Paseamos por los distintos puestos de la feria durante unas dos horas, hasta detenernos frente a un pequeño escenario.
-Pa mirá, el señor de las nubes coloridas- Dijo Lea señalando un vendedor de algodón de azúcar.- ¿Podemos comprar uno?
Miré detrás del carrito la interminable fila de espera para comprar, que bien podía llevar al borde de la locura hasta a la persona más paciente del planeta. Aun así, era consciente de que ese algodón representaba la ilusión más grande de mi pequeña, el "poder tocar una nube" y me di cuenta de que estaba poniendo en la balanza un esponjoso algodón y mi egoísmo.
Decidido de que no podía plantearme ese dilema, hinche mi pecho con orgullo y le agarré los hombros a Lea con una brillante y gran sonrisa.
-Lea, cariño, el azúcar con colorantes produce caries y las filas interminables el quiebre de paz mental de tu padre, así que no. No hay nubecitas azucaradas.
Estaba por seguir mi discurso de no ser por el golpe que me dio en la cabeza Adrien.
-Aparta salame la vas a hacer llorar. ¿Cómo puedes decirle eso y ser profesor? ¿Te graduaste con un curso virtual? Mi más sentido pésame a tus alumnos.
Me lanzó una mirada rodando los ojos ante el bufido que le solté y se agachó a la altura de Lea.
-A diferencia del Grinch aquí presente-Me señaló descaradamente- yo sí traeré tu nube de azúcar. Palabra de abogado- Dijo con una mano en el corazón, y se marchó a perseguir el carrito.
Luego de dirigirme una mirada asesina, la pequeña se dio vuelta para prestar atención al presentador barbudo que se asomaba con un micrófono.
-¡Buenas tardes damas y caballeros! Bienvenidos al gran concurso de baile de Fesla. Aquí cualquier persona puede bailar como más le guste. La única regla es no detenerse o serán eliminados.
Mientras el presentador hablaba, una pareja subía con el premio. Un oso gigante color caramelo. A Lea se le llenaron de ilusión los ojos y fue corriendo al escenario para bailar. Como buen padre orgulloso lo primero que hice, fue ponerme en primera fila con la cámara lista para filmar.
Entonces empezó a sonar la música y comencé a gritar, animando a mi pequeña que lo estaba dejando todo en esa pista.
Entre gritos y canciones empezaron a quedar menos personas en el escenario y vi como una castañita le metía un puntapié a Lea. Lo dejé pasar creyendo que era un error sin malas intenciones, pero cuando pasó una segunda vez, me enojé.
-¡Ey, deja de molestar a mi hija, baila en tu lado de la pista!
En ese momento, regresó Adrien con tres algodones de azúcar, dejándome el azul mientras él comía el anaranjado con gusto, soltándolo solamente para animar a Lea cada vez que hacía una pirueta.
Todo era perfecto. Ella y la castaña eran las finalistas. Lea estaba arrasando en la pista hasta que su contrincante la empujó tirándola al piso.
La música frenó en seco dejando nuestros abucheos como único sonido.
El presentador subió al escenario, pero para sorpresa de todos fue para descalificar a Lea, ya que había dejado de bailar.
Y allí sí que me enfurecí. Adrien de alguna manera se las ingenió para darme una mirada asustada ante mi cara y lanzarle una furiosa al presentador al mismo tiempo.
-Adrien sostén mi algodón- Dije estirando mi brazo.
Subí los escalones echando fuego por los poros y miré al hombre queriendo convertirlo en uno de esos exámenes que mis alumnos abollaban, tiraban y pisoteaban cuando se enojaban.
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Un café al paso
Novela JuvenilLucas es un profesor de historia viudo, cuya vida se basa en llevar a su pequeña hija a la escuela, ir a dar clases y... servir café al paso. Un día llega un cliente nuevo a la ciudad y este, con su peculiar personalidad, le brinda color a su vida...