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Me dolía hasta el apellido. Me desperté hace unos minutos encontrando un rubio que dormía profundamente mientras me tenía agarrado del brazo como un koala, y aunque la imagen se me hizo sumamente tierna, la espalda me estaba matando. Podía sentir cada una de mis vértebras pidiendo auxilio.

Con cuidado me removí intentando separarme del otro cuerpo que no parecía dispuesto a soltarme. Luego de varios intentos fallidos me rendí y regresé mi vista a su rostro. No les voy a mentir, esta no es una de esas escenas donde los personajes descansan luciendo como príncipes azules. La imagen que tenía enfrente era la de un ser humano real de carne y hueso totalmente despeinado, con un rastro de baba saliendo de una orilla de sus labios, los cachetes y la nariz roja por el resfriado y un pequeño moquito atravesado que no le dejaba respirar completamente bien. Aun así, grabé esa imagen en mi mente lamentando no tener como sacarle una foto, se veía natural, simplemente como Adrien y por ello, se me hizo el hombre más lindo de todo el universo.

Una puntada a media espalda me sacó de mi ensoñación y con dificultad me libré de ese sofá.

-Uff-Me estiré completamente haciendo sonar cada uno de mis huesos, sintiendo que por fin me volvía el alma al cuerpo.

Seguro parecía un viejo de ochenta años pero no me importó y seguí en mi dedicada tarea de crujir cada vértebra.

Suspiré aliviado y me encaminé a la cocina buscando algo para armar un buen desayuno.

Comencé a separar un poco de pan mientras cortaba unos trozos de jamón y queso. Haría unos tostados con un té de miel. Perfecto para levantar el ánimo desde temprano.

Pasee mis pies descalzos de un lado a otro, por las baldosas beige dando vuelta los panes para que se terminen de dorar, pero me sentí incómodo de la nada cuando creí ver algo moverse al costado.

Miré asustado, pero al no encontrar nada sacudí la cabeza y me di la media vuelta para lanzar el grito de mi vida, levantando la espátula que portaba como un arma letal contra... ¿una perrita?

Alcé las cejas sorprendido, ¿de dónde había salido?, juraría que en toda la corrida que hice anoche buscando los paños, no ví ninguna perrita. Claro que tampoco me detuve a revisar nada que no fuera una toalla. Bajé la espátula ante la atenta mirada de la pequeña Beagle, dispuesto a acercarme para no asustarla.

Mala idea, solo conseguí un gruñido que me sacó otro grito que atrajo a un Adrien preocupado y confundido al marco de la puerta.

-¿Qué está pasando?- Alternó la mirada entre ambos

Abrí la boca dispuesto a acusar a esa bestia que me gruñía, cuando esta corrió feliz de la vida hacia Adrien moviendo la cola de un lado para el otro desviando su atención y dejándome sin palabras.

-Buen día Elara, amaneciste alborotada- Dijo mientras acariciaba su pelaje marrón con manchas negras.

-¿Es tuya?- Adrien me observó como diciendo "Obviamente. Está en mi casa, conozco su nombre y le dí sus buenos días", bufé frustrado- Tremendo susto me pegó.

-¿Quiéres acariciarla?

Dudé, no parecía caerle bien. Nunca fui muy bueno con los animales, me gustan pero hace años que no tengo una mascota y perdí el tacto.

-Ven dame tu mano, no tengas miedo. Ladra a todo el mundo pero es un amor, te prometo que no te va a morder.

Me acerqué cauteloso sintiendo el peso de la mirada de la perrita encima. Se notaba que era un tanto celosa, porque lanzó un gruñido cuando Adrien tomó mi mano.

Un café al pasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora