

- Estás volviéndote francesa - bromeo.

- Que mi novio sea francés y utilice todos los apelativos cariñosos que usa en cualquier momento del día en su lengua materna - comenta irónicamente, lo que me hace carcajear.

Cierra la puerta y camino hacia el salón.

- ¡Edu, no! - advierte mi pareja.

Actúo a destiempo y caigo al suelo tras resbalar con el suelo mojado.
Ahora es ella quien suelta fuertes carcajadas sin parar.

- Acababa de fregar - ríe ella para acercarse a mí.

Intenta ayudarme, pero tomo su mano y la tiro conmigo al suelo.

- Maldito... - dice sonriendo.

Mis labios se posicionan sobre los suyos, para callar sus maldiciones al aire.

- Anda a ducharte, anda - ordena levantándose de mi regazo, intentando no caer.

(...)

Tras estar limpio y alistado, bajo al salón.

- Por cierto cariño, ¿qué ibas a contarme? - pregunta ella.

- ¿Quieres ir a París? Nos da tiempo a almorzar y cenar allí. Además, te haré conocer la Torre Eiffel y más - propongo y asiente sin pensarlo dos veces, con una enorme sonrisa.

- Por supuesto, me encantaría.

(...)

Victoria

Caminar por las calles de París de su mano es de lo más bonito que he experimentado. Nuestras manos entrelazadas, sus dedos aferrados a los míos, como si alguien más estuviese intentado separarme de su lado. Su sonrisa constantemente presente para dirigirse a mí.

- ¿Te gusta París? - pregunta clavando su mirada en la mía.

- Me gustas más tú - sonrío, mientras nuestro contacto visual no se pierde.

Esboza una sonrisa gingival, y estampa sus grandes labios contra los míos, encajando como dos perfectas piezas de puzzle.

- ¿Quieres ir a almorzar algo? - pregunta mientras caminamos hacia una cafetería.

- Vale, pero no conozco mucho la comida de aquí.

- Tranquila, elijo yo. Tú un croque-madame y yo un croque-monsieur con un vino tinto y unos croissant de postre - sugiere animado.

- Suena muy bien, pero Edu, ¡tienes dieta! Luego Carletto me echará la culpa - exclamo y él ríe.

- Que no... Además, una vez al año no hace daño, solo quiero que mi novia pruebe la comida francesa - levanta sus hombros.

La comida llega y miro lo que Edu ha pedido. Saboreamos los alimentos y él me mira mientras mastica sonriendo el mordisco que ha dado a su croque-monsieur.

- ¿Te gusta? - pregunta.

- Es como un sandwich, prefiero el croissant - digo y él suspira con una sonrisa.

- Vamos, ¿siempre criticarás a los franceses? - ríe él.

- No. A tí no te critico, ni a Aurélien, ni a Ferland - encojo mis hombros y ríe.

(...)

La noche va apareciendo en las calles parisinas, y las personas se acercan a la Torre Eiffel, la cual se ilumina, alumbrando toda París. El precioso monumento junto a la noche combinan una perfección, y mi novio y yo nos posicionamos frente a esta para hacer fotos.

Abrazos, besos, gestos de afecto y amor impregnados en imágenes. Si la Torre Eiffel es un monumento, estas fotografías son otras.

- Son preciosas las fotos, chérie - acaricia mi mejilla y la besa. Sus delicados labios son los que siempre que encuentran la oportunidad, la aprovechan y se lanzan a por mi piel, para recorrer cada centímetro de ella y demostrar su amor por mí.

- Lo sé. Gracias por este hermoso día, te amo - le agradezco. Siendo esta vez yo quien se lanza a por sus labios.

- Queda lo mejor - sonríe.

- ¿El qué? - pregunto con curiosidad. Toma mi mano y comienza a correr por toda París, en la que solo son sonoras mi risa y la suya.

Llegamos hasta un puente, el puente de los candados, los cuales se acumulan en el Pont des Arts, su nombre en francés. Eduardo toma un candado y comienza a escribir nuestros nombres, acompañados de un corazón. Él fotografía nuestras manos sujetando el pesado candado, para luego colocarlo sobre una zona del puente, para que nadie pueda arrancarlo del lugar.

- Es tan precioso, Edu - lágrimas se acumulan en mis ojos.

- No llorarás, ¿cierto? - sus dedos pasan por mis párpados. Recurro a la primera reacción que se me ocurre, abrazarle.

Mis brazos rodean su torso, y mi cabeza se esconde en su pecho, mientras sus manos y dedos acarician los rizos de mi cabello, y besa mi cabeza.

- ¿Te pasa algo? - pregunta preocupado.

- Eres el novio perfecto. Perdóname por todo el daño que te causé cuando estaba en relación con Álvaro - mi voz está en un hilo, intentando que no se rompa.

- Todo ese daño, quedó en el olvido cuando me dijiste que aceptabas ser mi pareja, no te tortures por eso - musita con su mentón apoyado en mi cabeza.

- Te quiero. Muchísimo - admito, apartando todas las lágrimas que antes mis ojos desbordaron - pero deja de acariciar mi cabeza, porque me voy a dormir.

- Vamos al avión, ma vie (mi vida), ya es tarde. En Madrid podremos descansar cómodos, como de costumbre - me toma entre sus brazos, llevándome entre ellos. Recibimos algunas miradas de parte de algunas personas en la calle, pero no es importante para nosotros.

Magníficos recuerdos me llevo de esta ciudad francesa.
De los mejores días de mi vida,

Merci Paris.

QUERIDA AFICIONADA ↯ eduardo camavinga ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora